81. Ánimos caldeados

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Salgo del camerino con una mezcla de furia y determinación que hierve en mis venas. Mis pasos resuenan en el pasillo mientras me dirijo hacia la oficina de Murgosia Hikari, cada zancada cargada de la indignación que me invade. ¿Cómo se atrevió a involucrar a Bárbara en este mundo? Esta situación ha cruzado todos los límites, y no pienso quedarme de brazos cruzados.

Empujo la puerta de la oficina sin tocar, y ahí está ella, Murgos, sentada tras su elegante escritorio, revisando unos papeles. Cuando levanta la vista y me ve, una sonrisa se dibuja en su rostro, como si estuviera disfrutando de alguna broma privada.

—Veo que ya has conocido a Crazy Patsy —dice, con ese tono calmado que me irrita aún más.

—¿Cómo pudiste, Murgos? —sueno más molesta de lo que pretendía, pero no me importa—. ¡No tenías derecho a involucrar a Bárbara en esto!

Su sonrisa no desaparece, pero sus ojos se estrechan un poco, como si evaluara mi reacción. Espero su respuesta, mi corazón latiendo con fuerza, lista para enfrentarla.

—Miriam, este es mi trabajo. Vi en Bárbara ese brillo, ese destello de deseo en sus ojos. Tiene una mirada que no puede evitar ser coqueta. Y su cuerpo... es un diamante en bruto que solo necesita pulirse —dice Murgos, como si estuviera hablando de un simple negocio.

—Bárbara no está mentalmente preparada para entrarle a esto... o para que le entren a ella... —digo, rodando los ojos.

—¿Y por qué? ¿Porque es ninfómana? —replica Murgos, como si fuera un detalle sin importancia.

—Entonces lo sabías.

—Por supuesto, fue lo primero que me confesó.

—No lo entiendes, ella podría perder el control en medio de todo esto, hacer locuras. No tiene la estabilidad emocional necesaria para esta profesión.

—Y ahí entras tú. Necesita que hables con ella, que le hagas entender cómo funciona este mundo y los peligros que conlleva —responde Murgos con la misma determinación que un juez dictando sentencia.

—No voy a impulsarla a seguir en esto.

—¿Y qué piensas hacer? ¿Forzarla a dejar el club? Ella es adulta, Miriam, y ha tomado su decisión. Además, lo está haciendo bien; los clientes salen fascinados. Su actitud arrolladora, combinada con esa picardía natural, ha sido clave para mantenerlos fieles a ella.

Salgo de la oficina de Murgos con el corazón latiendo furiosamente, la ira burbujeando dentro de mí. Apenas cruzo las puertas del club, me dirijo al coche y arranco con fuerza, las ruedas chirriando sobre el asfalto mientras me alejo de ese lugar. La frustración no me deja pensar con claridad, mis manos aprietan el volante con fuerza mientras conduzco hacia mi casa, las luces de la ciudad parpadeando sin que realmente las vea.

No puedo creer que esta maldita profesión siga persiguiéndome. Justo cuando estoy a punto de dejar todo esto atrás, me encuentro con que alguien a quien he llegado a apreciar profundamente está dando sus primeros pasos en el mismo mundo sombrío del que estoy intentando escapa. Es como si esa sombra que creí haber dejado atrás ahora se estuviera aferrando a otra persona, negándose a soltarme por completo.

Ya en casa, me desplomo en la cama, pero la ira y la preocupación me mantienen despierta. Doy vueltas entre las sábanas, mi mente incapaz de apagar la tormenta de pensamientos. La conversación con Murgos sigue repitiéndose en mi cabeza, su voz calmada chocando con mi rabia. La habitación se siente asfixiante esta noche, cada sombra parece intensificar mi malestar.

El reloj marca la medianoche, y aún no logro conciliar el sueño. Mi mente sigue trabajando, buscando respuestas, soluciones que no llegan. Finalmente, es la fatiga del día la que vence, y poco a poco, mi cuerpo se rinde, dejándome caer en un sueño inquieto y fragmentado.

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora