110. Almorzando con Edward Hikari

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El restaurante griego es un lugar encantador, una joya escondida en Shaftesbury Avenue. Desde el momento en que cruzamos la puerta, me envuelve el aroma embriagador de especias mediterráneas, aceite de oliva y pan recién horneado. Las paredes están decoradas con tonos cálidos y mosaicos que evocan paisajes de islas griegas. Sobre las mesas de madera oscura hay pequeños floreros con flores frescas, y la luz natural se filtra por grandes ventanales, creando un ambiente acogedor y relajado. Un ligero murmullo de conversación y música tradicional en el fondo completan la experiencia. Es un lugar que invita a sentarse, disfrutar y desconectarse del mundo exterior.

Edward, que camina a mi lado, parece tan emocionado como yo. Hoy lo estoy conociendo realmente por primera vez. Es un hombre algo más bajo que yo, incluso sin que llevase puesto mis tacones, tiene una figura ligeramente redondeada que da un aire de calidez a su personalidad. Sus ojos achinados y oscuros, herencia evidente de su apellido asiático, brillan siempre con una chispa de alegría. Es un contraste fascinante con sus hermanos, mucho más imponentes y serios. Edward, en cambio, tiene una sonrisa constante, como si el mundo no tuviera razones suficientes para borrársela.

El anfitrión nos guía a una mesa junto a la ventana, y Edward se apresura a apartarme la silla.

—Gracias —digo, sorprendida por su gesto.

Nos sentamos y pronto estamos estudiando el menú. La variedad es impresionante, pero Edward parece tener claro lo que quiere.

—Te recomiendo la moussaka —dice, señalando un plato—. Es la especialidad de la casa. Aunque, si prefieres algo más ligero, el souvlaki es excelente.

—Voy por la moussaka. Confío en tu criterio.

La conversación fluye con sorprendente naturalidad. Edward no menciona nada sobre la oficina ni el trabajo, algo que no se si sea muy conveniente para mí, no quiero hablar de mi vida personal. En cambio, él empieza a hablar de temas cotidianos, revelándome partes de su vida que desconocía.

—Mi familia y yo vivimos juntos en una mansión hacia el sur de Londres —comenta mientras el camarero coloca una canasta de pan tibio entre nosotros.

—¿Todos? —pregunto, sorprendida.

—Bueno, no todos, mis primas están casadas y viven con sus familias, ambas en el centro de Londres —confirma, sonriendo—. Mi padre, mis hermanos, y mi cuñada con mi sobrina. Al ser Gabriel el próximo a la cabeza de la familia, no le quedó otra opción que permanecer con su esposa y su hija en la mansión.

El hecho de que toda la familia Hikari viva bajo el mismo techo no me toma por sorpresa. Aunque apenas estoy empezando a conocerlos en este contexto, la realidad es que ya he tenido encuentros con cada uno de ellos, excepto con Edward y su padre. Me siento un poco mal al escucharle hablar con tanta naturalidad sobre ellos, sabiendo que tengo que fingir desconocimiento para no comprometer mi historia.

—¿Y Yonel y tú... siguen viviendo ahí porque aún están solteros?

Suelta una pequeña risa, casi divertida.

—No es exactamente por la soltería, Miriam. Es más bien porque tenemos tantos negocios en común que debemos estar juntos, trabajando día y noche.

—¿O sea que no solo administran los negocios de la fábrica?

—Exacto.

No puedo evitar sentir una chispa de curiosidad, pero algo en su tono me detiene. Es como si hubiera tocado un tema delicado, algo que no debo explorar. Decido no preguntar más, aunque la intriga se queda conmigo.

—¿Y cómo es vivir con todos? —pregunto, intentando sonar casual.

—Ruidoso —responde, riendo con ganas—. Pero también muy entretenido. Gabriel, por ejemplo, es un líder nato: siempre tan serio y responsable, aunque a veces me gustaría que se permitiera relajarse un poco. Es extremadamente protector con todos nosotros... Tiene un lema que repite constantemente: "La vida comienza en la familia, y el amor por siempre continuará en ella".

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora