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Los mismos ojos conciliadores que le habían recibido desde el primer día se achicaron al sonreírle, con una calidez francamente indescriptible. El hombre, frente a ella, retuvo el aliento intentando descifrar qué clase de poder secreto tenía ella para relajar su organismo completo al tenerlo fente a sus narices. ¿Era simple sugestión suya? ¿O tenía ella algún poder oculto?

De repente la silla se sentía acolchada, y el aire que se había vuelto pesado todo el camino hacia el consultorio era ahora liviano y casi fresco. El aura sutilmente colorida del lugar entraba por sus ojos como calmantes instantáneos. ¿Cómo era posible?

Daba miedo lo agradable que era.

La rubia, contraria a él tras su escritorio de vidrio, tecleaba en la computadora de mesa sin parar, con sus lentes de media luna reposando en el puente de su nariz. Jeon Jungkook bajó la mirada hacia sus muslos, y acomodó los brazos en la silla sólo esperando pacientemente a que ella finalizara.

Los primeros meses, aquel ademán de ella lo había puesto tan rígido y tenso como una piedra. Oírla teclear era estresante. El silencio que hacía ella mientras eso lo era aún más. Pero se había tornado soportable cuando había aprendido a perderse en su cabeza, de forma simultánea.

Sí, bueno, en realidad ella le había enseñado aquel mecanismo de distracción. Jeon Jungkook había sido por décadas un ser susceptible a la ansiedad y a prestarle atención exagerada a lo que le rodeaba. La doctora Kang Yeo Reum había notado su comportamiento casi desde el primer día, así que ella, como recomendación general (ya que en ese entonces no lo conocía mucho) le había indicado que intentara desviar sus pensamientos a algo que no implicara ser tan consciente de su alrededor. No era extraviarse en su cabeza, ni mucho menos. Era, simplemente, buscar distraerse con algo que lo relajara. "Pensar en otra cosa" y de esa forma "cancelar la consciencia extrema", y más mecanismos que después de semanas de intentos fallidos y frustraciones habían aflorado un poco. Jungkook, en medio de su terquedad, tenía que admitirlo. De tanto intentarlo estaba dando algunos resultados.

Tanto que, como en ese momento, lo lograba. Ese día había decidido pensar, mientras la doctora tecleaba, en lo que le transmitía ese consultorio. Ya lo había analizado. Y lo tenía interesadamente tranquilo, de una forma bastante cotidiana.

La doctora detuvo su tecleo y lo miró, atrapando al hombre mirándola. Su ceja se enarcó con inquietud, pero su boca hizo un mohín de diversión.

―¿Todo en orden, Jungkook?― preguntó, sugerente. El hombre parpadeó antes de asentir con la cabeza, con un brillo agradable en sus orbes. La mujer, reprimiendo a la perfección una risita, dejó de falsamente teclear (aunque hacían cinco minutos que había terminado de llenar la historia clínica, como era costumbre con cada paciente), terminando la prueba a la que había sometido a Jungkook. Asintió leve con la cabeza.

Eso estaba bien. El pelinegro no había dicho una sola queja mientras ella había continuado con aquel ademán fastidioso. Esto había pasado miles de veces antes en otras sesiones, así que por eso había sido cautelosa. Pero el comportamiento de Jungkook sugería que había estado trabajando en su autocontrol, y eso era un buen paso en su tratamiento. Eran buenas noticias, en comparación a lo que tenía que proceder a contarle aquel día.

Habían pasado tres meses desde que el hombre había comenzado a tratarse con ella. Meses en los que Kang Yeo Reum se había tomado la libertad de conocer e indagar en la persona que era Jeon Jungkook. No la llamaban una de las mejores terapeutas por nada. Antes de realizar cualquier diagnóstico, ella tenía que estar segura de lo que estaba diciendo. La mente de sus pacientes no era un lugar para ambivalencias, así que le huía a las palabras descuidadas que pudieran provocar efectos adversos y dedicaba cada minuto que tuviera a entender a sus pacientes.

Control «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora