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Kim Namjoon, caminando por las estrechas calles de aquel vecindario en Daegu, se frotó las manos percibiéndolas frías y algo sudadas. El lugar, en el año que no había venido con el peli-marrón, no había cambiado ni un poco. Ese era el encanto que resaltaba.

Sí, había sido un poco sorprendente para sus acompañantes que él supiera dónde estaba la casa de los padres de Yoongi, pero no se preocupaba por eso. Kim Taehyung solo había llegado un año después de que ambos hombres se conocieran cuando recién se abría el café. Ellos se habían topado al solicitar vacante el mismo día. Aún lo recordaba a la perfección: la expresión indiferente de Yoongi en sus ropas caras lo habían confundido a morir. ¿Por qué un chico que parecía tener dinero pedía un trabajo de mesero? él se justificaba, porque acababa de salir de la escuela de cocina ―con énfasis en panadería y repostería―, y comenzar a trabajar en una cafetería cualquiera antes de tener la propia era lo lógico, pero con Yoongi simplemente no tenía sentido.

Estuvo en la intriga por el hombre, hasta que un par de meses después, cuando se acercaron por su inevitable convivencia en el mismo espacio, Yoongi le compartió que tenía hecha una carrera en biomedicina, pero que después de que su abuela favorita muriera y le dejara una gran herencia, había decidido simplemente no dedicarse a ello. Era extraño, pero no se arrepentía. Namjoon no le juzgó. Por el contrario, lo hizo reír cuando lo conectó con lo perezoso que era y lo simple que decidía llevar su vida. Min Yoongi era todo un tipo de persona. A Namjoon le agradó cada vez más. 

No supo en realidad cuándo fue que ver su sonrisa de gominola comenzó a acelerar su corazón. Él no podía asegurarse. Pero mientras más tiempo pasaba mirándolo trabajar y mientras más conocía de él, más atrapado se sentía en los sentimientos que le invadían. Estuvo más de medio año en silencio, creyendo que no merecía expresar sentimientos que no iban a ser correspondidos, hasta que un día, después de que se resbalara con el piso húmedo y tirara varias tazas al suelo, Yoongi le socorriera totalmente angustiado y abrumado de lágrimas. 

Sonrió ante el recuerdo mientras caminaba oyendo a sus acompañantes discutir tras él. Qué tan lindo se veía, qué tan adorable se había visto mientras ponía hielo en su pierna y mordisqueaba su labio de los nervios. Que tan inesperado, también, que se descubriera tan temeroso ante su vulnerabilidad. Ese día incluso se había atrevido a acariciarle una de sus mejillas rojitas para repetirle que no tenía porqué preocuparse.

Y el final había sido lo mejor de todo.

Porque Yoongi, después de acompañarlo a su casa insistiendo en qué podría pasarle algo a su pierna en el camino, le había alcanzado para devolverle el beso. 

Un pequeño y adorable beso que le había dado cerrando con fuerza los ojos y con la punta de la nariz roja por el frío, casi en la comisura de sus labios, antes de irse corriendo. La cereza del pastel fue la cara de amargado que había puesto días después para ocultar la emoción que brillaba en sus ojos cada vez que compartían miradas.

Yoongi era todo un bebé en el cuerpo de un hombre serio.

―... ¿Verdad que sí, hyung?

Namjoon se sobresaltó, saliendo de sus recuerdos. Se volvió, completamente desconcertado hacia Taehyung, que con el cabello algo esponjado del frío y la parte baja de sus jeans mojada por la nieve le miraba con una ceja enarcada.

―¿Verdad qué? ―preguntó, sintiendo sus mejillas calentarse. Rio incómodo―. Perdón, no estaba escuchando.

―Y qué bueno que no. ―le oyó musitar a Jungkook, que al lado de Taehyung caminaba con cara de desprecio y los brazos cruzados sobre su chaqueta negra.

―¡Yah! ―riñó Taehyung al pelinegro. Al más bajito, al menos. Namjoon superaba a Jungkook por varios centímetros.

Namjoon los miró por un momento y entrecerró los ojos, ¿qué tipo de energía era la que desprendían esos dos hombres?

Control «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora