Capítulo Trece

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—¿Hay una librería aquí? —pregunté a Antonio.

—Sí

—¿Me acompañas?

—Eh, de acuerdo, vamos

—Los vemos aquí en un rato —avisé a Andrea y a Manuel antes de caminar con Antonio en busca de la librería.

—Ególatra —murmuré antes de soltar su mano precipitadamente, él rio en voz baja.

Antonio.-

—Tu mano es pequeñita, por cierto —me miró un poco mal y siguió mirando el camino por dónde íbamos—, me hace dudar un poco de tu edad, ya en serio, cuántos años tienes ¿catorce?, ¿quince?

—Diecisiete, tengo diecisiete —respondió enojada; aunque yo era sumamente consciente de lo crecida que estaba.

—Ahí está, tu librería —señalé la tienda ubicada entre una tienda de tenis y otra de artículos para celulares. No sé si en realidad me escuchó, pero hizo su camino con un poco de prisa hasta el interior del local; ignoró completamente la mirada que el muchacho que estaba sentado detrás de la caja registradora le dirigió, era más o menos una como la mía la primera vez que la vi entrar al salón.

La seguí a paso lento mientras ella ya llevaba en brazos dos libros.

—¿Puedo saber para qué necesitas esos libros?

—Iluminaré los dibujos que encuentre en ellos —respondió sarcástica, aunque me reí un poco.

—Fue una mala pregunta —acepté—; déjame ver —pedí, ella me entregó los libros y el primero mostraba a un tipo de ojos verdes brillantes en la portada, leí la reseña en la parte posterior y entregué el libro de vuelta—, ¿no que tenías diecisiete años?

—Cállate y muévete que quiero otro y no me dejas buscarlo a gusto —reclamó.

—Eres tan amable —acusé.

—Por favor —agregó, sumándole a sus palabras una pequeña sonrisa que obviamente estaba siendo forzada. Me moví unos cuantos pasos y encontré un libro que yo ya había leído.

—Lleva este, es bueno —señalé.

—¿Lo has leído?

—Tu pregunta me ofende Danna, es cómo si creyeras que sólo porque soy increíblemente sexy no sé leer —una sonrisa no forzada se asomó en la comisura de sus labios y negó ligeramente.

—Yo no creo que eres increíblemente sexy, pero confiaré en tu palabra, me llevo el libro —decidió, caminando a la caja registradora, el muchacho que la atendió se puso nervioso y creo que ella ni si quiera lo notó, sólo estaba como "ya, dame mis libros".

Y una vez que salimos de la librería hicimos un poco más lento el trayecto de regreso hasta donde habíamos dejado a Andrea y a Manuel puesto que no queríamos llegar a donde ellos y que siguieran discutiendo.

—Finalmente —exclamó Andrea tomando el brazo de Danna y caminando con ella unos pasos lejos de mí y Manuel.

—¿Todo está bien? —le pregunté a mi amigo.

—Mejor que nunca —respondió sonriente—, ¿y tú?

—No lo sé

—¿No lo sabes?

—Eso dije —asentí sin apartar la mirada de Danna que negaba con la cabeza mientras escuchaba a Andrea.

—Yo creo que sí sabes, sólo que te quieres hacer menso —opinó.

Mentiras de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora