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El tiempo, callado como una divinidad, tuvo que recobrar el aliento cuando vio a aquellos dos jóvenes unir sus labios juntos. Su corazón, dolorido y estrujado por la escena que había presenciado con el pelinegro y el castaño, se había decidido en sublimar todo lo que, al perpetuarse con lo seres humanos, corría a esconderse y limitarse a los momentos que en realidad valían la pena.

Fue casi una necesidad detenerse.

Detenerse para contemplarlos.

Detenerse para creer del todo que sus bocas, tan insolentes e indoloras a veces, habían comenzado a moldearse en un único lenguaje que no necesitaba palabras.

El amor.

¿Por qué lo había hecho? —se cuestionaba— ¿Por qué se había permitido correr tan lejos? Él no podía involucrarse más allá con el mundo humano. ¿Qué eran estos cargos de consciencia?

Pero estos no paraban.

Y solo iban a toda velocidad alrededor de una misma idea.

Y esa idea era que...

Aquellos dos nunca debieron separarse.

Nunca debieron decirse adiós, o habituarse a la ausencia del otro. Porque eso había sido horrible.

¿Qué se creía él, tomando el manejo de la situación buscando a sus corazones algo de calma? El tiempo podría haber sufrido con los dolores que cargaban, pero eso no lo hacía un juez. Porque esta era la calma. La calma de esos dos corazones. La calma real aquel solo había llegado... al apretarse contra el otro.

El tiempo suspiró, rindiéndose.

¿Cómo podían dos bocas encajar tan bien?

El problema había sido la solución, y él había sido tan ciego. El tiempo había sido tan ignorante. Ahora solo le quedaba verlos continuar, y no hacer más ausencias tardías. Ahora sólo tenía que retirarse.

Porque él solo era el tiempo.

Y ellos...

Ellos eran...

Más poderosos que él ahora.

Así que...

No merecían nada más, y nada menos, que sólo ser.

Ser, con el otro.

Ser. Los dos.

Juntos.

El corazón de Jeon Jungkook estuvo aliviado, de acuerdo con esa afirmación. Mientras latía rápido y casi plácido en el pecho del hombre pelinegro, se dejó descansar en su cavidad después de los ajetreos dolorosos que las circunstancias le habían impuesto hacía dos condenados años. Ahora que podía tomar partido, lo sabía.

Qué mala idea, había sido el de su dueño separarlo del corazón ajeno que con timidez igualaba su ritmo. Qué mala idea separarlo del corazón con el que sólo podía estar tranquilo.

Que mala idea había sido... alejarlo de su hogar.

Su hogar.

Por tanto tortuoso tiempo en el que pensó que aquel corazón contrario ya no abriría sus puertas.

Había sido una pésima idea, y tanto él como su dueño eran partidarios de aquello.

Pero, oh, que alivio...

Que gran alivio...

Que de nuevo estaban juntos. Juntos.

Por fin.

Control «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora