91. Navidad en familia

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La luz invernal se cuela suavemente a través de los altos ventanales de mi habitación, acariciando las sábanas de esta cama que se siente tan suave y reconfortante. Es mi primera Navidad despertando en un lugar así, aunque otra más en la que despierto sola, rodeada de una calma absoluta... Oh, vaya... De pronto, un pensamiento a empezado cruzar por mi mente: ¿Cuánto tiempo pasará hasta que mis navidades estén llenas de risas infantiles, de la alegría de un par de niños saltando emocionados sobre el colchón de mi cama? Mis futuros hijos... No es algo en lo que suela detenerme, pero hoy, en esta soledad, me pregunto cómo se sentiría ser madre, tener pequeños ansiosos de abrir regalos al pie del árbol de Navidad. Esa idea maternal, que rara vez aflora en mí, empieza a agitarse dentro de mi ser, y me asusta. Mi vida es demasiado oscura para pensar en niños... ¡Mierda! No puedo permitirme deprimir hoy... ¡No hoy!

Me levanto de la cama y me dirijo al baño, buscando en el agua caliente un alivio que me ayude a despejar la mente. Me quito el pijama y me sumerjo en la bañera, dejando que el calor envuelva mi cuerpo. Necesito relajarme, encontrar esa chispa de felicidad que parece haberse apagado en los últimos días. He estado sintiendo demasiado peso sobre mí, más de lo normal. Cierro los ojos y dejo que el agua haga su magia, mientras pienso en el cambio que se avecina en mi vida. «Vamos, Miriam, ánimo... Pronto serás la asesora personal del CEO de una importante fábrica de licores. Finalmente estarás dentro del mundo empresarial, de los negocios. Estás a punto de cumplir tus sueños».

Salgo del baño con una energía renovada, casi como si el agua hubiera limpiado algo más que mi piel. Camino hacia el armario y elijo algo cómodo pero especial para esta Navidad. Me pongo un suéter de lana rojo con una gran flor de pascua bordada en el centro, unos pantalones negros de algodón y las pantuflas navideñas que compré ayer mientras hacía las últimas compras. Me recojo los risos en un moño alto y me dirijo a la cocina. Mientras bebo un vaso de jugo de naranja, escucho el timbre de la puerta. Dejo el vaso sobre la encimera y camino rápido hacia la entrada. No me sorprende ver a Sarah y a Mark Douglas esperando bajo el marco de la puerta, ya esperaba la visita de mis padres, pero aun así una cálida sensación de familiaridad y alegría me invade.

—¡Feliz Navidad, cariño! —me saluda mamá, con su energía desbordante, como siempre en estas fechas.

—Mamá, feliz Navidad —le respondo con una sonrisa mientras nos fundimos en un abrazo cálido.

El año pasado no pudimos celebrar juntos. No había dinero para el viaje, pero esta vez todo es diferente. Ahora tengo lo suficiente para hacer de esta una de nuestras mejores navidades. Después de un largo abrazo con mamá, me giro hacia mi padre, buscando ese afecto paternal.

—¡Papá! Feliz Navidad.

—Feliz Navidad, mi estrellita de Orión—dice con esa calidez en la voz que siempre me derrite.

Nos abrazamos con fuerza, compartiendo un momento que hace que todo lo demás se desvanezca por unos instantes. Mientras lo hacemos, mamá nos pasa de largo, echando un vistazo a la casa con admiración.

—Hija mía... ¡Qué pedazo de casa te has conseguido! —dice mamá mientras pasea la mirada por el recibidor.

—Sí, es bastante acogedora, ¿verdad? —le digo, aunque sé que está midiendo cada detalle como solo ella sabe hacerlo.

Papá la sigue de cerca, explorando con curiosidad. Él se detiene frente a uno de mis guacamayos de cerámica y lo estudia con la misma seriedad que pondría un crítico de arte.

—Este pajarito... muy bonito —dice, con el tono de alguien que realmente no sabe qué decir, pero quiere parecer impresionado.

Mamá camina hacia la cocina, abriendo y cerrando las puertas de los armarios con la confianza de alguien que lleva toda la vida aquí.

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora