Capítulo Cincuenta y Siete

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Danna.-

Cuando abrí los ojos no estaba ni si quiera cerca de amanecer, la oscuridad envolvía casi todo a mi alrededor de no ser por la pequeña franja de luz que entraba a la habitación desde el pasillo iluminando un poco las cosas. Antonio se removió a mi lado colocando una almohada más bajo su cabeza y volviendo a tomar mi mano entre la suya.

—¿Por qué aún no estás dormido? —pregunté acomodando mi cabeza sobre su pecho y sintiendo su mano acariciar la curva de mi cintura. Antonio me miró y suspiró encogiéndose de hombros.

—¿Tú por qué no estás dormida?

—No tengo sueño

—Pero si ya estabas roncando

—Yo no ronco —me quejé, Antonio se rio en voz baja y besó lo alto de mi frente.

—Broma —aclaró—, ya estabas dormida, ¿qué pasó? —fue mi turno para encogerme de hombros.

—¿Qué tanto pensabas? —curioseé comenzando a formar figuras abstractas con mi dedo sobre su pecho.

—Nada importante Dan, sólo... que te ves muy bien con mis playeras puestas —inquirió haciéndome sonreír ya que llevaba una como pijama— dime, ¿hay algo con lo que no te veas tan preciosa como siempre?

—¿Puedo saber por qué estás tan adulador? —pregunté apartando el edredón de encima de mí y subiendo a su regazo, sus brazos se apretaron a mi alrededor y besó mi cuello.

—Si voy a recibir esta clase de recompensas por decir lo bien que te ves vestida de cualquier manera, lo haré más a menudo —decidió rozando sus labios en el lóbulo de mi oreja.

—¿Recompensa? —Antonio asintió, desviando las atenciones de su boca hacia mi hombro—, mi amor, si querías besarme sólo debiste haberlo dicho y ya —su mirada se encontró con la mía y una sonrisa apareció en la comisura de sus labios.

—Eres tan egoísta —se quejó presionando sus labios contra los míos— debiste haberme dicho eso hace un montón de horas —agregó acariciando mi pierna llegando hasta el dobladillo de su playera. Con un poco más de fuerza y con sus labios de vuelta sobre los míos quedé sentada a horcajadas sobre él, sintiendo sus manos recorrer el interior de mis muslos y la respuesta que su cuerpo tenía contra el mío.

Yo sabía que estas pequeñas caricias acompañadas de largos y ardientes besos no tardarían mucho tiempo más en acabar, sabía que dentro de poco Antonio recuperaría un poco de su autocontrol y frenaría todo con mucha sutileza, pero esta ocasión era diferente, me sentía reacia a dejarlo ir, no quería que se detuviera porque lo había estado pensando desde hace unos días, quizá era precipitado, pero ese argumento no tenía mayor validez para mí, no cuando con él me sentía tan segura y tan bien de estar haciendo lo que hacíamos.

—Dan —musitó Antonio con la voz ronca y la respiración pesada.

—¿Si? —pregunté enredando mis dedos en su cabello atrayéndolo a mí.

—¿Qué haces? —cuestionó mordiendo mi labio inferior, con sus manos dentro de su playera, sobre mi abdomen.

—¿Qué parece que quiero hacer?

—Muchas cosas mi amor, y justamente hoy soy un hombre con una voluntad muy débil —inquirió mientras mis labios paseaban por su cuello en dirección al sur y después al norte.

—Bien, esta noche no necesitaremos tu increíble fuerza de voluntad —murmuré a su oído, Antonio buscó mi mirada y presionó mis labios entre los suyos antes de que dijera algo más.

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