40. Un Italianísimo

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Claramente puedo leer en sus ojos: deseo urgente, lujuria mezclada con demencia y unas ganas insaciables de devorar mis labios. Las señales son claras, puedo sentir la tensión sexual que lo consume.

«Bien, ya sé cómo tratarte…, como Miriam lo haría».

—Ni siquiera te pregunto qué haces aquí, de seguro vienes a terminar lo que yo empecé, ¿cierto? —Me cruzo de brazos y me recuesto al marco de la puerta.

Giovanni permanece serio, con una mirada que viaja sobre cada curvatura de mi cuerpo, desde el norte hasta el sur. Su mirada es tan intensa que hasta le delata lo ansioso que está.

—¿Giovanni?

—Volví a pagato para tener sexo contigo, así que non pensare devolverme el dinero —dice entre dientes, sonando a amenaza.

Sé que debería tener un poco de dignidad y patearle el culo, pero; primero: este es mi trabajo; segundo: hay un sueño que quiero ver si se vuelve realidad.

Con Hard to say I'm sorry sonando en la habitación y la tenue luz iluminando el lugar, respiro hondo y decido abordar la situación con elegancia y sensualidad. Me acerco a él con gracia, deslizando mis dedos por su brazo mientras le sonrío con picardía. Sin decir una palabra, tomo su mano y le hago un gesto para que me siga. Nuestra conexión parece fluctuar mientras lo conduzco hacia el sillón frente a la plataforma de pole dance. Sus manos transmiten sudor y frialdad, evidenciando la lucha interna por mantener el control.

Antes de sentarse en el sillón, Giovanni voltea a verme y lleva sus manos a mi rostro para sacarme el antifaz.

—Déjame verte bien, Mimarie —me ordena sin perder la seriedad y la frialdad en su semblante.

Lanza el antifaz a lo maldita sea. Luego toma asiento y espera a que inicie mi servicio.

Siento su mirada fija en mí, y eso alimenta mi deseo de sorprenderlo. Mi cuerpo se desliza con gracia alrededor del tubo de pole dance, explorando movimientos que puedan despertar su pasión. Cada giro, cada movimiento, está diseñado para cautivarlo solo a él, para ver si logro sacarle ese mal genio que se trae encima.

Mis manos recorren mi figura de manera sugerente, mientras mis ojos se encuentran con los suyos, transmitiéndole la sensualidad del momento. Me permito deslizarme hacia abajo, con la espalda arqueada y pegada al tubo, dejando que la tensión sexual se acumule a nuestro alrededor.

Subo de nuevo por el tubo con gracia felina, mis piernas envuelven el tubo con destreza, y mi mirada desafiante busca la suya. Mi rutina no es acrobática, es sensual, con movimientos más atrevidos y posiciones que ayudan a resaltar mi figura, porque sé que es eso lo que a él le mata.

De repente, Giovanni se levanta del sillón y con brusquedad me aparta del tubo, para luego llevarme hacia él. Se sienta nuevamente y me acomoda en sus piernas. Con sus ojos verdes intensos y exaltados, me condena a experimentar el primer escalofrío en todos mis servicios al susurrarme:

—Basta. Non necesito que stimoli aún más mis deseos; hace días que me traes l’ansia —dice, apenas a centímetros de mis labios.

Las palmas de sus manos ya no transmiten la misma frialdad sobre mis muslos; su cuerpo parece haberse vuelto más cálido. Al menos he logrado calentarlo un poco.

—¿Qué sucede, Giovanni? Te noto muy tenso.

—Necesito que me aiuti a curare de esta enfermedad —suelta en tono severo.

 —¿Enfermedad? ¿De qué carajos estás hablando? —cuestiono sonando un poco preocupada.

—Se llama Mimariemanía. —Giovanni responde con seriedad, pero, al instante, de su ruda expresión emerge una sonrisa traviesa, jugando así con la complicidad entre nosotros.

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora