49. Les presento a mis padres

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A través de las ventanas de la camioneta puedo apreciar como el sol de la mañana brilla sobre el dorado paisaje de Ashbourne mientras Murgos estaciona la lujosa camioneta por el camino de tierra que conduce a la humilde cabaña donde viven mis padres. El otoño tiñe los árboles de tonos marrones y rojizos, creando un espectáculo de colores que contrasta con el amarillo intenso de los campos circundantes.

Al abrir la puerta de la camioneta, puedo percibir el reconfortante aroma a calabaza, café y pan horneado que se esparce por todo el patio. Es uno de mis olores favoritos, y me transporta instantáneamente a momentos felices de mi infancia.

La cabaña, construida con maderas envejecidas por el tiempo, se alza modestamente entre un par árboles. Tiene un pequeño pórtico con un par de taburetes fuera. Su tejado de tejas rojas está coronado por una chimenea que expulsa suavemente el humo hacia el cielo despejado. Las ventanas están adornadas con cortinas de encaje blanco, y macetas de flores Amapolas en tonos naranjas y rosas dan un toque de alegría al exterior. A un lado de la cabaña está el garaje, construido de madera caoba y dos enormes puertas que permanecen cerradas con un candado. Me pregunto si mi padre aun conserva aquella vieja camioneta...

Murgos se me acerca sigilosamente por detrás y susurra en mi oído con un tono entre preocupado y divertido:

—Por favor, júrame que por las noches no escucharé risas y sonidos raros.

Una sonrisa malévola se me dibuja en el rostro al imaginar la expresión de Murgos ante la idea de pasar la noche en la antigua cabaña de una familia humilde, apartada de la civilización.

—No puedo prometerte nada, ha pasado mucho tiempo desde la última vez que estuve aquí, Murgos —respondo en tono bajo para no asustar a Delancis—. Tal vez aún deambule por aquí el espíritu de la abuela. Aún recuerdo cuando jugábamos a las escondidas juntas. Ella se escondía y yo nunca la encontraba, solo la oía llamarme por mi nombre.

—¡Me estás jodiendo, ¿verdad?! —dice tratando de mantener la broma, pero su tono de voz delata cierto nerviosismo.

Prefiero no responder, aprovechando la oportunidad para incrementar su intriga. Después de todo, siento que me divertiré mucho con esto.

—Mami, este hotel es pequeño y tiene un olor extraño —comenta Delancy con una expresión de desaprobación.

—Verás que nos vamos a divertir —responde Murgos, tratando de infundir optimismo.


Nos detenemos frente a la puerta y doy tres golpes sobre el madero. La puerta parece tambalearse ante cada golpe, como si estuviera al borde de rendirse por completo. La perilla gira y la puerta se abre lentamente, revelando el interior de la vivienda. Frente a nosotras, veo los ojos castaños de Sarah Douglas, mi madre. Es una mujer de cuarenta y ocho años, con apenas unas arrugas asomando en su rostro. Su cabello rubio oscuro está recogido en una cola de caballo, con algunas hebras de canas escapando de ella. Su estatura es promedio y su cuerpo denota la edad, pero aún conserva esa energía característica de ella. Nos observa detenidamente, su mirada de miel recorriendo a Murgos y a mí de arriba abajo, visiblemente impresionada.

—¡Mark, ven aquí! —llama a mi padre desde el interior de la casa, solicitando su presencia.

—Mamá...

Por un instante me preocupa que esté molesta conmigo por haber pasado tanto tiempo sin visitarla, pero su expresión cambia a una nostálgica sonrisa que contagia. Nos abrazamos, un abrazo que expresa todo el tiempo que nos hemos extrañado.

—Oh, hija... Qué bueno es verte.

—Te extrañé mucho, mamá.

Mientras abrazo a mi madre, escucho unos pasos acercándose. Mi sonrisa se amplía al ver a mi padre. Mi madre también lo percibe y detiene el abrazo para que pueda correr hacia él, y así lo hago.

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora