La tensión en la mesa se hace insoportable, aunque solo sea yo quien puede percibirla. Para mis padres, no hay razón para temer lo que voy a decir. Mi respuesta debería ser lo más natural y esperanzador que un padre espera de su hija: una joven recién graduada con el segundo índice académico más alto de su promoción, una promesa de éxito y orgullo. Esa soy yo, al menos mientras mantenga mi verdad bien oculta en la oscuridad. Porque lo que ellos no saben es que mi vida está lejos de ese ideal. La prostitución no es motivo de orgullo, no en estos tiempos, y probablemente no lo será por muchos años. Mientras la sexualidad siga siendo atada a la moral y la dignidad humanas, mientras la religión continúe imponiendo la castidad como símbolo de pureza, y mientras los valores familiares enseñen que el sexo solo tiene lugar después del matrimonio, el estigma seguirá. Las enfermedades de transmisión sexual lo ensucian aún más, y la prostitución seguirá siendo vista como la más baja de todas las profesiones.
Y aquí estoy, una de las prostitutas más deseadas en todo Londres, a punto de mentirles a las dos personas que lo han dado todo por mí. Mi padre, Mark Douglas, el hombre que se levantaba de madrugada para llevarme al colegio, caminando una hora y media cada día, y después regresaba cansado al pueblo para trabajar como obrero en una finca al otro lado del río. Y mi madre, Sarah Douglas, que dedicaba sus tardes a estudiar conmigo, para luego salir por las noches a planchar ropa en las casas más adineradas de la región. Llegaba tarde, cansada, pero siempre con anhelos. Me contaba cómo algún día tendríamos una casa con un jardín hermoso como los de sus patrones. Me decía casi todos los días: «Hija, estudia mucho y conviértete en una gran profesional, para que, cuando seas mayor, puedas tener una casa enorme, con un bello jardín y mascotas finas, de esas que, aunque ladren mucho, te hacen sonreír de ternura».
Me miro al espejo de mi alma, atrapada entre la hija que ellos creen que soy y la verdad que nunca podrían aceptar.
—Miri, tu madre y yo quedamos algo preocupados cuando tu jefa nos mencionó que trabajas en un club nocturno —dice mi padre, intentando sonar calmado, pero no puede ocultar la preocupación en su voz.
Trago saliva, intentando mantener la compostura antes de responder.
—Sí, pero no tienen de qué preocuparse. Trabajo lejos de todo el meollo de lujurias y desenfreno, en una oficina pequeña, pero bien hermosa, justo al lado de la oficina de Murgos.
Mi madre, con la misma expresión de angustia que ya me resulta familiar, interviene:
—No es el lugar adecuado para una chica tan decente e inteligente como tú, hija.
Mi conciencia se retuerce de culpa, y siento cómo mi corazón se contrae dolorosamente, como si quisiera desaparecer por completo. Tomo aire, intentando calmar el torbellino dentro de mí, y finalmente respondo:
—Bueno, para que se sientan más tranquilos, les quiero decir que esta semana es la última trabajando en el club.
Veo cómo ambos intercambian una mirada de alivio, sus sonrisas se ensanchan hasta casi tocarles las orejas.
—¿Encontraste otro trabajo? —pregunta mamá con una mezcla de curiosidad y esperanza.
—Sí.
—¿Dónde? —añade papá, expectante.
—En una fábrica licorera —respondo, sin darle demasiadas vueltas.
Sus sonrisas vacilan por un instante, pero se recuperan rápido. Mamá me toma de la mano con cariño.
—Bueno, es mucho mejor que un club nocturno —dice papá, con alivio en su tono.
Mamá asiente y me aprieta la mano suavemente.
ESTÁS LEYENDO
De Prosti a CEO - [Libro 2]
HumorMiriam Douglas es la universitaria con mayor índice académico de la facultad de negocios, es una mujer inteligente y ejemplar, nadie podría imaginarse que, por las noches, esta prodigio de los negocios ensucia su cuerpo para poder pagar los gastos d...