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Kim Seokjin había sido, dentro de los parámetros, una persona que amaba ayudar. Tanto de pequeño en casa, como adolescente en sus qué haceres y adulto con su pareja y sus vecinos.

El edificio donde residía había amado su estadía. Su radiante sonrisa iluminaba a cualquiera que se topara con él. Incluso al vecino más amargado había dejado cálido con uno de sus saludos, y luego más que encantado con su condescendencia en el momento de ayudar al otro. No era raro encontrar al hombre llevando las bolsas de alguna ancianita, o subiendo cajas en apoyo a una mudanza. No había sido raro, tampoco, cuando comenzara de tutor de historia y matemáticas para su pequeño vecino del piso superior. Era, simplemente, algo que se esperaría de Kim Seokjin. O Seok, como le gustaba que le llamaran.

Quizás las mejores vidas eran las que más rápido acababan, constituyendo así una extraña ley que era imparable y dolorosa para todas las flores que aquellas existencias habían sembrado. Pero era una realidad. Una realidad que, a las malas, debían afrontar quienes rodeaban a estas hermosas presencias.

Tal como había vivido la familia de Seok, sus amigos más cercanos, y su novio: Taehyung.

Su historia, a ese punto, era conocida por todos a su alrededor. El novio nunca había creído que su muerte —una vil y misteriosa caída desde el quinto piso de su edificio— fuera un suicidio, como habían dicho todos y estaba sellado en su certificado de defunción. Y gracias a eso había permanecido lleno de ira y dolor por años, incluso negándose a visitar su tumba simbólica, manteniéndose lejano a cualquier detonante del dolor en la herida que todo eso le había dejado.

Habría rogado por poder despedirse de él, o al menos tener una respuesta concreta de lo sucedido. Residir en una permanente incertidumbre era insoportable. Y por mucho que buscara no había obtenido respuestas.

Parecía imposible.

Enredado.

¿No había alguien que lo hubiera visto una última vez?

¿Alguien que lo hubiera visto sufrir, o dar alguna sospecha?

Taehyung no había encontrado a nadie. La policía tampoco.

Parecía que no había ni el más mínimo rastro.

Sin embargo...

Sí había.

Había alguien.

Alguien que había visto sus últimos alientos.

Alguien que había permanecido en la oscuridad.

Alguien que, viéndolo afrontar su trágico destino, había almacenado y acumulado culpas sellado por un perpetuo silencio que, para tener toda la vida por delante, tenía su corazón a punto de implosionar dentro de su pecho.

Pensó que con el tiempo lo olvidaría.

Que Seokjin había sido un héroe.

Que no era su culpa.

Y lo había logrado por un tiempo.

Pero, ahora...

Todo había vuelto.

Todo estaba volviendo a suceder.

Se dio cuenta de eso cuando se acercó hacia el borde de la azotea, sosteniendo la mano de su vecino. Jeon Jungkook.

Su corazón dolió, acelerándose. Le apretó la mano con fuerza al pelinegro, y cerró los ojos en la urgencia de mantener la calma, y dejar de sentir aquella inyección de pánico que le recorría las articulaciones, que lo inmovilizaba.

Control «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora