89. Cocteles y farsas navideñas

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Patric me toma de la mano, conduciéndome hacia su grupo de amigos. Mientras nos acercamos, puedo sentir la mirada de algunos de ellos sobre mí, curiosos, evaluándome como la «nueva novia» del chico millonario. Las sonrisas que me lanzan son cordiales y educadas, y cada uno me saluda con naturalidad, extendiendo la mano como si yo fuera una más del círculo.

Entre ellos, está él. Trigueño, ojos cafés. Su sonrisa tiene un matiz diferente, una mezcla de burla y cinismo que me resulta tan familiar. Claro, él sabe quién soy, o al menos, quién fui. Nos hemos visto antes... hasta desnudos, de hecho.

—¡Stephania, qué gusto conocerte! —exclama con un tono que sólo yo puedo descifrar, y extiende su mano con una sonrisa que casi me provoca náuseas.

Me esfuerzo por mantener la calma. No puedo dejar que esto me afecte. Le devuelvo la sonrisa como si fuera la primera vez que lo veo en mi vida, como si no supiera nada de él.

—El placer es mío —le respondo, fingiendo una naturalidad que no siento, y le estrecho la mano.

Nuestros ojos se cruzan brevemente. Él me lanza una mirada burlona, ambos compartimos un secreto sucio que ninguno de los presentes jamás podría imaginar. Me guiña un ojo, y un escalofrío me recorre la espalda, pero no puedo permitir que se note.

Respiro hondo, me recompongo y sigo sonriendo, fingiendo que todo está bien, como si esto no fuera más que otro evento social al que tengo que asistir. «No podría atreverse a revelar la verdad», me repito mentalmente mientras seguimos conversando con el grupo, mi corazón latiendo fuerte en el pecho. El cuarteto de cuerdas toca una suave melodía navideña en el fondo, y aunque el ambiente es festivo, dentro de mí se libra una tormenta de recuerdos que amenaza con desbordarse.

Las primeras preguntas comienzan a surgir tan pronto Patric me presenta como su novia. Justo como Murgos me advirtió, me preparo mentalmente para responder. Me había dado toda la información que el cliente proporcionó para que pudiera actuar de acuerdo al papel.

—¿Cómo se conocieron? —pregunta una chica rubia, mirándome con una sonrisa curiosa.

—Oh, fue en una fiesta de caridad hace menos de un año —respondo con una sonrisa ensayada—. Teníamos algunos amigos en común, y... bueno, el resto es historia.

—¿Hace cuánto están saliendo? —otro chico interviene, con una copa en mano.

—Casi seis meses —digo sin titubear, justo el tiempo que Murgos me había dicho que debía mencionar.

—¿Piensan casarse pronto? —bromea uno de los amigos, mientras el resto suelta risitas.

Patric solo se ríe, y yo hago lo mismo, aunque por dentro siento que me estoy tensando cada vez más.

—No tenemos prisa, pero nunca se sabe... —respondo con una sonrisa que espero suene convincente.

La conversación sigue fluyendo, y pronto la atención se centra en Grecia, el país de donde supuestamente vengo.

—¿Cómo es Grecia? —pregunta una mujer de cabello oscuro con interés.

—Es... preciosa, realmente única. Las vistas al mar, los atardeceres... no hay nada igual. —Repito las frases genéricas que me habían enseñado, pero siento un nudo en el estómago.

—¿De qué parte de Grecia eres? —pregunta de repente el trigueño, el que me reconoció. Lo dice con una sonrisa que me hace hervir por dentro. Sabe que no soy griega. Sabe que estoy mintiendo, y lo está disfrutando.

Mi mente se queda en blanco por un segundo. Murgos me había dado un nombre de una ciudad, pero entre el nerviosismo y las miradas expectantes, no puedo recordarlo.

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora