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—¿Estás seguro de que puedes trabajar así? —preguntó Seojun, poniéndose una boina y luego un abrigo. Taehyung le escoltaba hasta la puerta, para aprovechar y darle vuelta al cartel que indicara que el café estaba abierto. Se sorbió la nariz y asintió con la cabeza en modo de respuesta cuando el hombre lo miró sobre el hombro.

—Claro, sajangnim*. Aún no tengo tos, así que supongo que no es contagioso. —dijo, con una voz completamente nasal, haciendo que Seojun cerrará las cejas en su frente con incredulidad.

—¿Qué tal si te encargas hoy de lavar los platos? —preguntó—. Usas un par de guantes, un tapabocas, y así no corremos riesgos. —dijo, con amabilidad, y Taehyung solo asintió con la cabeza, no teniendo las fuerza suficientes para contradecirlo.

Y estando algo agradecido en el fondo.

Porque estarse paseando por el café con el malestar que tenía, no le apetecía en lo absoluto. Había tomado algunas pastillas para la gripe esa mañana, y sin embargo, podía decir que se sentía peor que antes de tomarlas.

—Bien, ¡Qué tengan buen día! ¡Sé bueno con Taehyung, Taehyung! —exclamó Seojun,  mientras cruzaba la puerta y se alejaba. Taehyung no evitó fruncir su ceño de golpe, no entendiendo al principio lo que le decía.

Entonces resopló.

Ah, claro, ahora había otro Taehyung. Ji Taehyung.

Torció la boca en una mueca de desagrado, y le dio vuelta al cartel para que quedara por el lado de "abierto". Sacó una liga de su bolsillo, y cuando intentó recoger su cabello, algo en su cuello, enredado, lo impidió. Así fue que lo recordó: traía un collar. El viejo collar que había recogido de la casa de Seokjin la última vez que había ido. Entre todas las cosas que había logrado obtener en su torpe y deprimente excursión, la pequeña cadenita con un pequeño dije de barro de color azul era una de ellas. 

Una hermoso dije, a pesar de su simpleza, hecha por las manos del difunto. Tenerlo consigo no debía calmarlo tanto, pensaba Taehyung.

Pero seguramente por su terrible estado, había olvidado que lo traía puesto, y ahora le había enredado el cabello. Con los dedos temblorosos, intentó sacar las hebras que se habían enganchado a la cadena, y luego de que lograra recoger su cabello, se dispuso a bajar las sillas de las mesas. Se detuvo un momento, para mirar los rayos de sol atravesar las ventanas y disfrutar que le calentaran la piel.

Centró su cabeza de nuevo en el hecho de que un nuevo Taehyung los acompañaría, y suspiró.

¿Por qué Yoongi había reaccionado así?

No era que le molestara que hubiera un nuevo integrante en el equipo de trabajo, solo que la manera en la que había llegado, la actitud de Yoongi y el hecho de que compartiera su nombre hacía todo un poco extraño. ¿Cómo iban a diferenciarse de ahora en adelante? ¿Quién tendría que adoptar un apodo para facilitar las cosas? Taehyung odiaba los apodos.

«¿Sí qué, mejillitas?»

El repentino recuerdo paralizó su cuerpo, y la silla que sostenía con las manos cayó en un estruendo al suelo. Su corazón se aceleró, y tuvo que retener una bocanada de aire para mitigar el sofoco y la creciente emoción humillante que se le enredó en el pecho. Tomó y acomodó la silla con rapidez, intentando no pensar en nada.

Pero los recuerdos sí atacaron: su boca deshaciéndose en chupones, su cabello seco y tieso por el agua de la lluvia halado, las órdenes, la presión, su obediencia, aquellos penetrantes ojos color chocolate.

La campanita de la puerta sonó.

Y cuando Taehyung se dio la vuelta, quiso morirse.

Realmente tenía mala suerte, ¿verdad?

Control «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora