7. La entrevista de trabajo

82 13 0
                                    

Esta es una de las decisiones más difíciles de mi vida, o vendo mi cuerpo o renuncio a mis sueños y mis estudios. Podría suspender la universidad por un tiempo y quedarme viviendo con Danna mientras consigo trabajo, podría demorar meses soportando las malas caras de la madre de mi amiga y vivir de sus sustentos... No, que mierda...

Madame Esther espera mi respuesta mientras me observa sentada a un lado de ella y en la misma mesa, mientras, con dos dedos, levantan un cigarro y lo lleva hasta sus labios rojo cherry, sin importarle si me incomoda el olor a tabaco, ella, con su otra mano, acerca un encendedor y le prende fuego. Madame relaja el rostro y de sus labios emana una nube de humo. El olor a tabaco inunda el cubículo.

—¿Entonces, niña?

Aún tengo varias dudas que debería responderme antes de aceptar este trabajo.

—Madame... Yo no se bailar como las chicas de allá fuera. Donde me trepe en uno de esos tubos, me desnuco.

—No vas a entrar aquí como bailarina, mujer.

—¿Cómo así?... ¿Las bailarinas no son trabajadoras sexuales?

—No, ellas solo bailan, son las encargadas de calentar los pantalones de los clientes. Nunca una trabajadora sexual ha pisado ese escenario. Tu lugar de trabajo será en una habitación matrimonial, estarás ahí por cuatro horas, ya sea en el turno de noche o en la madrugada, esperarás a que un cliente llame a tu puerta y le atenderás como si fuera tu novio. Tu trabajo sería consentirles en todas las locuras que te pidan, siempre y cuando no raye en la violencia. No toleramos la violencia hacia nuestras chicas.

—Vaya... —reacciono un poco insegura, nerviosa.

—Es normal que sientas vergüenza, tu herramienta de trabajo sería lo más íntimo y preciado para ti, pero déjame decirte que, cuando veas tu primera paga, verás que valdrá la pena cada segundo que pases en esa habitación, porque tu intimidad es valiosa.

—¿Pagos quincenales?

—Pagos diarios, más de cien libras al día —responde junto con una sonrisa torcida.

«No me jodas... Eso es mucho dinero».

Madame Esther ha notado lo sorprendida que me ha dejado aquella cifra, mantiene su sonrisa triunfante, y sin quitarme la mirada de encima, vuelve a inhalar y exhalar de su cigarro.

—Le confieso que me preocupa que alguien pueda reconocerme.

—Ahí nada puedo hacer al respecto, Miriam.

—Pero... ¿Se me permitirá usar máscara?

—Puedo agregar un set de antifaces a tu habitación, pero de nada serviría, porque de seguro el cliente querrá verte el rostro, es más, nada le impedirá quitarte el antifaz en pleno apogeo.

—Comprendo...

—Mira, si haces bien tu trabajo y si gustas a los clientes, en poco tiempo podrías salir de aquellas habitaciones y convertirte en una ranita dorada, a las que se les conoce como escort.

—¿Qué es eso de escort?

—Por decirlo así, son mujeres de compañía, se les caracteriza por tener una exquisita labia frente a los clientes, de atractivo intelectual, hermosas, son la perfección que todo hombre desearía tener. Las escort atienden fuera del club, son citadas en eventos, hoteles o en las residencias de los clientes. El servicio que ofrecen puede ser solo de compañía o también incluir sexo, depende de lo que pague el cliente. Ganan más, atienden menos.

«Eso suena mejor».

Salí de aquel club con un contrato firmado y con un horario de trabajo nocturno. Mañana inicia mi calvario, y digo que es un calvario porque no es un trabajo que me agrade, no me enorgullece, aún me aterra. Solo espero que nadie logre reconocerme, sino esto podría afectar mi futuro.

Al llegar a la casa de Danna, me toca ir hasta la ventana de su habitación y, con una pequeña piedra que agarro del suelo, dar suaves toquecitos sobre el cristal. Luego del segundo toque, me percato del reflejo fantasmal de mi amiga parada en el fondo de su habitación, ella me está observando con un rostro inexpresivo, despelucada y con una bata de dormir que me hace recordar a la niña de la película El Exorcista.

Con muecas, le pido que me abra la puerta. Ella niega con la cabeza y luego viene hacia la ventana, la abre de par en par.

—¡Idiota! Si mi mamá te ve llegar a esta hora pensará que eres una haragana que se gasta lo poco que tiene en parrandas —me regaña en tono bajo.

—¡Lo sé! —le respondo en el mismo tono.

—Ven, entra por aquí.

Me siento de espaldas en el borde de la ventana y Danna me agarra de la cintura para jala y así ayudarme a entrar. Mi amiga jala mi cuerpo hacia el interior, y lo hace con tanta fuerza que al final no soporta el peso de mi cuerpo y ambas terminando cayendo de espaldas contra el suelo; el sonido que hacemos al caer es amplio y grave, nos quejamos del dolor casi susurrando, pues no queremos que la vieja se despierte.

Aún tiradas en el suelo, Danna me da un manotazo sobre el hombre. Ella se ve molesta.

—¡¿Qué carajos has estado haciendo?! ¡Me dejaste sola en la universidad y te perdiste el resto del día!

—¡Me echaron de la universidad, amiga! No me iba a quedar ahí esperándote toda la tarde.

Danna gruñe y golpea el piso con sus puños, está muy molesta, da miedo, es más, estoy a punto de buscar a un sacerdote para que la exorcice.

—¡Ya cálmate, Danna!

La rubia despelucada se levanta del suelo y luego se sienta al borde de su cama, con el rostro amargado y sus brazos cruzados. Yo me quedo de pie frente a ella sin poder comprender su actitud.

—¿Qué pasa contigo? ¿Por qué te molesta tanto que me haya desaparecido? —le cuestiono molesta.

—¡Te fuiste a rumbear sin mí, ¿Ah, cabrona?! —su reclamo me hace rodar los ojos. Danna intenta mantenerse seria mientras reprime una sonrisa—De seguro estuviste bailando nuestra coreografía de Fiebre del sábado por la noche junto con otra chica —concluye en tono jocoso.

—Celosa de mierda...

Mostrándome juguetona, voy contra ella y la empujo contra el colchón de la cama. Ella aprovecha y agarra una de sus almohadas y me golpea en la cara con ella, me da almohadazos, uno tras otro, me corretea alrededor de la cama y no me permite reponerme. Caigo de espalda sobre el colchón y ella lo aprovecha para tirarse encima de mí, con sus manos presiona con fuerza sobre mis muñecas y se fija en mis ojos con una seriedad absoluta.

—No pienso compartirte con nadie, Miriam...

«¿Qué fue eso...?».

Danna me hace sentir incomoda..., ¡muy incómoda!

—Eh... Creo ya que deberíamos dormir —propongo con nerviosismo.

—Sí, tienes razón.

Danna se quita de encima cayendo de espaldas, a un lado mío. Ambas quedamos recostadas sobre el colchón y con la mirada puesta sobre el cielorraso de color blanco hueso.

—¿Me vas a contar que estuviste haciendo? —Danna suena muy intrigada.

—Estuve en una entrevista de trabajo. Conseguí trabajo, Danna.

Ella no dice nada, su silencio me hace buscarle con la mirada. Es así como me encuentro con la sonrisa más reconfortante que jamás había visto, amplia y llena de esperanza, sus ojos me observan como si intentaran arroparme con una seguridad infinita.

«Me alegra tenerla como mi mejor amiga».

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora