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Kim Taehyung distinguió su aliento volverse vapor en el aire, y, fascinado con la vista cual niño pequeño, respiró con más fuerza para repetir el momento.

El vapor se veía bonito. Un pequeño cálido que se tornaba frío en menos que un segundo. Una pequeña nube o corriente efímera que salía transformada gracias al impulso propio.

―Bonito...― musitó para sí mismo, y volvió a exhalar con fuerza para sonreír tras el vapor― Bo-ni-to. ―repitió, y rió, sintiendo ganas de caminar en saltitos.

De nuevo, el frío no se sentía mal. La primera vez que se había sentido similar había sido cuando veía nevar fuera mientras cierto pelinegro le acariciaba el cabello luego de un tortuoso incendio, y aunque no se había fijado mucho en eso desde allí, su convicción no parecía haber cambiado.

El frío no era tan malo, después de todo. Seguía siendo mejor el verano, porque al menos el agua no se congelaba en las tuberías, pero ya era soportable.

Quizá era cosa suya y se sentía bien con todo porque todos los problemas de su vida parecían haberse solucionado. O bueno, casi todos. Quizá era solo que los colores retoñando en plena paz en su pecho instalaban un filtro en sus ojos que volvía todo bello y ameno.

O quizá, simplemente, había aprendido que el invierno no era tan frío si no estaba triste.

Rió cortamente, por el cosquilleo que recorrió su pancita al recordar todo lo ocurrido esa mañana. Evadiendo el hecho de que Frida se había perdido, había podido hablar con Ha Neul y con su padre. No importaba que a una le dijera la verdad y al otro una mentira piadosa -más específicamente, un "Me dí un descanso en casa de un amigo después del incidente en el café y me alejé de todo por un rato" - que aunque no había sido muy bien ingeniada fue finalmente creída por su padre. Todo aportaba al hecho de que, por fin, todo estaba bien.

Tenía el pleno derecho a estar tranquilo.

Y eso era maravilloso.

Rió de nuevo, alegre consigo mismo. Todo parecía tan pequeño y lejano ahora. No había nada, realmente, que derrumbara su ánimo ahora.

Ni siquiera el hecho de que iba a volver a la universidad y eso le aterraba (aunque no hubiera fallado con esa corazonada que le había dicho que su padre estallaría de felicidad por la noticia. Cosa que, por supuesto, había sucedido y disipado cualquier tensión previa).

Ni siquiera el hecho de que la herida dentro suyo con el nombre de Seokjin estuviera doliendo de nuevo.

Ni siquiera el hecho de que llegaba a las puertas del edificio de Jungkook, el hombre con el que había tenido, entre todos sus malentendidos, una discusión en extremo incómoda la noche anterior.

Era un buen día a pesar de las nubes grises en el cielo no dejando cruzar los rayos solares de la tarde y la nieve mojando la bota de sus jeans.

Era un buen día y nada podía cambiar eso.

Con el entusiasmo activado cruzó las puertas del edificio de su difunto novio y su "folla-amigo". Subió las escaleras a saltitos, y llegó hasta el segundo piso totalmente ajeno a lo que había dejado allí al salir disparado más temprano ese día.

Cuando se dio cuenta de su descuido, con ojos tan amplios como platos, se dejó una palmada en la frente.

Que idiota.

Había dejado la puerta del lugar de Jungkook entreabierta.

Una corriente de vértigo le recorrió el cuerpo y le pegó una sacudida.

Santa mierda, ¿qué había hecho?

Miró a los alrededores, temiendo que alguien lo supiera, que lo acusara y estampara en su frente la palabra "irresponsable". Y con la culpa volviéndose cruel paranoia, corrió hasta internarse en el apartamento y cerró la puerta desde dentro con su espalda contra la superficie. Su cabello voló estrepitosamente y aterrizó en su rostro por culpa del impacto.

Control «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora