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Instalar miedo en las personas no era una tarea demasiado complicada. 

Todo bastaba con conocer algún punto débil del objetivo y ponerlo en riesgo. 

El producto de esto, aumentaba una infinidad de veces su magnitud, envolviendo a la víctima de sus intenciones en algo que aunque comenzara de forma mínima y desapercibida, después lo cegaría en su propia inseguridad.

Ji Taehyung había crecido de esta forma. Lleno de miedos, de límites e inseguridades que lo habían roto por dentro. Crecer en familias adineradas no siempre era la maravilla que otras personas relataban: no al menos, si se crecía con padre demente e irascible que en su urgencia de mantener todo bajo su control había hundido a una familia completa. Maltratos y abusos, hacia su madre, su hermano mayor e incluso su pequeña hermana habían teñido de oscuridad el hogar que el pelirrojo hubiera querido que fuera normal.

Por el miedo que el hombre había inculcado en todos, un fuerte deterioro se fue haciendo en sus cabezas, haciendo más graves y profundas las heridas. Su hermana, ahora con quince años, estaba internada en su casa sedada todo el día para no acabar consigo misma. Su hermano, que era quizá ahora peor que su padre, golpeaba las paredes con compulsión en las noches. Y su madre, que se la pasaba todo el día en cama con las cortinas cerradas y en completo silencio. Ji Taehyung nunca había comprendido si aquel resultado era el que su padre había esperado en un principio, y su actitud de normalidad frente a ese gran desastre tampoco decía mucho. Ni siquiera podía pensar en pronunciarse al respecto, quejarse de algo con el hombre era motivo suficiente para recibir un golpe o un insulto.

Las repercusiones emocionales no habían sido una excepción con él en lo absoluto. Desde pequeño, había aprendido a no decir nada de sí mismo. Sonreírle a todo y a todos lo había salvado de muchas golpizas y abusos en el pasado. Sonreír era su escudo, y aunque ya era un experto esbozando versiones genuinas aquella expresión, no había instante en el que hacerlo no le provocara un extraño vacío en el pecho.

Aferrarse a las personas no era algo bueno, y Ji, al estar siempre expuesto al trato severo y malvado de su padre podía asegurar que no tenía algún tipo de vínculo que lo conectara con otro ente humano. Había crecido completamente solo, concentrado en solo mantener las apariencias, volviéndose sin saberlo: más propenso a los apegos de lo que se pensaría.

Porque en su urgencia de aprobación paterna y todos sus vacíos emocionales: tenía un corazón vulnerable al buen trato.

Había una primera vez para todo, y la persona que había hecho a su corazón latir contento por primera vez en su vida oscura; tenía un hermoso nombre y apellido.

Min Yoongi.

La manera de conocerlo quizá no había sido la más adecuada. Aunque se vieran de vez en cuando desde pequeños, ya que sus familias se conocían, nunca había sentido algún interés por hablarle. Ji no solía acercarse a la gente. Hasta que años después, justamente en la fiesta de compromiso de su hermana Heize, había vuelto a verlo. El querer obtener su atención había retoñado nuevas dimensiones en su persona.

Fue esa noche que se dio cuenta que le gustaban los chicos. Ese chico en particular.

Porque cuando había visto al hombre, todo bien vestido y deslumbrante en su traje, con su cabello brillante, su tez porcelana, sus ojos cálidos entre la indiferencia de su semblante, sus labios rosados y proporcionales: supo que había caído. Ese había sido el comienzo, pero el desatar abrupto de su apego había surgido cuando había hablado con él.

Porque aunque el hombre era frío, también era cordial y amable. Nunca nada que hubiera visto antes en una persona. Le seguía la conversación, le miraba con ojos atentos y parecía tener algo de interés en su compañía.

Quizá fue porque nunca había probado el cariño, y al tenerlo cerca lo había arraigado demasiado a sí mismo. Quizá fue porque en el fondo siempre había añorado un trato así.

Pero se había obsesionado, y lastimosamente, lo había hecho por cosas que quería y pensaba que tenía Yoongi para él que en realidad no estaba allí. Ji Taehyung no era consciente de dimensiones, no conocía qué límites podía sobrepasar o no; nunca se lo habían enseñado.

Y ahora era muy tarde. En el instante en el que golpeó y pateó el rostro de un hombre por querer robar la atención que Yoongi "solía darle" después de haberlo llamado hasta el cansancio y buscarlo hasta encontrarlo; se había dado cuenta de lo jodido que estaba todo.

Pero ya no iba a detenerse. Sus retorcidos sentimientos ya no lo dejarían salir. Tenía que conseguir a Yoongi de alguna forma, tenía que sentir aquello que había reparado un poco su corazón.

¿Por qué Yoongi huía de él? ¿Por qué insistía en no verle?

No era justo. Su vida nunca había sido justa.

Yoongi iba a estar con él, fuera como fuera. No iba a rendirse.

Y para eso necesitaba deshacerse de todos los obstáculos que existían. Pensó que Namjoon había sido suficiente, pero aquel día en el que en su urgencia de información había seguido a aquel chico castaño de cabello largo hasta el trabajo y había oído la conversación que mantuvo con Yoongi por teléfono, supo que se equivocaba. 

Tenía que ser una broma.

¿Qué era lo que había oído? ¿Orden de alejamiento? ¿Una denuncia? ¿Por qué ese idiota creaba tanto alboroto?

¿Por qué se metía? ¿Por qué intentaba manipular a Yoongi? ¿Por qué quería alejarlo de él?

Tenía que hacer algo para impedirlo.

Tenía que alejarlo como fuera.

Y si causarle miedo era suficiente para lograrlo, estaría bien. Así que estaba dispuesto a asustarlo:

Quitarle su trabajo, y advertirle de que si llegaba a estar más cerca: lo ocurrido con Namjoon sería mínimo comparado con lo que le pasaría a él.

Haría todo lo que fuera. Claro que lo haría.

Porque estaba harto de ser pisoteado.

Porque él también quería sentirse bien.

Y él también merecía ser feliz.

Control «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora