Viajando entre sueños, el joven castaño se sintió flotar en arena, como si esta fuera solo pompas doradas de algodón. Una tenue melodía conocida se deslizó por su cuerpo, arropándolo con sensaciones amenas y unas manos cálidas rodeando su cintura. El sol de atardecer le acarició las pieles, y la brisa marina revolcó su cabello trayendo en sí el aroma a sal y algo exquisito y desconocido.
Los recuerdos lo llevaron así al día en que más pleno su corazón se había sentido. Todo ameno. Sin agites, sin presiones, sin preocupaciones. Sólo fluyendo entre aquel hermoso día, con el cielo coloreado sobre su cabeza en pincelazos naranjas, mientras el sol se acercaba para besar el mar y darle las buenas noches. El día perfecto.
El día ideal.
La respiración familiar que descansaba en su cuello le dejó una sonrisa perpetua en el rostro. Su traje de satín negro, a ese punto salpicado de arena, se sintió como un estorbo en el momento de abrazar a la presencia adorada que sentía frente a él.
Su esposo, a partir de ese día.
Su corazón, aún dormido, se sacudió.
Y así, de su memoria se continuó reproduciendo el recuerdo, pesando en su alma de la manera más preciosa, como la causa de su euforia permanente hasta el día presente.
Tras ellos dos, que yacían abrazados entrelazados de piernas uno frente al otro, con la cabeza del pelinegro Jeon Jungkook descansando en su hombro, se escuchó el vals lento que más allá tocaban en la fiesta. Su fiesta. La fiesta por su boda.
Quizás no era lo más adecuado, el salirse de ella.
Pero eso no los distrajo de permanecer así, cerquita contra el otro junto al mar. Ya habían estado posando para innumerables fotos ese día, los habían saludado a todos y habían permanecido en la multitud por varias horas. Era tiempo para ellos, finalmente.
Y en definitiva, esta era la mejor forma. Con el mar delante de ellos, la arena escabulléndose por todos sus rincones y la cálida brisa abrazándolos. Parecía un sueño.
Bueno, en ese momento había parecido un sueño. Ahora, dormido junto al mismo hombre, nueve años después, sí era un sueño real.
Fue incapaz de removerse en su cama por algo que lo postraba hacia el colchón. Un ruido lejano, chillón, que comenzaba a mover un poco el peso que tenía encima desvaneció la brisa que le hacía cosquillas junto a los repetidos besos que Jungkook había dejado en su cuello aquella velada, y lo hizo más lúcido.
Entonces arrugó su carita con malestar. No... Él quería pertenecer al mundo de Morfeo por un instante más. No quería despertarse.
Pero entonces el ruido fue más fuerte, como obligándolo a escucharlo, y comenzó a despertarlo, junto al contraste de un toque pequeño y frío en su mejilla. Se forzó así a abrir los ojos con pesadez, sintiendo de forma más intensa el peso que descansaba sobre él,—los exactamente 61 kilos de peso—los ligeros ronquiditos junto a su oreja, y tardó en orientarse al presente.
Su mirada se aclaró lento por culpa de la luz del techo, amortiguada por una melena negra, y larga, que le hacía cosquillas en la nariz. Y entonces pudo enfocarse.
Las pequeñas manitos de su carita se alejaron al ver que estaba consciente, por fin. Y la dueña de las extremidades torció la boca —justo como él solía hacerlo— con molestia, y se cruzó de brazos, de pie frente a él.
—¿Por qué tardas tanto en despertar? —preguntó la presencia, que tomando orden en la cabeza de Taehyung se volvió a una pequeña niña de cuatro años de edad, pero con un alma anciana, realmente anciana, como la de su padre.
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Control «KookTae» ©
FanfictionEn medio de la preponderancia y el saudade, Jeon Jungkook y Kim Taehyung se conocen. Si el dicho dice que los opuestos se atraen, en definitiva no aplica con ellos, y trae, como consecuencia, un enfrentamiento que sin fundamento los involucrará en u...