13. De regreso a la universidad

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Marthuski suspira y se muerde el labio inferior, una señal inequívoca de que algo está a punto de salir de sus labios.

—Así que él vino hoy —murmura en voz baja.

Parpadeo, mis dedos temblando ligeramente mientras ajusto el cierre de mi bolso. Ese cliente, el que ella tiene en mente, el responsable de esa sufrida sonrisa que se dibuja en sus labios, es el cliente a quien acabo de atender, quien me prometió venir por más.

Por lo que tengo entendido, Madame Esther tiene prohibido relacionarse románticamente con los clientes, tampoco podemos encontrarnos con ellos fuera de las habitaciones del club; entonces, ¿por qué la mortifica tanto? ¿Ella estará enamorada de él? Desearía entender mejor esas cosas sobre el amor.

—Ya quita esa cara de espanto mujer, no pasa nada — dice con una sonrisa forzada, sin poder ocultar la inquietud en su voz.

— Son solo gajes del oficio, ¿verdad? —¡¿Qué carajos estoy diciendo?!

—Sí, claro. No me molesto en absoluto —responde con un tono un poco más seguro, aunque sé que la mentira está ahí, acechando en el fondo de sus ojos.

Mi momento con Marthuski es salvado gracias a un taxi que se ve venir a lo lejos. Levanto la mano y este se detiene frente a mí, así que, evitando el contacto visual con mi compañera, abro la puerta y entro en el vehículo.

—Acelere rápido, señor —pido angustiada y él obedece al instante.

Ya transitando en medio de la carretera, el taxista me observa un poco extrañado por mi reciente petición.

—¿Está huyendo de alguien, señorita?

—Sí, de un espécimen humano denominado: Celolida.

—¿Celolida? ¿Qué es eso?

—Mujer celosa y dolida.

El taxista me deja en medio de una noche que parece estar envuelta en un manto de oscuridad, aquí, frente a la residencia de la mamá de Danna, el susurrar del viento entre las hojas de los árboles cercanos es lo único que se deja escuchar. El resplandor de la luna es mi única guía mientras me acerco sigilosamente a la ventana de la habitación de mi mejor amiga, y es que la muy pendeja la ha dejado abierta, de seguro la dejó así para permitirme entrar, pero es que el dejarla así es demasiado peligroso. ¿Acaso ella no sabe que está viviendo en la tierra de los valientes?

Al notar que Danna está dormida, entro con mucha cautela a la recámara, sin hacer algún ruido, levanto el borde del cobertor de la cama donde duerme mi amiga y me cubro con una calidez noqueadora, esa que solo haces sentirla y te duerme al instante.

La mañana llega imponente, sin importarle cuanto tiempo he dormido, el sol desata su resplandor sobre mis parpados... Un momento... ¡¿Sol?!

—¡Mierda, mierda, triple mierda!

La desgraciada de mi amiga no está acostada en la cama. A la mayor velocidad posible, me levanto de la cama y corro hacia la cocina, en donde encuentro a Danna a punto de salir de la casa sosteniendo una rebanada de pan en su boca.

—¡Hija de...! —le grito enfadada—. ¡Te piensas ir sin mí a la universidad?! ¡Ni siquiera me despertaste!

Danna tiene sus ojos abiertos por la pura impresión, se saca el pan de la boca y entonces responde:

—Amiga, pe-pero si te echaron por no pagar.

Cierto, no le dije que hoy mismo tendría el dinero.

—Pues..., ¿adivina qué?... Ya tengo el dinero para pagar la deuda.

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora