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Las luces de las farolas se hicieron destellos borrosos mientras apretaba el manubrio en sus manos. El viento hizo rechinar las ventanillas, contrastando con la calidez de la calefacción dentro del auto. Jungkook acababa de detenerse.

Y Kim Young Soo, de copiloto, hablaba sin parar a su lado, algo impulsado por el alcohol en su sistema.

Aunque bueno —Jungkook se pasó una mano por el rostro brevememente para ocultar la exasperación— al parecer, aquel chico no sabía hacer otra maldita cosa que parlotear.

Respiró profundo, mirando fijo en panel del kilometraje y la gasolina, perdiéndose. De esa forma, distraído, había estado las últimas horas. Pero eso no había sido un impedimento para que Young Soo hablara y mantuviera una extraña conversación con sí mismo, porque Jungkook no le prestaba la atención suficiente como para siquiera asentir con la cabeza.

El pelinegro espabiló mientras tragaba saliva y parpadeaba con tensión y algo de nerviosismo. Enfocó entonces la mirada en sus nudillos en el manubrio de su coche ―una de sus otras nuevas adquisiciones― que yacían pálidos por la presión que ejercía en ellos, e intentó tomar otra bocanada de aire para, de alguna forma, relajarse.

El nudo de su garganta no lo dejó hacerlo.

―En fin, ¡lo disfruté mucho hoy! Aunque eres igual de callado fuera que dentro de casa, ¿verdad?― aquello lo había dicho Young Soo, con un claro deje de malestar en su voz e intentando derrumbar la clara muralla que había puesto Jungkook hacia él. Sin embargo, Jungkook de nuevo no le escuchaba. Observó al pelinegro mayor mirar fijamente el manubrio, como imbécil hipnotizado, y suspiró entonces a sus adentros con exasperación. ¿Qué tornillo tenía suelto? Bien, quizá la atención del hombre no fuera sólo para él siempre, pero esto era patético. ¿Había escuchado alguna de sus palabras esa noche? ¿Tan siquiera sabía que estaba a su lado? ¿Estaba distraído, o lo ignoraba sin ningún tipo de vergüenza?

Esto agotaba su paciencia.

Jungkook, por su lado, ya ni siquiera podía ir sus propios pensamientos. Su corazón latía con desenfreno en su pecho impidiéndole cualquier concentración con el exterior. Estuvo estático en su puesto hasta que percibió de alguna forma que el coche estaba demasiado silencioso.

Entonces volvió la cabeza, como un búho desorientado, hacia Young Soo.

Sus labios se entreabrieron al ver al chico mirándole, con un claro deje de enfado en su expresión. Entonces en un fugaz raciocinio fue consciente de lo que había hecho —ahora y toda la noche— y dejó caer los hombros, soltando el manubrio y dejando sus manos en los muslos. Permaneció boquiabierto.

—Young Soo— dijo entonces, sintiendo su garganta caliente y perezosa. Maldijo a sus adentros mientras se mordía el interior de la mejilla. ¿Por cuánto tiempo había estado en silencio hasta ahora que su garganta se sentía de esa forma?

El chico enarcó levemente su ceja, cruzando los brazos en su abdomen.

—Jungkook— respondió él. Desafiante. Intentando que el hombre, de alguna forma, reaccionara a eso.

Pero Jungkook no era de ese tipo de hombres.

Al menos no con él.

El pelinegro mayor desvió la mirada de sus ojos y miró el edificio de residencia del chico tras su ventanilla.

—Sano y salvo— dijo entonces, recalcando el hecho de que habían llegado.

Young Soo podía ahora irse.

Y aquello fue evidente para el chico, que mirándolo aún fijo, suspiró con irritación y se quitó el cinturón de seguridad.

Se cuestionó momentáneamente si Jungkook era siempre de esta forma. Tan distante y ajeno, en su propio mundo.

Control «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora