94. El regalo de navidad de Yonel

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Ya sé cómo tratar con Yonel. Conozco su debilidad: el sadismo es su pasión, algo que parece escaparse del radar de Murgos. Pero claro, ¿cómo podría saberlo si es un gusto tan oculto, tan privado? Murgos ha planeado esta presentación minuciosamente, sin que Yonel tenga idea de lo que le espera. Hoy es mi primer cliente. Aprovechando que Yonel va a pasarla en una de sus lujosas suites, debo infiltrarme en su apartamento con la ayuda de Murgos, quien ha pagado una generosa suma a una de las mucamas del hotel para asegurarnos acceso. Según ella, no fue complicado; la mucama ya la conoce, dado que Gabriel tiene una suite en el mismo lugar, y es bien sabido que son familia.

Y aquí estoy, dentro de una caja de regalos que está forrada con papel blanco y adornada con un lazo rojo brillante. Hace un minuto, Murgos llamó desde una cabina telefónica y me alertó: Yonel acaba de llegar al hotel. No hay tiempo que perder. Me tapo la boca con un pañuelo y ato mis muñecas con unas cadenas, lo suficientemente sueltas para zafarme si es necesario. Me meto en la caja y cierro la tapa, esperando que en cualquier momento él abra la puerta, destape la caja y me encuentre: una chica sexy, vestida de Santa Claus, encadenada y amordazada, a su disposición.

Pero ya sabemos que Yonel no busca una mujer sumisa, complaciente a su merced. No, él anhela una figura dominante, alguien que lo castigue y despierte su miedo más profundo. Tengo algo especial planeado para él esta noche.

La puerta se abre. Los pasos resonando lentamente me hacen contener la respiración. El crujido de la tapa de la caja al levantarse me revela su presencia antes de verlo. Su inconfundible peinado de rambo asoma primero, y sus ojos se abren desmesuradamente al verme enredada en las cadenas y con el pañuelo cubriéndome la boca.

—¿Mimarie? —su voz refleja sorpresa mientras sus ojos recorren cada detalle.

Toma la tarjeta colgada del lazo y la lee en voz alta:

—Murgos... —dice, con una chispa de diversión en su tono, soltando una sonrisa al ver el nombre de su cuñada escrito en ella.

Con movimientos rápidos, desarma la caja y me saca de su interior, alzándome en sus brazos con facilidad. Me deposita sobre la cama y, sin vacilar, me quita el pañuelo de la boca.

—Feliz Navidad, Yonel —digo con voz seductora.

—De verdad que es un regalo muy especial —dice Yonel, con una sonrisa torcida.

No pierdo tiempo. Me deshago rápidamente de las cadenas que rodean mis muñecas y, con un movimiento rápido, las enrollo alrededor de su cuello. Lo jalo hacia mí, acercando su rostro al mío de forma agresiva, nuestras respiraciones se mezclan.

—Nos conocemos demasiado bien, Yonel —susurro, mis palabras cargadas de amenaza y control.

—Sabes exactamente lo que quiero.

Me levanto sobre la cama, tirando de la cadena con más fuerza, apretando su cuello. Yonel, sin perder su retorcida sonrisa, se ve obligado a incorporarse, su cuerpo temblando bajo mi dominio mientras se pone de pie sobre el colchón.

—Quítate la ropa —ordeno, clavando mi mirada en la suya—. Tienes diez segundos antes de que dé otro tirón, y lo seguiré haciendo hasta que estés completamente desnudo. Empieza. Ya.

Yonel se apresura a desabotonar su camisa, cada botón abriéndose al ritmo de su creciente desesperación. Llega al último botón del pantalón justo cuando el tiempo se agota, y con un tirón brusco de la cadena, su cuerpo se sacude. La presión en su garganta lo obliga a toser, pero responde con una sonrisa sádica, disfrutando el dolor. Se quita la camisa de mala gana, luego baja el pantalón. Cuando se inclina para quitarse la primera media, el tiempo vuelve a cumplirse. Otro tirón. Yonel cae de rodillas sobre el colchón, sofocado y carraspeando.

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora