57. Violentada en el club

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Recuerdo perfectamente aquella tarde durante las clases de pole dance, cuando Tenté me preguntó por Danna. Le conté que la había encontrado en el hospital y que, aunque ella dijo estar bien, yo no me lo creí del todo. Fue entonces cuando Tenté soltó una afirmación que heló mi sangre: «Temo decirlo, pero es posible que el guardaespaldas de Murgos se la haya llevado para abusar de ella. Lo vi ayer en la discoteca, y es ese tipo de personas».

Era el peor escenario, demasiado malo como para ser cierto. Ahora es tan cierto, que el escenario para él va a ser demasiado malo.

Antes de salir de la universidad, le rogué a Giovanni que no cometiera ninguna locura, que no vale la pena ensuciarse las manos por un hombre como ese, y me respondió que disfruta ensuciarse las manos con sangre de personas abusivas. Me costó hacerle cambiar de ideas, le pareció buena idea el hacerle sufrir de otra manera, porque peor que la muerte es la tortura en vida. Mi misión: conseguir una foto de aquel hombre para que Danna me confirme que es él, pero antes necesito el nombre y es Tenté quien me lo puede dar.

Mientras entreno en el gimnasio, no puedo evitar notar las miradas furtivas que recibo de vez en cuando. No es para menos, mi esfuerzo está dando resultados evidentes: un abdomen más firme, nalgas y senos más levantados. Y ni hablar de mi resistencia, la fuerza que he ganado me hace sentir invencible, como si pudiera enfrentar cualquier desafío con energía renovable.

—Chica, ¿cuánto tiempo demoraste en lograr ese cuerpo? —me pregunta, a duras penas, la gordita que está trotando en la caminadora de al lado. Está completamente sudada y tiene sus mejillas rosaditas. Es evidente sus faltas de condiciones... y de aire.

—Bueno, muchos meses de dedicación.

—¿Ah sí? —dice, con un tono de voz agitado—. Llevo quince días viniendo a este gimnasio y la balanza sigue mostrándome los mismos números. —Ella necesita un tanque de oxígeno—. He pensado en cambiarla, tal vez esté averiada.

Quizás lo que necesite cambiar sea su dieta, ya que después de venir al gym, va directo al «ñam».

—Apenas llevas quince días. Ten más paciencia —trato de sonreírle con amabilidad.

—Cierto —dice con una sonrisa poco convincente.

La gente cree que ir al gimnasio es como ir a la iglesia. Todos creen que, con una hora de ejercicio, pueden redimir todos sus pecados de la semana.


Cuando llego a la clase de pole dance para practicar mi presentación del viernes, antes de comenzar con la danza, pido un momento a solas con Tenté.

—Oye, Tenté, ¿puedo hablar contigo un momento? —pregunto mientras entramos al vestuario.

—Claro, ¿qué pasa? —responde Tenté mientras se ajusta las sandalias de plataforma.

—Necesito preguntarte algo urgente, ¿podemos hablar afuera?

—¡Claro! Vamos —dice, un poco sorprendida por mi urgencia.

Una vez afuera, me aseguro de que nadie nos esté escuchando antes de continuar.

—¿Recuerdas a mi amiga Danna? —pregunto, con un nudo en la garganta.

—Sí, claro que sí. ¿Qué pasa con ella? —Tenté parece preocupada.

—Acaba de confesarme que fue abusada sexualmente la noche que desapareció de la discoteca —digo, esperando su reacción.

Los ojos de Tenté se abren con sorpresa.

—¡Oh, Dios mío! —dice, con tristeza en su voz.

—Necesito saber el nombre del hombre que mencionaste aquella tarde después de lo ocurrido. ¿Recuerdas quién era?

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora