Genaro & Marlen - Epílogo

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No hace mucho Genaro Rinalde creía que para cuando se convirtiera en papá, tendrían que haber pasado por lo menos cuatro o hasta cinco años, la diferencia radicaba en que, cuando tenía esa creencia que no supo cuando o cómo había obtenido, aún no había tenido el enorme placer de conocer a Marlen Estrada, sí, la diferencia la marco Marlen, de una manera notable recordó Genaro sintiéndose sonreír ante tan sólo el pensamiento de la que de una manera un poco apresurada se había convertido en su esposa, y con apresurada se refería a que por el momento, solo habían celebrado la unión civil, ya que Mar se había negado a organizar una boda religiosa en tan poco tiempo y prefería esperar hasta que su bebé naciera para hacerlo con calma, tranquilidad y con la oportunidad de lucir como era debido según había dicho ella. La verdad para Genaro era más simple, para él ella siempre luciría hermosamente perfecta, claro que sí Mar lo pedía, él la complacería, finalmente desde el momento en que se conocieron la mujer había tenido una increíble capacidad para hacer de él todo un número, esa increíble manera en la que se convirtió en muy poco tiempo en todo su mundo.
—Hola —saludó Antonio recargándose junto a mí en el costado de mi auto, cruzando los brazos y pareciendo un tanto somnoliento—; ¿también esperas a tu chica?
—Mi esposa —le corregí con una pequeña sonrisa mientras asentía con la cabeza.
—Gracias, esa fue una manera muy sutil de burlarte porque mi Dan ha decidido esperar para casarse conmigo —se quejó despeinándose un poco.
—Ay, no fue mi intención —murmuré sin poder evitar sonreír con diversión, era un poco extraño ver a Antonio quejarse porque mi prima había optado por esperar para contraer matrimonio, sobre todo cuando yo estaba un poco familiarizado con mujeres que eran ellas las que se quejaban porque sus novios simplemente no querían dar el siguiente paso, la gran boda—, simplemente no pensé que te afectara tanto —confesé—, pero entiéndeme, es lindo poder repetir todo el tiempo que Mar es mi esposa
—Lo imagino, no te preocupes —respondió Antonio encogiéndose ligeramente de hombros-; en fin, cómo va todo —cuestionó notando al mismo tiempo que yo el auto de Daniel que se estacionó no muy lejos de nosotros como era costumbre, generalmente nos encontrábamos unos minutos a la hora en que las chicas salían de la universidad pero nunca intercambiábamos demasiadas palabras porque casi nunca sus horarios coincidían, a excepción de los dos días a la semana en las que ellas se las arreglaron para hacer que su última hora, la clase de inglés, coincidiera para que la tomaran juntas.
—La verdad, va mucho mejor de lo que alguna vez pude haber imaginado —confesé segundos antes de que Daniel se uniera a nuestra conversación.
—Hola, ¿qué hay? —inquirió Daniel a manera de saludo.
—No mucho —respondí—, aún no salen
—¿Alguien además de mí tiene la corazonada de que ellas no necesitan esa clase de inglés? —Antonio asintió de acuerdo y esperé que Daniel explicará por qué creía eso—, porque seamos sinceros, aunque ellas estuvieran en Japón lograrían hacerse entender con los lugareños
—Buen punto —concedí distrayéndome un poco cuando las personas comenzaron a salir del aula donde ellas también tomaban clase.
—En realidad lo hacen más como para estar cerca, mira que sí es un gran cambio dejar de ver a personas que antes veías diario por lo menos siete horas al día —opinó Antonio.
—¿Eso quiere decir que me extrañas? —bromeó Daniel con el novio de mi prima.
—Lo decía por Danna, ahora tenemos suerte si disponemos de cuatro horas al día —respondió.
—Me agradaría mucho si dejan de proyectarse un momento —interrumpí—; acaban de salir —señalé comenzando a caminar en compañía de ellos hacia donde las chicas caminaban a paso lento y conversando sobre sabrá Dios qué, yo solo pensaba en saludar a mi esposa como era debido; y cuando su mirada se topó con la mía sonreí ampliamente, ella me devolvió la sonrisa y si es que era posible estar un poco más enamorado de lo que yo ya estaba, pues me hubiera enamorado otro poco de Mar en ese instante.
—Hola mi amor —saludé besando su frente y pasando perezosamente por el puente de su nariz hasta llegar a sus labios—, ¿cómo están? —ella suspiró y sonrió con dulzura.
—Con sueño y tenemos antojo de granadas, pero bien —inquirió Mar.
—Conseguiremos tus granadas, ahora hay que darnos un poco de prisa, tenemos una cita —le recordé ayudando a cargar su mochila.
—Las llamaré más tarde, me dio gusto verlos chicos, los amamos, pero tenemos que irnos —musitó Marlen en voz alta comenzando a despedirse de los presentes.
—¿No nos acompañan a comer? —preguntó Daniel.
—La semana que entra —prometí—, hoy tenemos cita para saber el sexo del bebé

Mentiras de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora