62. El Último Día De Clases

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Con un croissant de jamón y queso en una mano y una taza de café con leche en la otra, me detengo frente al televisor de la sala para ver la noticia que están pasando. En el cintillo bajo la pantalla leo: «Ringo Starr, baterista de los Beatles, continúa con sus sesiones de rehabilitación». La señal está con un poco de intermitencia esta mañana, pero logro captar el chisme principal. Mientras miro la televisión, una pregunta curiosa me viene a la mente: ¿Existirán centros de rehabilitación para sanar la putería? Debería haberlos, considerando la cantidad de personas adictas al sexo en este jodido mundo que podrían beneficiarse de un tratamiento para enfriar su calentura.

De pronto, escucho que alguien empieza a tocar la puerta. De seguro es la chica que contraté para que viniera a limpiar la casa. Sí, ya puedo darme ese lujo, ahora tengo a alguien que trabaja para mí, y se siente increíblemente bien.

Al abrir la puerta, me encuentro con Bárbara, una chica de estatura mediana, delgada, con atributos femeninos decentes y una cabellera negra sumamente lacia y brillante; cualquier piojo que intente caer en su cabello se resbalaría como en un tobogán. Esta chica fácilmente puede ser la tentación de cualquiera.

—¡Buenos días, patrona! —saluda con esa energía desbordante que la caracteriza. Le he dicho mil veces que no me diga patrona, pero es un poco testaruda. Y, bueno, una semana trabajando aquí ha sido suficiente para sentirnos en confianza.

—Buenos días, llegas justo a tiempo. Ya estoy por irme a la universidad.

—Sí, hubiera llegado antes, pero había manifestantes frente al ayuntamiento.

El ayuntamiento... Yo tengo que cruzar por ahí para llegar a la universidad.

—¿Y se puede pasar sin problemas? Esa es mi ruta.

—Usted sabe que yo tengo muchos problemas, y aun así pude pasar.

No puedo evitar reírme. Ella es realmente muy chistosa.

Tomo mi bolso y, antes de salir de casa, reviso que llevo mi cámara fotográfica. Mi primera parada será un estudio fotográfico para revelar la foto que le tomé anoche a Stevan Evans. Luego, iré a la universidad; espero no demorarme mucho.

Llego al estudio fotográfico, un pequeño local con una fachada vintage y un letrero de neón parpadeante. El interior huele a químicos de revelado y está decorado con fotos en blanco y negro de momentos congelados en el tiempo. Me acerco al mostrador, donde un hombre de cabello canoso y gafas gruesas me sonríe amablemente. Saco la cámara de mi bolso y se la entrego.

—Necesito revelar esta foto, por favor —digo, sintiendo la emoción y la urgencia mezclarse en mi voz.

El hombre asiente y desaparece detrás de una cortina pesada, llevándose mi cámara con él. Mientras espero, miro alrededor del estudio, observando las imágenes expuestas en las paredes: bodas, paisajes, retratos familiares. Todo parece tan tranquilo y normal en comparación con la turbulencia de mi propia vida.

Después de unos minutos, el hombre regresa con una pequeña carpeta en la mano.

—Aquí tienes. La foto ha quedado muy nítida —dice, entregándomela con una sonrisa.

Pago rápidamente y guardo la carpeta en mi bolso, asegurándome de que esté bien protegida. Salgo del estudio, sintiendo una mezcla de alivio y determinación. La imagen de Stevan Evans está ahora en mi bolso, lista para ser utilizada cuando llegue el momento.

Al llegar a la universidad, me envuelve una atmósfera de nostalgia. Es el último día de clases, un momento sumamente especial para mí. Hoy, al concluir mi último examen, me permitiré pensar: lo he logrado. He alcanzado una de mis metas más significativas: obtener un título universitario en la carrera de negocios. Este logro marca el fin de una etapa y el comienzo de nuevas posibilidades, y no puedo evitar sentirme emocionada y orgullosa de lo que he conseguido.

Al entrar al salón de clases, Danna y yo compartimos miradas, solo eso. Aún mantenemos una distancia debido a la incomodidad que, seguramente, se refleja en mi rostro cada vez que la tengo cerca. Giovanni también está en el aula, concentrado en su libro de derechos, con un invisible diálogo levitando sobre su cabeza que dice: Ese primer lugar de la ceremonia será mío.

«No, no será así, Giovanni. Ese primer lugar me lo ganaré yo».

Respiro profundamente y saco mi libro de derechos, centrando mi atención en repasar el contenido del examen de hoy. Estoy decidida a concluir este día de la mejor manera posible: siendo la primera en entregar mi examen y alcanzando la calificación más alta.

La puerta del aula se abre con un ligero chirrido justo cuando estoy terminando de repasar las últimas líneas del temido examen. Levanto la mirada y veo a la profesora Mendoza entrar con su característico paso firme, llevando consigo una pila de hojas de examen. Con un gesto decidido, distribuye las hojas entre los estudiantes, comenzando por el lado izquierdo de la clase.

Con mi bolígrafo en mano, comienzo a responder las preguntas con una concentración feroz. Cada palabra y cada número se deslizan rápidamente sobre el papel mientras trato de mantener mi mente enfocada en cada detalle del examen. A mi alrededor, el murmullo de los lápices sobre el papel y el tenue zumbido del aire acondicionado crean una atmósfera tensa pero motivadora.

Los minutos pasan volando y, casi sin darme cuenta, me encuentro en la última pregunta. Reviso rápidamente mis respuestas, asegurándome de que todo esté completo y correcto. Al levantarme de la silla, me percato de que no soy la única en hacerlo; al girar la cabeza, descubro que Giovanni también ha terminado. Nuestros ojos se encuentran con una mezcla de sorpresa y admiración mutua. Ambos sabemos lo que esto significa: ha sido un empate.

Nos sonreímos el uno al otro mientras avanzamos al mismo tiempo para entregar el examen a la profesora. Es el final de una competencia académica intensa y desafiante entre nosotros, que ha llegado a su final en este momento. Esta contienda ha sido emocionante.

Luego de entregar el examen, salgo del aula junto a Giovanni y nos encontramos en el pasillo. Ambos caminamos en silencio por un momento, absorbidos por la tensión que había acompañado nuestra competencia durante tanto tiempo. Finalmente, decido romper el hielo.

—Solo queda esperar hasta finales de diciembre para conocer las notas finales —digo, tratando de ocultar mi emoción.

Giovanni asiente con una sonrisa genuina.

—Así es. Será interesante ver cómo termina todo.

Entonces, decido cambiar a un tema más importante.

—Por cierto, tengo la foto de Evans, pero primero debo confirmar con Danna —le digo en voz baja, mirando a mi alrededor para asegurarme de que nadie nos escucha.

Giovanni asiente de nuevo, con una expresión de curiosidad en su rostro.

—Entiendo. Haz lo que tengas que hacer. Nos vemos más tarde en el salón de música, ¿de acuerdo?

Sonrío ante su respuesta, notando su gesto pícaro.

—Por supuesto. Te veo en el aula de música —respondo, sabiendo que me espera una despedida universitaria bien ardiente y lasciva.

Luego de que Giovanni se aleja por el pasillo, dejo mi mirada fija en la puerta del aula, esperando a que Danna salga. No pasa mucho tiempo antes de que la puerta se abra y ella aparezca, luciendo una expresión de alivio y determinación en su rostro. Nuestros ojos se encuentran y yo la llamo con un gesto de manos, indicándole que se acerque.

—Hola... —saluda Danna mientras se acerca.

—Hola, tengo algo que mostrarte —la saludo, sacando la foto de Evans de mi bolso y poniéndosela en la mano.

Danna tarda un momento en reaccionar, sus ojos se clavan en la foto y una sombra de dolor cruza por su rostro. Veo cómo sus ojos se cristalizan en lágrimas antes de que me devuelva rápidamente la foto.

—¿Es él? —pregunto, preocupada por su reacción.

Danna asiente con la cabeza, sin decir una palabra. La mirada en sus ojos es suficiente confirmación.

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora