67. Celebración de despedida

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La música disco retumba en el salón principal del club mientras las luces de la discoteca parpadean con un ritmo hipnótico. Ya el show ha terminado, todos los clientes se han ido y ahora solo estamos celebrando mi ascenso como Ranita Dorada, un título que no es para llenarse de orgullo, pero si para alegrarse, porque lo que viene bajado es bastante dinero.

El personal del club está presente: las bailarinas, las trabajadoras sexuales, las camareras, el personal administrativo, los chefs y el personal de aseo. Cada uno de ellos es una pieza crucial en el engranaje de este lugar. Incluso, un par de ranitas doradas que son trabajadoras sexuales están aquí compartiendo el momento conmigo. Una de ellas es Isabella, una mujer hermosísima con cabellera negro azulado, ojos celestes y una sonrisa matadora. Su sensualidad y misterio podrían enloquecer a cualquier hombre. A su lado está Fernanda, quien pidió que le llamaran «Ferchu», una hermosa latina de cabellera rizada castaña clara, piel morena, ojos grandes de color miel y labios carnosos, su cuerpo tiene dimensiones más generosas que las mías. Tiene el don de la coquetería, la cual siempre se ve reflejada en aquella sonrisa que sabe resplandecer en un blanco perfecto.

—No soporto a ese tipo —murmura Tenté, quien está sentada al lado mío, cruzada de brazos y mirando a Stevan con disgusto.

Mi mirada se desvía hacia Stevan Evans. Su presencia me inquieta. Tenté y yo compartimos una mirada de incomodidad y enfado. Lo único que me alivia es saber que Giovanni aún no le ha hecho nada. Mañana podré decirle que no lo haga, que Danna pidió detener la venganza.

—Dime Tenté, ¿cuál es tu historia con él? —pregunto en tono bajo, muy cerca de su oído.

—Soy una de sus víctimas, Miriam.

El corazón se me comprime al saber que Tenté también fue abusada por ese tipo, y el odio crece aún más. Aquel hombre merece lo peor.

—¿Murgos sabe? —le pregunto.

Tenté niega con la cabeza.

—No entiendo cómo es que ni siquiera se lo has dicho a Murgos. Seguro que te lo agradecería. Tener a un tipo como él cuidándola, incluso para ella es muy peligroso.

—Miriam, Murgos es tan poderosa que te aseguro que ese hombre no se atrevería a hacerle nada.

—No me importa, yo misma se lo contaré, lo que te pasó a ti y a Danna.

Me levanto decidida de la silla, pero justo entonces, escucho que Madame Esther llama a Murgos y le dice que tiene una llamada en la recepción. Ella se aparta para contestar. Mientras espero a que regrese, me percato de que su expresión cambia rápidamente. Regresa a la fiesta solo para informar que debe irse de inmediato. Su niñera le avisó que Delancis está enferma con fiebre muy alta. Ella y sus guardaespaldas salen a toda prisa, Stevan me lanza una mirada fugaz y, por un instante, temo que sospeche algo.

Con Murgos y sus guardaespaldas fuera del club, la incomodidad se disipa por completo. Las camareras brindan con champán y las risas llenan el aire. Las bailarinas se mueven con gracia, sus cuerpos iluminados por las luces intermitentes, creando un espectáculo deslumbrante. Mis compañeras me felicitan una tras otra, abrazándome y brindando por mi éxito. El ambiente se vuelve festivo y la música disco envuelve todo con una energía contagiosa.

Me dejo llevar por la celebración, permitiéndome disfrutar del momento. Las copas de champán se suceden una tras otra, y cada brindis va acompañado de risas y abrazos. Marthuski y Valquiria se acercan, levantando sus copas en mi honor, y juntas bailamos al ritmo de la música, olvidando por un rato las preocupaciones y los problemas.

—¡Por la nueva ranita dorada! —exclama Marthuski, levantando su copa.

—¡Por Miriam! —responde Valquiria, chocando su copa contra la mía.

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora