105. La entrevista de trabajo

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Han pasado tres días desde la fiesta de Año Nuevo, y finalmente estoy aquí, frente al imponente Hikari's Factory Building. Me detengo un momento, dejando que el viento frío de enero me envuelva mientras observo la estructura majestuosa que se alza ante mí. Los altos muros de ladrillo sostienen hileras de ventanas de cristal, donde el cielo gris se refleja como un manto de acero, y las letras plateadas del nombre «Hikari's Factory Building» relucen, otorgándole un aire de poder y misterio. Todo en este lugar parece diseñado para imponer respeto, para transmitir la sensación de que cruzar sus puertas es un privilegio reservado para unos pocos, parece una fortaleza inquebrantable.

Ajusto el diploma que llevo en una carpeta bajo mi brazo y me encamino hacia la entrada del edificio, recordando la última conversación que tuve con Gabriel Hikari y mi promesa de regresar al inicio del año, tal como habíamos acordado aquella vez en mi apartamento. Mi atuendo refleja el esfuerzo que he puesto en verme a la altura de este momento: llevo un vestido de seda negra que se ajusta a mi figura, de corte midi, con hombreras que le dan un toque elegante y moderno. Los tacones de charol negro resuenan suavemente contra el asfalto, y una gabardina color caramelo se desliza por mis hombros, protegiéndome de la brisa fría de la mañana. Mi cabello, naturalmente rizado, está recogido en un elegante moño bajo, lo que me da un aire sofisticado.

Abro la puerta y me quedo unos segundos observando el vestíbulo. Es amplio, decorado con madera oscura y una iluminación suave que da un aire profesional y sofisticado. Al fondo, una recepción moderna completa el ambiente de grandeza. Siento una mezcla de nervios y emoción; este lugar impone, y no es para menos.

Me acerco a la recepcionista, una mujer de traje gris, impecablemente peinada, que me dedica una mirada evaluadora. Sonrío, intentando disimular mi nerviosismo, y me presento.

—Buenos días. Vengo a ver al señor Gabriel Hikari —digo, tratando de sonar segura, aunque por dentro siento que estoy caminando sobre hielo delgado.

La recepcionista parpadea, un poco confundida, y consulta en su computadora con la rapidez de alguien que hace esto por primera vez en su vida.

—Lo lamento, señorita... pero no tengo registrada ninguna reunión a su nombre con el señor Hikari. ¿Tenía una cita programada?

Mi corazón se detiene un segundo. Esta situación no estaba en mis planes. Me tomo un segundo para controlar la frialdad que se ha apoderado de mí y le respondo con la mayor calma posible:

—No, no programamos una cita formal, pero él me dijo que viniera al inicio del año. Por favor, ¿podría decirle que estoy aquí? Tal vez, si hoy no es posible, podría agendar una cita para otro día.

Ella me observa, escudriñando mis palabras, como si midiera si vale la pena hacer lo que le pido. Después de un momento, asiente.

—Está bien, voy a comunicarme con la secretaria del señor Hikari. Espere un momento, por favor —dice, indicándome con un gesto las sillas de la recepción.

Le agradezco a la recepcionista y me siento, acomodando mi carpeta en el regazo como si eso fuera suficiente para mantener mis manos ocupadas y poder calmarme. Miro alrededor, intentando que la inmensidad del recibidor no me intimide más de lo que ya lo hace, pero cada detalle, desde los sillones perfectamente alineados hasta los cuadros de paisajes urbanos y las placas conmemorativas que adornan las paredes, todo aquí parece diseñado para recordarme la importancia del lugar en el que estoy. Cada segundo que pasa sin noticias hace que la ansiedad crezca, convirtiéndose en un peso incómodo en mi pecho.

Intento razonar conmigo misma, convencerme de que Gabriel aún está interesado, de que lo que hablamos antes no fue en vano. Sin embargo, los pensamientos inquietantes comienzan a arremolinarse en mi cabeza, cada uno más perturbador que el anterior. ¿Y si él ya ha encontrado a alguien más? Quizá decidió que no soy lo suficientemente buena para el puesto, o peor aún, ¿y si nunca tuvo intención real de recibirme y esto solo fue un intento de subir mi autoestima para salir de aquel mundo? A medida que estas ideas me invaden, noto que estoy apretando el borde de mi carpeta tan fuerte que mis nudillos se han puesto blancos.

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora