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Los vientos fuertes de finales septiembre hicieron que su cabello negro le tapara la vista mientras caminaba. Bajó la mirada hasta el reloj de su muñeca, el cual marcaba las cuatro de la tarde, y suspiró con pesadez sintiendo una persistente jaqueca en sus sienes.

Estaba ligeramente preocupado. Su jefe no había llamado confirmando que las ilustraciones manuales que había enviado por correo hubieran llegado. Habían pasado más de dos horas, y los envíos nunca llevaban más de una. Incluso llamó al servicio de correo, y le habían dicho que tenían unas cuantas demoras para las entregas, pero Jungkook no podía tardarse en entregar su trabajo, su condenado plazo se lo impedía.

Se arrepintió un poco en dejar su trabajo en manos de una empresa deficiente. Él mismo lo habría entregado más rápido. Mientras caminaba hacia el café de una pequeña esquina en el vecindario continuo al suyo, revisó una y otra vez su móvil por si su jefe llamada, y se estresó cada vez más al no encontrar nada cada vez que lo hizo.

Levantó la mirada para el viento llevara su cabello hacia atrás y su rostro pudiera estar despejado. Este otoño había estado un poco más extraño que los anteriores: demasiado desordenado. Usualmente, llovía por semanas, y las hojas de los árboles se secaban y comenzaban a caer, dejando a los árboles listos para el invierno, pero las últimas semanas el clima había sido algo completamente imposible de predecir. Cada día era un suceso diferente, ya fueran muy bajas temperaturas, diluvios, humedad, o vientos. Las hojas de algunos árboles aún se veían poco maduras para caerse, lo cual, aunque la gente no se fijara mucho en eso, inquietaba a Jungkook.

¿Parecía coincidencia que justo después de conocer a aquel castaño todo su mundo comenzara a modificarse a una dimensión caótica? Incluso las estaciones, qué descabellado.

Su estrés y mente atrofiada no lo dejaron pensar con claridad hasta que puso pie dentro del café, y el sonido de la campanita de la puerta lo alarmó más de lo que debería.

Porque de golpe había recordado eso que se había esforzado en ignorar y olvidar.

Tragó saliva, y sintió ganas de pasarse las manos por el cabello para intentar drenar los nervios que comenzaron a acumularse en la boca de su estómago. No lo hizo. Las personas dentro del café fueron ajenas a su presencia, y lo agradeció, ya que se había quedado estático en la entrada y lo último que quería era atención.

Pero cuando dirigió su mirada al mostrador, se dio cuenta de que en realidad no era el único estático.

Los nervios se hicieron más fuertes, pero esta vez se mezclaron con algo de irritación cuando su mirada chocó con la de Taehyung. El hombre estaba en la caja, recibiendo el dinero de un cliente, pero al parecer su entrada le había hecho detener todas sus acciones, y ahora estaba con la boca entreabierta, como si hubiera dejado una frase a medio terminar, y sostenía en la mano un recibo.

Ninguno de los dos apartó la mirada por unos buenos segundos. Taehyung fue el primero en desviarla, y ligeramente atontado siguió atendiendo al cliente. Sus labios flaquearon al tornarse en una sonrisa, y Jungkook, logró por fin hacer que sus piernas se movieran a una mesa cuando se dio cuenta de que impedía el paso de más clientes que querían entrar.

Abiertamente enfadado ahora, se sentó en la mesa de siempre y se cruzó de brazos. Aquella oleada de emociones negativas tenían que parar ahora. Él debía controlarlas.

Y así lo hizo. Su rostro volvió a la expresión neutra de siempre, y examinó el menú aunque después de semanas leyéndolo ya se lo supiera de memoria. Acomodó los lentes redondos en el puente de su nariz, y distinguió una figura acercándose a él.

Desgraciadamente, no era Taehyung.

Cerró su entrecejo en su expresión confundida. ¿Desgraciadamente? Apretó las manos bajo la mesa. ¿Por qué decía aquello? Era mejor de ese modo, después de aquella parálisis en la entrada lo más apropiado era que no se cruzaran.

Control «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora