08

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Los ojos de Hoseok brillaron bajo la vista de Jimin.

—¿Qué ocurre? —preguntó el rubio, acomodando las piernas en el sofá de Jungkook con cuidado de no tocarlo con los zapatos. Jungkook solía enloquecer si ensuciaba la tela.

Aquel pequeño lapso de tiempo se interrumpió cuando el peli-marrón bajó la vista hacia su regazo y dudó en el momento de dejar ver sus manos.

Jimin lo observó, impasible e interesado. Si Hoseok le había mirado a los ojos, era porque quería algo.

Esperó pacientemente hasta que notó como el contrario movía estratégicamente sus delgadas manos. Jimin puso atención a las formas que adoptaba con ellas.

Y entonces lo entendió.

—¿El reloj? ¿Cuál reloj? —escuchó un sonido sordo viniendo de la cocina, y supuso que Jungkook ya venía con la comida.

Las manos de Hoseok siguieron moviéndose, y Jimin levantó la vista buscando el reloj que el peli-marrón mencionaba. Y logró ver el objeto: un reloj de aspecto antiguo que descansaba colgado en la pared sobre una televisión.

—¿Qué pasa con el reloj? —preguntó, volviendo a centrar su atención en aquellas lindas manitos. Entonces alzó ligeramente las cejas y devolvió la mirada al objeto: —Oh... pues, tiene engranajes y tuercas interiores que permiten que las agujas se muevan cada cierto tiempo. Los que son más modernos tienen una aguja que se mueve todo el tiempo, pero éste aún no tiene ese avance.

Hoseok se mordió ambos labios, sin despegar la mirada de sus manos, y reanudó su movimiento.

—¿Desde cuándo? —Repitió Jimin y se rascó la nuca—. No estoy muy seguro, pero puedo buscar en internet. —antes de que pudiera sacar su móvil del pantalón, escuchó que Jungkook le llamaba—. Oh, espera, iré a ayudarle a Jungkook.

El rubio se levantó y fue hacia la cocina. Hoseok le observó irse de reojo y respiró hondo intentando relajar su cuerpo. Había algo que no le gustaba de aquel lugar, y no estaba seguro de qué era. Quizá era porque era en demasía diferente a todas las casas que había visitado en su vida: no podía contar la cantidad de objetos que habían en vidrio. Las mesas, los adornos, incluso en parte las sillas y los cajones. Todo parecía tener un lugar específico y fijo, que daba la apariencia de un museo. Casi sentía temor de tocar algo y romperlo.

El vidrio era frío, lo que convertía aquella casa en un lugar apagado. Y a Hoseok no le agradaba eso.

Su casa era un lugar completamente diferente: él y su hermana siempre habían disfrutado de los colores vivos y la calidez hogareña, así que allí se sentía completamente fuera de lugar.

Pero bueno, él estaba allí más porque Jimin se lo había pedido. Jimin era lindo con él en el trabajo, y era prácticamente el único con el que se entendía sin necesidad de notas escritas —estrategia utilizada en cambio a su preferida manera de comunicación—. y amaba eso. Solo, hasta hace un año, se comunicaba por lenguaje de señas con su hermana Jiwoo, y fue una sorpresa el enterarse de que su compañero de trabajo Jimin también le entendía.

No sabía cómo o por qué había aprendido, pero prefería no preguntar.

Y eso le había vuelto algo cercano al rubio. Todo era sencillo si lo hacía con él: en su trabajo como asistente en edición, aunque no lo considerara al principio, tenía que hablar mucho con sus compañeros. Y por eso había recurrido a las notas, que se habían vuelto sus fieles amigas, pero toda conversación que debía entablar se volvía tensa y lenta, y Jimin le había ayudado con eso. Pasaba gran parte del día supervisándole, y traducía sus señas con rapidez facilitando su interacción neurotípica; era un gran apoyo ahora.

Control «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora