6. La rana que baila

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«Que la sed no te haga beber del vaso equivocado», se lee en la frase que está en la parte superior del parabrisas del taxi... ¿Mensajes provenientes del gran padre celestial? Será solo coincidencia...

Podría detener el viaje y pedirle al taxista que me deje justo aquí, pero ya pasé vergüenza con tan solo decir el nombre de aquel club y notar que aquel hombre al instante reconocido el lugar. Justo ahora me está observando con tanta intensidad y lujuria, como si fuese a cobrarle el tiempo que dedica al mirarme. Señor que parece diez años mayor que yo, tan delgado que hasta podría perforar el respaldar de su silla con los codos. Al notar que me está incomodando, aclara la garganta y decide hablar:

-Ya casi estamos llegando.

-Ajá...

-Eh... Debería tener cuidado al llegar a ese lugar, no es bueno que una chica tan linda como usted esté sola por esos lados.

-No necesito acompañante, estaré bien a solas.

-Hubiera sido mejor que la acompañara..., por ejemplo, un novio.

«¿Y este idiota hasta donde piensa llegar con esta charla?».

-Las relaciones amorosas no van conmigo, señor.

-Ah, ¿no?

-La última vez que alguien me dijo que sentía lo mismo que yo, era porque teníamos hambre.

-Vaya... Comprendo -dice mientras acomoda el taxi para estacionarse a la orilla de la calle-. ¿Supongo que usted ya ha frecuentado este club? ¿Trabaja aquí?

A través de la ventana del taxi, observo el gran letrero de coloridas luces neón que le conforman a una llamativa cabeza de rana de pestañas largas y labios carnosos. A un lado del taxi resplandece el nombre: La rana que baila.

-Pues supone mal, señor. Aún no trabajo aquí.

Luego de pagar el viaje, bajo del taxi, avanzo un par de pasos y me percato de que el vehículo aún sigue estacionado aquí y el taxista me sigue con la mirada, es como si aquel hombre esperara algún tipo de servicio de mi parte, pero le ignoro y pongo mi atención en el lugar:

Desde el exterior se nota lo discreto y elegante que es, con luces suaves que invitan a los transeúntes a entrar por la enorme puerta de madera y manijas finas. Frente a la entrada está un alto y robusto agente de seguridad que viste todo de negro.

-Buenas noches -le saludo.

-Buenas noches, señorita. Me permite su documento de identificación.

-Vaya, ¿tengo cara de niña? -le cuestiono de forma jocosa.

-No, últimamente son las niñas las que tienen cara de vieja.

«Hijo de su madre...», me siento ofendida.

De malas ganas, le enseño de documento de identificación, él abre la puerta para mí y me deja entrar.

Al cruzar la puerta, soy recibida por una atmósfera enigmática y sofisticada. Un suave murmullo de música y risas llenan el ambiente, acompañado por luces tenues que resaltan la belleza de las decoraciones. En el fondo de salón, un gran escenario, y a los costados varios tubos plateados alcanzan hasta un techado que está completamente revestido de gamuza rojo vino. Sostenidas de esos tubos, mujeres danzan semidesnudas, provocativas, coquetas, muestra su sensualidad luciendo lencerías oscuras y salvajes. Todas las bailarinas ocultan su rostro usando extravagantes antifaces decorados con pedrería y plumajes oscuros. Malditas diosas de energía libidinal, lucen como unas divas potras entaconadas, todas rodeadas de caballeros vestidos de trajes impecables, quienes las observan bailar con ojos que derrochan ansias de lo sexual.

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora