Y empezaron a darnos como martillo sobre clavo en la pared. Yo, la segunda en la fila, no puedo evitar sentirme incómoda con el tipo de servicio que me está tocando dar. No parece que esté atendiendo a un solo cliente, sino a siete; todos están pendientes de cada movimiento, de lo que haga o diga. Apenas comienzan las penetraciones, los gemidos de las otras chicas llenan el aire, y me doy cuenta de que tengo que acoplarme al grupo. Así que finjo gemidos, falsos, porque la verdad es que no lo estoy disfrutando en lo absoluto.
Al principio, es solo una actuación. Pero, después de un minuto, algo empieza a cambiar. Las sensaciones se intensifican, recorriendo todo mi cuerpo, y no puedo evitar empezar a sentir de todo. Una mezcla de placer que no quiero experimentar. Quisiera reservar estas sensaciones solo para Giovanni, para alguien que realmente ame. Pero es imposible resistirlo. El ambiente lascivo no me da tregua: las cálidas manos del cliente aferrándose a mis caderas, el sonido de todas esas pieles húmedas chocando con cada estocada y los gemidos de los chicos. Moore lo está haciendo bien, lo admito. Me dio una estimulación previa, preparándome para lo que él llamó «el espectáculo».
Quiero odiarlo, quiero no sentir nada, pero mi cuerpo está respondiendo de otra manera, traicionándome.
—¡Cambio! —grita Moore.
«¿Cambio?».
De repente, el cliente sale de mi interior, y me doy la vuelta de inmediato para ver de qué están hablando. Parece que planean cambiar de posición.
—¡Alto! —ordeno con firmeza.
—¿Qué pasa? —pregunta el chico que está detrás de mí, claramente desconcertado.
—Primero: mi servicio sexual es exclusivo para Moore. Segundo: Moore, si vas a estar con ella y luego quieres volver conmigo, tiene que ser con un condón nuevo. No voy a aceptar ningún tipo de intercambio de fluidos vaginales.
—Mierda... —Moore gruñe, y los demás empiezan a quejarse también. Él continúa—. Mimarie, estás arruinando nuestra rutina de sexo.
—Moore, mi servicio es solo para ti. Si querías agregar a más personas, todos deberían haber pagado lo mismo que tú.
Tras una pausa incómoda, todos comienzan a sacar fajos de dinero para pagarme. Lo que no esperaba era que no solo los chicos, sino también las chicas, empezaran a contribuir. Y eso me asusta. No sé qué esperan de mí, pero definitivamente no me siento cómoda con ello.
—Bien, ya conocen las reglas, chicos. Si van a cogerme, tiene que ser con un condón limpio.
—Bien. Ok —responden todos casi al unísono.
Moore regresa conmigo, pero esta vez no volvemos a la posición contra la pared. Ahora soy yo quien toma el control de la sesión. Doy la primera orden con seguridad:
—Chicas, es hora de subirnos al columpio. Chicos, al suelo.
Ellos obedecen sin demora. Las chicas esperan a que yo me coloque en posición para seguirme, y cuando ya estoy sobre Moore, dándole la espalda, las demás se acomodan de la misma manera sobre sus respectivos acompañantes.
Comenzamos a mecer nuestros cuerpos sobre ellos, moviéndonos hacia adelante y hacia atrás. Ellas lo disfrutan visiblemente, ya que es una posición que favorece el placer femenino. Con el ambiente cargado de gemidos, la postura va transformándose lentamente en la danza del escorpión, con mi espalda recostada sobre el pecho de Moore. Uno de los chicos comienza a estimular el clítoris de su pareja, intensificando sus gemidos. Los demás lo imitan, y de pronto, la situación se convierte en una competencia por ver quién logra el primer squirt del «espectáculo». Ninguna lo consigue, y decido cambiar la dinámica.
—La siguiente posición es el tallo de flor. Moore, levántate y ponte de rodillas.
Moore sigue las indicaciones, y yo coloco mis pies sobre sus hombros. El resto depende de él; es una postura pensada para su disfrute, para que se luzca.
—Maldita seas, ¡qué rico! —se oye exclamar a uno de los chicos, lleno de entusiasmo.
De repente, siento una mano femenina sobre mi pecho derecho. Una de las chicas ha comenzado a tocarme, algo que nunca había experimentado con una mujer. Me desconcierta, pero no reacciono de forma negativa, después de todo, ella también ha pagado por mí.
—La... la próxima posición es el vuelo de la mariposa —digo, titubeando un poco—. Chicos, sentados. Chicas, sobre ellos, con las manos a los lados de sus tobillos.
La nueva posición provoca olas de placer en las mujeres, y los chicos aprovechan para estimular sus senos con las manos. Unos segundos después, le hago una señal a Moore, empujando de forma agresiva su pecho.
—Vamos, Amazonas —les digo a las chicas, con una sonrisa segura.
Ellas ya conocen bien la posición, así que no es necesario que me vean hacerlo primero. Al unísono, todas nos montamos sobre nuestros respectivos chicos y comenzamos a cabalgar. Les hago señas para marcar el ritmo, controlando la velocidad al principio. Iniciamos lento, saboreando cada movimiento, y poco a poco aumentamos la intensidad.
Cuando alcanzamos un ritmo exquisito, lleno de fuerza y sincronía, el primer gemido de un orgasmo rompe el aire. Es la chica a mi lado izquierdo, y su grito de placer resuena como el detonante que eleva aún más la energía en la habitación.
La próxima posición es la del ciclista. Todas las chicas me observan atentamente mientras me recuesto boca arriba en el suelo, imitando mis movimientos. Levanto mis piernas, apoyando los pies sobre el pecho de Moore. Él no pierde tiempo y comienza a arremeter con fuerza, mientras sus dedos encuentran mi clítoris, provocando en mí un gemido incontrolable. Mi cuerpo se arquea, entregado al placer, pero en medio de ese desenfreno, siento unos labios cálidos sobre los míos. Abro los ojos, desconcertada. Una larga cabellera oscura cae como una cascada sobre mis orejas. Es la misma chica que antes me tocaba el pecho, y ahora me está besando.
El impacto me deja sin aire por un segundo. Moore, al notar la escena, parece aún más excitado, lo siento más duro y más profundo, empujándome al límite. Entonces, otro par de labios se posa sobre mi pezón derecho. Es el compañero de la chica, que se ha unido a este extraño asalto sensual. Mi mente grita confusión: ¡¿Todos están contra mí?! Pero mi cuerpo responde de otra manera, entregándose al beso de la chica, porque se siente increíble en ese preciso momento. Al mismo tiempo, agarro el cabello del hombre sobre mi pecho, presionando para que no se detenga. Las sensaciones se intensifican a niveles insospechados.
Moore está tan excitado que termina corriéndose dentro del condón. Su gemido ronco, como el de un león, llena la habitación, atrayendo todas las miradas hacia él, justo cuando alcanza su clímax salvaje. Su satisfacción no pasa desapercibida.
—Pobre mujer, ¿cómo vas a dejarla así, Moore? —dice otra chica, esa la que logró el primer orgasmo, ella se levanta del suelo y se acerca a nosotros—. Robert, hazle un favor a Mimarie.
Robert se adelanta. Se coloca un condón y, con una sonrisa cómplice, se posiciona entre mis piernas. Me penetra con movimientos suaves, pero cargados de fuerza. El corrientazo de placer que aún recorre mi cuerpo hace que mis gemidos fluyan sin esfuerzo. Sus dedos encuentran mi clítoris, y comienza a estimularme, dándome lento, pero con fuerza, confundiendo mis sentidos: él dándome lento por dentro, pero rápido por fuera, haciéndome alcanzar un orgasmo genuino, algo que muy pocos clientes logran conseguir en mí.
El ambiente cargado de sexo y deseo compartido parece ser el catalizador. Aquí, todo se siente amplificado, irreal, como un torbellino de placer incontrolable. Cuando termino, Robert se quita el condón, pero no se detiene. Agarra a otra de las chicas, y lo que sucede después es aún más inesperado. Ella, con una sonrisa lasciva, pide que sean tres chicos quienes la tomen. Ellos ya saben cómo le gusta, porque ella se pone en posición de perrito, uno se posiciona debajo de ella, el otro detrás, mientras el tercero se lo mete en la boca. Juntos, logran que la chica alcance su orgasmo, en una escena tan excitante como aterradora.
Salgo de aquel servicio, agotada, saciada y con una sensación de trauma.
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De Prosti a CEO - [Libro 2]
HumorMiriam Douglas es la universitaria con mayor índice académico de la facultad de negocios, es una mujer inteligente y ejemplar, nadie podría imaginarse que, por las noches, esta prodigio de los negocios ensucia su cuerpo para poder pagar los gastos d...