Yonel se acerca peligrosamente, su mano intentando deslizarse bajo la tela de mi traje. El corazón me late con fuerza, pero no de miedo, sino de una furia que apenas logro controlar. Con un movimiento brusco, lo empujo hacia atrás.
—¡No te atrevas! —mi voz suena más firme de lo que esperaba—. Si vuelves a tocarme, se lo diré a Gabriel.
Yonel me observa con una mezcla de rabia y desprecio. Sus ojos oscuros parecen calcular cada movimiento mío, como si estuviera evaluando mis límites. Sin decir palabra, se dirige a la puerta, la abre de golpe y me indica con un gesto seco que salga. Obedezco, creyendo que me ha echado de su oficina, pero su voz, cargada de sarcasmo, me detiene.
—Es hora de presentarte con los trabajadores de la planta.
Mis piernas casi no quieren moverse, pero lo sigo por el pasillo que conduce a la zona principal de producción. Cuando salimos al espacio abierto, me vuelve a abrumar la magnitud del lugar. El ruido de las máquinas, el olor a uva fermentada y un tenue aroma a alcohol lo llenan todo, dándole al ambiente una sensación tan intensa como opresiva.
Los trabajadores comienzan a notar nuestra presencia. Las conversaciones se detienen, y pronto siento decenas de ojos sobre mí. Algunas miradas son curiosas, otras descaradamente pícaras. Mi traje formal parece ser una barrera delgada contra el escrutinio de estas personas. Cada sonrisa sugerente y cada murmullo me hacen sentir expuesta, como si estuviera siendo juzgada desde todos los ángulos.
Yonel, por su parte, parece inmune a la incomodidad del momento. Con tono profesional, comienza a presentarme a algunos supervisores que se acercan.
—Este es Roberth, encargado de la línea de envasado. —Un hombre robusto me estrecha la mano con un apretón firme.
—Y aquí está Mary, supervisora de calidad. —Una mujer de mirada severa me analiza rápidamente antes de esbozar una ligera sonrisa.
Yonel continúa la introducción, llevando la conversación hacia las máquinas que rugen a nuestro alrededor.
—Esa de allá es la llenadora automática; puede procesar doscientas botellas por minuto. —Señala una enorme estructura metálica que parece un monstruo mecánico, con botellas avanzando en una cinta transportadora.
—Y esta es la prensa hidráulica —añade, señalando otra máquina más pequeña, pero igualmente imponente—. Aquí se extraen los líquidos para la fermentación.
Intento mostrar interés mientras él detalla los procesos, pero mi incomodidad no disminuye. Los supervisores parecen amables, pero no puedo ignorar las miradas furtivas de otros trabajadores.
Finalmente, nos detenemos en el centro de la planta. Yonel se vuelve hacia mí con su habitual expresión de frialdad.
—Esto es todo. Hemos terminado. —Su mirada se endurece un poco más—. Espero no verte muy seguido por aquí.
Sé perfectamente lo que quiere decir, y prefiero no provocarlo más.
—Créeme, esta es la parte de la fábrica que menos deseo pisar.
Yonel me observa un instante más, como si buscara algo en mi expresión, pero no dice nada. Con un gesto rápido, se da la vuelta y se pierde entre las máquinas y los trabajadores, dejándome con un nudo en el estómago y el firme deseo de no volver a este lugar si puedo evitarlo.
Regreso al ascensor, avanzando entre los trabajadores que todavía me lanzan miradas furtivas, aunque ahora prefiero no prestarles atención. El sonido de las máquinas y el bullicio general de la planta se quedan atrás mientras la puerta metálica del ascensor se cierra frente a mí. A medida que subo hacia los pisos superiores, un alivio me invade. Estoy dejando atrás esa atmósfera opresiva y, más importante, a Yonel.
Al llegar al piso donde está la oficina de Edward, camino con pasos más firmes. Ahora que no está Yonel para intimidarme, siento que puedo respirar un poco más tranquila. La perspectiva de ver mi oficina, mi propio espacio de trabajo, me llena de algo parecido a la emoción.
Edward me recibe con una sonrisa amplia y cálida desde su escritorio.
—Ah, justo a tiempo, Miriam. ¿Qué tal fue el recorrido con Yonel? —pregunta, levantándose para caminar hacia mí.
—Informativo... —respondo, midiendo mis palabras—. Aunque no esperaba tanto detalle sobre las máquinas.
Edward se ríe, un sonido que llena la habitación y parece aligerar el ambiente.
—Sí, Yonel puede ser un poco... intenso con las explicaciones técnicas. Pero bueno, lo importante es que ya conoces la planta. Ahora vamos a lo que realmente importa.
Me hace un gesto para que lo siga, y aunque ya conozco este pasillo, no puedo evitar sentir un cosquilleo de emoción. Saber que mi oficina estará en este piso, tan cerca de la del CEO y justo al lado de la de Gabriel, me llena de una mezcla de orgullo y nerviosismo. Este es el centro neurálgico de la empresa, donde se toman las decisiones más importantes, y ahora tendré un lugar aquí.
—Espero que te guste —dice Edward mientras abre la puerta con un gesto teatral.
El espacio es más amplio de lo que imaginaba. Una ventana grande deja entrar la luz natural, iluminando un escritorio de madera elegante, una silla ergonómica y una pequeña estantería ya equipada con algunos libros sobre negocios y producción. Hay una planta en la esquina, añadiendo un toque de calidez al lugar.
—¿Qué opinas? —pregunta Edward con entusiasmo.
—Es perfecto... —murmuro, dando un paso dentro. Recorro el lugar con la mirada, tocando el borde del escritorio, sintiendo que por fin tengo un lugar propio aquí.
Edward sonríe, satisfecho con mi reacción.
—Bien. Este será tu espacio para planificar, analizar y, por supuesto, impresionar a todos con tus ideas. Si necesitas algo, no dudes en pedírmelo.
—Gracias, Edward. En serio.
—Es un gusto tenerte en el equipo, Miriam. Estoy seguro de que harás un trabajo excepcional.
Edward sale de mi oficina y me permite explorar la oficina a mi ritmo, y mientras me acomodo en la silla frente al escritorio, no puedo evitar sonreír. Por primera vez desde que llegué a esta empresa, siento que estoy en el lugar correcto. Este es el lugar en donde siempre quise estar.
El resto de la mañana transcurre en un silencio tranquilo, perfecto para que me concentre. Sentada en mi escritorio, empiezo a revisar una carpeta que Gabriel dejó en mi espacio antes de partir a una reunión. Los documentos están repletos de datos sobre los negocios más recientes de la empresa: reportes financieros, propuestas de expansión y un par de análisis de mercado que requieren mi evaluación. La densidad de la información me obliga a concentrarme profundamente, y por un momento, me olvido del incómodo encuentro con Yonel y de las miradas inquisitivas de la planta.
Cuando la tarde empieza a colarse por las ventanas, un suave golpe en la puerta interrumpe mi enfoque. Levanto la vista justo a tiempo para ver a Edward cruzar el umbral, con esa sonrisa amistosa que parece iluminar cualquier espacio.
—Hora de un descanso —anuncia, de pie junto a la puerta, rígido, sin atreverse a moverse demasiado—. ¿Te parece bien si almorzamos juntos?
Por un momento, me sorprendo, pero rápidamente recuerdo que fue la señora Grayish quien sugirió la idea. Parece que Edward decidió tomárselo en serio, y no puedo evitar sonreír ante su amabilidad.
—Me parece perfecto —respondo, cerrando la carpeta y levantándome de la silla—. ¿Tienes algún lugar en mente?
—En Shaftesbury Avenue hay un restaurante griego donde sirven la mejor moussakas de la región —dice, riendo nerviosamente.
«Super ingenioso, ha seguido al pie de la letra las recomendaciones de la señora Grayish».
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De Prosti a CEO - [Libro 2]
HumorMiriam Douglas es la universitaria con mayor índice académico de la facultad de negocios, es una mujer inteligente y ejemplar, nadie podría imaginarse que, por las noches, esta prodigio de los negocios ensucia su cuerpo para poder pagar los gastos d...