Capítulo Ciento Cuatro

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—¿Cada cuando asean aquí? —pregunté entrando en la cabaña y cerrando las cortinas que daban un preámbulo de la vista que podrías encontrar si caminabas unos metros, la vista al "charco lleno de patos" como Antonio se mofaba de aquel encantador y pintoresco lago.

—Supongo que hoy temprano o ayer por la tarde —respondió dejando nuestro muy ligero equipaje en el primer escalón que conducía al segundo piso y caminando en mi dirección al otro lado de la sala, mojé mis labios y tragué saliva al notar la apreciativa mirada que me estaba dirigiendo. Una pícara sonrisa se formó en la comisura de sus labios y junté mis manos a la altura de mi vientre, intentando hilar un solo pensamiento cuerdo.

—Se nota —murmuré en respuesta caminando alrededor del sofá dejándolo a mitad del camino para encontrarse conmigo—, hace mucho que no estábamos aquí —agregué mirando los alrededores de la sala, este lugar me gustaba. Lo escuché reír en voz baja haciendo que lo mirara, él asintió de acuerdo y suspiró.

—Siempre es bueno regresar a nuestros orígenes, ¿no crees?

—Pero nuestros orígenes... ¿no serían la escuela? —cuestioné sin prever que había dejado de caminar y él tomó ventaja de aquello caminando hasta mí deteniéndose frente a tan sólo unos pequeños centímetros, no me estaba tocando pero podía sentir el calor de su piel. Él se encogió de hombros y con la vista sobre mis labios entreabiertos dejó su mano sobre mi espalda baja.

—En la escuela —repitió con un poco de desdén al referirse al lugar—, ¿en serio? —preguntó con una pequeña sonrisa que me hizo golpear ligeramente su pecho; Antonio se rio tirándome contra él y yo negué con la cabeza.

—Eres un pervertido —declaré antes de que él acunara mi cara con sus manos y sus labios cubrieran los míos. Sonreí aún con su boca cubriendo la mía y él suspiró haciéndome sentir como si sólo existiéramos él y yo, y nada más hiciera falta para que yo fuera feliz.

—Tal vez un poco —aceptó mirándome con diversión.

—Deberíamos ir a dormir —opiné—, ¿no estás muerto de cansancio?, yo podría quedarme dormida mientras hablo —añadí haciendo que la diversión en su expresión fuera reemplazada por una notable sorpresa.

—Eh, sí... vamos —cedió tomando mi mano y dedicándome una extraña sonrisa.

—Antonio —llamé, reprimiendo una risa y mordiendo ligeramente mi labio inferior, sin soltar su mano y haciendo que parara en su camino a las escaleras.

—¿Si?

—Es una broma —murmuré haciendo que regresara a mí con urgencia, sus labios presionaron contra los míos causando esas sensaciones por todo mi cuerpo que sólo había conocido cuando lo conocí a él, enredé mis brazos alrededor de su cuello sintiendo que no tenía la suficiente cercanía, Antonio se presionó más contra mí ayudándome mientras sostenía mis muslos y mis piernas se enredaban en su cintura.

—Eres perversa, Dan —se quejó bajando sus labios hasta mi barbilla.

—Deja de quejarte Briseño —murmuré sintiendo su lengua entrar en contacto con la piel sobre mi cuello—, creí que estarías entusiasmado por mi confesión —Antonio pasó sus dientes por la ya sensible piel de mi cuello y me miró sonriente.

—Cariño, tú nunca dejas de hacerme el hombre más dichoso sobre el mundo entero —inquirió con sus labios regresando a los míos y procediendo a caminar cargándome hasta la habitación, me dejó con delicadeza sobre el colchón de la cama y me miró fijamente por un par de segundos, luego se incorporó para deshacerse de la chamarra que llevaba puesta y su playera dejándome con la boca completamente seca en cuanto mis ojos se encontraron con su abdomen tan bien trabajado.

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