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Las grandes puertas del auditorio se abrieron, de par en par, descubriendo una algarabía colorida entre todos las togas oscuras.

Jeon Jungkook se pasó las manos por los ojos, obligando a sus puños a funcionar como pañuelos para limpiar sus lágrimas, y respiró profundo para normalizar su expresión.

Bien, bien, estaban saliendo. Tenía que parecer neutro. Tendría que parecer neutro o sería el hazmerreír del chico el resto de su vida.

Sostuvo con fuerza su ramo de lavanda con pequeños cogollos rosales y algodones, y se irguió en su puesto —sintiendo su costilla sufrir un poco por la fuerza que le implicó hacerlo— buscando aquella melena castaña familiar, que para ese día, debía de estar bajo un birrete.

Dios, la ceremonia había sido demasiado. Desde verlo en casa arreglándose hasta traerlo. Encontrar un buen puesto y ponerse cómodo entre la multitud de distintos familiares y amigos había dejado de ser un problema cuando el decano de la Universidad de Hongik había comenzado su discurso.

Todo había comenzado muy formal, pero después de los primeros minutos se había descubierto a sí mismo como una bolita de lágrimas y sentimientos débiles susceptibles a la conmoción por sus palabras. Porque lo que había dicho era verdadero: todo esto era un ciclo cerrándose. El fin de una era. El cerrar una puerta y abrir una más grande. Todos estos chicos y chicas, hoy graduados, iban a vivir de su sueño ahora, en vez de solo mirarlo desde lejos.

Ahora brillaban por su cuenta. Ahora podían volar libres.

Incluso aquellos que se habían apagado en la mitad del camino.

Incluso aquellos que en algún punto habían tenido una ala rota.

Porque ellos también lo habían logrado.

Porque él lo había logrado.

En cuanto Jeon Jungkook vio la melena castaña de Kim Taehyung rebotar bajo su birrete, su poco autocontrol atrofiado de euforia y orgullo le hicieron mover las piernas hacia él. La multitud fue dispersándose como gran favor a su urgencia. Y no esperó a dirigirle alguna palabra cuando el castaño notó su presencia, sino que se lanzó hacia él y lo acunó en sus brazos queriendo adorar todas las partes de su persona que ahora habían dejado atrás las dificultades, y florecía como milagro hermoso en el inicio del verano.

Taehyung, no pudiendo asimilar del todo la caminata del hombre hacia él y sus brazos rodeándole, solo rió con nerviosismo sintiendo la calidez recorrerle desde la coronilla hasta el dedo pequeñito del pie. Alzó los brazos para corresponder, pero el hombre no le dio tiempo de nada cuando lo alejó de un golpe y lo miró fijo a los ojos.

Los hombres se miraron fijo, el chocolate admirando, y el avellana perplejo.

Entonces el pelinegro acunó su rostro con las manos, y se inclinó para besarle la frente.

Kim Taehyung, aún anonadado, apretó los puñitos en las ropas de Jungkook, sintiendo sus mejillas acalorarse.

Fue una pena que se avergonzara.

Porque ese a penas era el inicio.

Jeon Jungkook, con la fascinación haciendo estragos en su estómago, le besó la frente, y las sienes, y la nariz, y sus ojitos, y sus mejillas, y las comisuras de la boca.

El corazón de Taehyung, violento y alocado, se apretó enviando corrientes picosas por todo su cuerpo, haciéndolo soltar pequeñas carcajadas, como un niño.

Su cara yacía hirviendo en carmesí para entonces.

Así que en el momento que vio al hombre acercarse a sus labios, entre una gran sonrisa le golpeó el pecho, como si estuviera enojado.

Control «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora