Capítulo Sesenta y Cuatro

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Cuando Manuel llegó a la funeraria donde sería el velorio del padre de Danna no pudo evitar sentir que el recuerdo del velorio de su madre del que hacían ya casi tres años se revivía en su mente con una nitidez impresionante, se sintió un poco incómodo pero se recordó que hacía esto por Danna, para apoyarla en uno de los momentos más difíciles en su vida, uno que él comprendía a la perfección, por Andrea, que le había pedido su compañía para viajar hasta la ciudad natal de Danna y por su padre, que estaba acompañando a la mamá de su amiga.

—Mamá, ¿y Danna? —preguntó Genaro en voz baja a su madre que estaba sentada en la fila de asientos frente a ellos.

—No lo sé —respondió la madre de Andrea—, no debe tardar, su mamá y su abuela ya están aquí; iré a ver a Alejandra —anunció antes de ponerse de pie y hacer su camino hasta donde la madre de Danna permanecía sentada junto a mi papá con una preocupada expresión.

—Iré a avisarle a las chicas a qué hora será el entierro mañana —informó Genaro poniéndose de pie en dirección a la salida de la elegante sala de velorios.

—Sé que Antonio es tu amigo —comenzó Andy hablando en voz baja—, pero te juro que quiero golpearlo como jamás había deseado golpear a alguien más

—Yo también —coincidió Manuel en medio de un suspiro—, pero si Dan te dijo que no quiere hablar con él, o de él, hay que respetar eso, y controlar nuestros impulsos asesinos —opinó Manuel acercando un poco más a Andrea contra su costado.

Danna.-

Cuando abrí los ojos luego de lo que según yo, había sido un desmayo ya no estaba en el hospital, la habitación era la que mi abuela había asignado en su casa para mí, ropa de color negro estaba cuidadosamente doblada en el silloncito a los pies de la cama; y si esa ropa estaba ahí, para mí, no había sido una horrible y eterna pesadilla, todo había sido real y lágrimas nuevas refrescaron mi cara, apenas saqué los pies de la cama para vestirme ya que no quería perder tiempo e ir al velorio de mi padre, mi madre entró a mi habitación con una bandeja que llevaba comida encima.

—¿Puedes irte? —pedí—, tengo un velorio al cual ir y quiero cambiarme

—Dan, come algo primero —negoció—, tu... aún están preparando el cuerpo de Alfredo, tienes tiempo

—No me importa eso, quiero ir a estar en su velorio lo antes posible

—Danny, por favor, primero come algo, después del calmante necesitas reponer fuerzas

—¿Cuál calmante? —mi mamá dejó la bandeja con comida en una de las mesitas junto al ventanal—, ¿me sedaste?

—Danna, quiero que entiendas que todo —remarcó—, todo, lo hice por tu bien

—Claro, tú me sedas por mi bien, tú mientes... por mi bien

—Pensaba decírtelo, Danna

—¿Cuándo?, ¿a los cincuenta? —sin obtener respuesta continué­—; por favor déjame sola, no es momento para tus explicaciones tardías, quiero cambiarme de ropa —ella asintió y reacia comenzó a caminar de nuevo hasta la puerta de la habitación deteniéndose antes de salir.

—César llegó hace un momento, está en la sala

—Lo veré en unos minutos —respondí comenzando a desvestirme para ponerme ropa más adecuada, di una pequeña mordida al sándwich que mi madre había llevado para mí y un largo sorbo a la coca cola que lo acompañaba sintiéndome un poco más despierta gracias a toda esa azúcar. Antes de que saliera de la habitación hubo un leve golpeteo sobre la madera de la puerta pidiendo permiso para pasar.

Mentiras de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora