Capítulo Noventa y Uno

52 7 1
                                    

Antonio.-

La verdad es que mis palabras no habían sido totalmente coordinadas con lo que había pensado, afortunadamente, ya que si hubiera seguido hablando probablemente Danna nunca más me hubiera querido ver, así que, a pesar de toda mi decepción, toda mi frustración y enojo, fue bueno que me callara las cosas, pero después de unos minutos, cuando lo pensé más fríamente supe que me había sobrado orgullo para hacerle la simple petición de que ella fuese quien me explicara por qué aquel imbécil la había estado tocando como si tuvieran la más grande familiaridad, porque a pesar de lo mal que me sentía, sabía que ella era la única que podía aliviarme, aunque agradecía que una parte de mí siguiera pensando coherentemente y que supiera que no era lo correcto, no podía pedirle eso, había pasado por una situación similar hace un año con Sofía, y sabía que aunque le pidiera una y mil veces que se quedara conmigo, si ella ya tenía una decisión tomada de querer continuar su vida con alguien más, sólo sería inútil desgastarme haciéndole peticiones que no servirían de nada.

Así que decidí regresar a mi casa y casi de inmediato ceder ante Morfeo y dormir unas buenas trece horas... tal vez fueron más. A decir verdad, eso fue lo que hice casi todo el fin de semana y cuando llegué a la escuela el lunes y me senté en mi butaca no pude evitar notar que ya la mayoría de mis compañeros estaban presentes, excepto Danna; se le estaba haciendo tarde y me sorprendió que tampoco entrara cuando Manuel apareció en la puerta con una gorra de color gris puesta con la visera hacía atrás, saludando a la mayoría de las personas con las que se cruzaba, lo que indicaba que por lo menos estaba mejor que los días anteriores en los que hacerlo hablar fue prácticamente imposible.

—Tú ni me hables —advirtió dejando su mochila al lado de su butaca y tomando asiento con la vista al frente de salón, pasaron unos segundos hasta que se giró un poco y suspiró rendido—, a menos que quieras decir algo inteligente, de lo contrario no lo hagas, porque estoy a nada de aventarte mi mochila en la cabeza

—¿Danna no vendrá hoy? —cuestioné a penas mi amigo dejó de hablar. Manuel negó y se quitó la gorra despeinando su cabello.

—Migraña, aunque siendo sinceros, ni su madre ni yo le creemos, usa la misma excusa que mi papá decía cuando no quería salir de la cama, lo que es comprensible grandísimo imbécil, lo que sea que le hayas dicho simplemente no la ha tenido de humor —una amarga sonrisa se formó en mi cara y negué ligeramente recargándome totalmente en el respaldo de mi silla.

—¿Tú crees que yo sí? —pregunté resoplando un poco y cruzándome de brazos mientras veía a Mateo entrar alegremente al salón y en seguida como su ánimo decayó por completo en cuanto sus ojos encontraron el lugar vacío de Danna.

—Pues... qué pasó —quiso saber Manuel.

—¿No te ha contado?

—Si me hubiera contado no te estaría preguntando —respondió sarcástico—, pero me imagino que no fue nada bonito —agregó notando la asesina mirada que le estaba dedicando a Mateo.

—Hola —saludó Carlos pasando a nuestro lado y tomando asiento detrás de mí—, tengo una duda —inquirió dirigiéndose a Manuel.

—Habla —pidió Manuel.

—¿Danna asistirá hoy? —cuestionó Carlos.

—No, tiene migraña, ¿por?

—Esperaba que me ayudara a terminar mi trabajo de Geografía —respondió Carlos encogiéndose ligeramente de hombros con el ceño un poco fruncido.

—Eh, pues... mandó su trabajo conmigo, tal vez si ella estuviera aquí te lo prestaría —supuso Manuel buscando en su mochila hasta sacar un folder de tamaño carta color rojo, el trabajo que supuse era de Danna y entregárselo a Carlos.

Mentiras de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora