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El vecindario de Namsan era un lugar reconocido por su fauna colorida gracias estar al pie de la montaña. Los vecindarios aledaños eran de casas pequeñas y pocos edificios. Era agradable caminar por sus calles, y los locales que sus residentes abrían solían ser bien recibidos.

La última galería abierta, llamada Café de Menta, había sido totalmente bienvenida también. Tenía un toque único, y un estilo especial. Los primeros clientes habían esparcido la voz de que el dueño ni siquiera tenía treinta, y el lugar había prosperado rápido. Después de todo, hoy en día no habían tantas alfarerías artesanales, y aquello era lo que despertaba el interés.

Había despertado mucho el interés de cierta mujer que vivía en la esquina de aquella calle, de hecho.

La susodicha, llamada Jung Hye, con sesenta y cinco años y rodillas algo débiles, había quedado más que encantada con el trabajo -talento- de Kim Taehyung: el dueño de la galería. Así que desde la inauguración, hacía una semana, había intentado pasarse por el local lo más que ponía para admirar y saludar a Taehyung. Él, pensaba ella, era pequeño y dulce (aunque le doblara en estatura) y le gustaba llevarle algún detalle como platillos con dumplings caseros o alguna bebida que pudiera disfrutar en su tiempo libre. Taehyung sonreía amplio siempre que la veía cruzando el umbral de la puerta, así que ella estaba encantada. Era un amor. Y trabajaba muy duro, así que merecía una recompensa.

Aquel día en particular, bajo un amplio de cielo azul, ella le había llevado una bolsa de café en granos para su reserva. Caminaba un poco lento por el pasillo con la bolsa en sus brazos, pero no le importaba. Aquel lugar, con sus estantes exhibiendo esas obras de arte en barro y cerámica, era para admirar con tranquilidad. Cada detalle y curva era digno de aplausos, se convencía ella. Así que por primera vez, agradecía tener rodillas débiles. Nada podía perturbarla de dar su paseo paciente en aquella galería.

Caminó hasta el final de la salita, y miró, esbozando una sonrisa, hacia el mostrador.

Sin embargo, su expresión amena cambió por una inquietada cuando observó la escena que tenia frente a ella.

Era Taehyung. Sí. Era Taehyung tras el mostrador.

Pero el chico, con lo risueño que era normalmente (de lo que conocía), no sonreía.

Estaba de pie, estático y con la piel casi pálida como un papel.

Sus ojos parecían fríos, pasmados y vidriosos.

Su boca estaba tan rígida que, con sus labios juntos, formaba con ellos una fina línea de forma muy innatural.

El ceño de Jung Hye se frunció, entonces. ¿Qué pasaba? ¿A quién miraba de esa forma? ¿Había pasado algo? Con sus brazos apretó un poco mas la bolsa de tela que cargaba.

Dirigió, con un extraño peso en la boca de su estómago, su mirada en la dirección que parecía seguir el castaño, y su ceño se reforzó.

El lugar se quedó en un extraño silencio los primeros segundos.

Y la indefensa Jung Hye tardó un poco en comprender lo que pasaba cuando vio a un alto pelinegro frente a Taehyung, que respiraba con pesadez, y lo miraba fijo, de la misma forma que el contrario lo hacía. Formando de esa forma, entre ellos, una tensión claramente palpable que rígida en el aire la hizo sentir un poco incómoda.

Sin embargo, en su corta observación (que se volvía profunda, de alguna forma) distinguió un brillo extraño en los ojos del pelinegro desconocido.

Había dicho antes que miraba de la misma forma que Taehyung lo hacía. Y tenía razón.

Pero...

Había algo...

Un poco menos...

¿Un poco menos frío...?

Control «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora