76. Algo que no logro comprender del todo.

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Al llegar frente a la garita del portón de la mansión, quedo en shock, aquí podría estar viviendo la reina Isabella con toda su familia real... ¡Esta mansión es enorme! Incluso más grande que la de Giovanni. Observo la expresión de asombro en el rostro de Giovanni. Pobre iluso, ¿acaso pensó que sería el único millonario con mansiones imponentes en Londres?

—Danna, esta mansión es impresionante... ¡Y tú vives aquí! —exclamo, señalando la majestuosa estructura.

—Sí, y por dentro es aún más asombrosa. Le diré a Murgos que te invite un fin de semana para que pases una tarde en el área social.

No puedo evitar sonreír, sintiendo una mezcla de asombro e incredulidad. ¿De dónde ha salido esta gente? ¿Cuál es la historia detrás de esta familia? Hikari no suena como un apellido inglés, lo que me hace pensar que no son originarios de aquí. Ahora recuerdo que Danna mencionó que el padre de Gabriel tiene rasgos asiáticos. Seguro que vienen de allá.

Giovanni detiene su auto frente a la garita de seguridad, con la intención de entrar, pero el agente de seguridad no le abre el paso y sale para atenderle.

—Disculpe, señor, ¿tiene una cita programada? —pregunta el agente.

—Eh, no —responde Giovanni.

Danna, sin perder tiempo, abre la puerta del auto y baja con decisión.

—Danna, ¿qué haces? ¿Vas a entrar caminando? —pregunto, observando la distancia considerable hasta la mansión, con un jardín enorme que se extiende frente a la impresionante edificación.

—No se preocupen, chicos. Puedo pedirle al agente que me lleve hasta la entrada en uno de los autos —dice, señalando el elegante sedán estacionado al lado de la garita.

—Mierda, tiene transporte interno...

Luego de despedirnos de Danna, Giovanni vuelve a tomar la carretera que nos trajo, dirigiéndose hacia el centro de Londres, donde está mi residencia. Durante el trayecto, ha insistido en sacarme información sobre mi nuevo trabajo, pero he rechazado todos sus intentos, convirtiéndolo en un juego entre nosotros y haciendo que el viaje sea más ameno. Aproveché para preguntarle sobre su hijo y, curiosa, también le pregunté sobre la madre, preguntándole si Dimitri había comenzado a adaptarse a la vida sin ella.

—Non molto tempo le dije a mi bambino la verdad, que su madre non iba a tornata —confiesa Giovanni, su tono grave arrastrando un matiz de tristeza.

Eso me deja pensando. ¿Qué pudo haber hecho Giovanni para que esa madre decida nunca volver por su hijo? ¿Acaso ella era una mala madre? O quizás él...

—Dime la verdad, Giovanni —le digo, mirando hacia él con preocupación—. ¿Le hiciste algo a la madre de Dimitri?

—Non credo que sia il momento migliore per parlare di ella, Miriam —Puedo notar como con sus manos aprieta el timón del auto—. No quiero deprimerti aún más.

—¿Vas a dejarme con la intriga? ¿Es tan complicado responder?

—La storia tiene un finale simple, pero el camino hasta allí è triste e complicato.

Durante el resto del trayecto, de regreso al centro de Londres, el silencio se convierte en un refugio incómodo para mis pensamientos. Me apoyo contra la ventana del auto, con la vista fija en el paisaje nevado que pasa sin cesar. Mi nombre en la segunda posición de indices académicos vuelve a dibujarse en mi mente, a torturarme, y a pesar de mi esfuerzo por mantener una expresión serena, algunas lágrimas traicioneras se deslizan por mi rostro, ocultas en la penumbra del interior del coche. No quiero que Giovanni se dé cuenta de mi angustia, así que me esfuerzo en concentrarme en la vista invernal que se despliega fuera del cristal.

De repente, Giovanni detiene el auto frente a una cafetería, interrumpiendo el silencio con un gesto inesperado. Me vuelvo hacia él, curiosa y confundida.

—¿Qué pasa? —pregunto, notando la ligera sonrisa en sus labios.

—Se me antojó un cioccolata caliente —responde, con una sonrisa que parece estar diseñada para levantar mi ánimo—. ¿Te apetece uno?

Acepto su ofrecimiento, y juntos disfrutamos del chocolate mientras él parece genuinamente feliz de haber logrado sacarme una sonrisa. Mi tristeza se disuelve brevemente en el dulce sabor, y una sonrisa sincera se dibuja en mi rostro. Giovanni, satisfecho por su éxito en alegrarme, también sonríe, orgulloso de su logro.

—¿Por qué haces esto?

—¿Qué cosa?

—Preocuparte por mí... ¿Te sientes mal ahora que me has ganado el primer lugar?

—Sono onesto contigo... Estoy explotando de felicità.

Me echo a reír. Solo él puede responder así, el engreído e insoportable Giovanni Paussini, a quien siempre creí odiar.

—Maldición... Me has ganado.

—Fue un onore disputar ese primer lugar contigo —responde Giovanni, posando sus cálidas manos sobre las mías—. Eres una mujer incredibilmente intelligente, con capacità straordinarie, y todas esas qualità van a la par con tu bellezza.

Me sonrojo intensamente, hasta el punto de cubrirme el rostro con las manos. Giovanni disfruta el momento, riendo con esa sonrisa suya que parece siempre tener un matiz de picardía.

—Vámonos ya —pido, intentando ocultar mi vergüenza. No suelo sonrojarme por cursilerías como estas, pero este maldito que tengo enfrente no solo me roba los primeros lugares, sino también mi estabilidad emocional.

Al llegar al estacionamiento de mi apartamento, ambos bajamos del auto. Giovanni extiende su mano para entregarme las llaves de mi coche.

—Gracias por todo —le digo, intentando sonar agradecida y serena.

Siento una punzada de deseo por pedirle que se quede conmigo, aunque sea un momento más. Anhelo compañía en medio de la soledad y la depresión que, sin duda, me espera al acostarme en mi cama, pero la razón me detiene. Sé que Giovanni también tiene responsabilidades y un hijo que necesita su atención, y no quiero ser egoísta.

Ambos nos detenemos frente a los dos ascensores del estacionamiento: él esperando el ascensor que baja y yo esperando el que va de subida. El ascensor que va de subida llega primero.

—Nos vemos en las prácticas de graduación. Bye —le digo. Extrañamente, mi corazón empieza a latir con fuerza, reclamando algo que no logro comprender del todo.

Entro al ascensor y la puerta se cierra lentamente. Pero de repente, una mano impide que se cierre por completo. Giovanni la abre de par en par como si fuera el increíble Hulk y entra en el ascensor que va de subida, arremetiendo contra mí. Me empuja contra el metal de la pared y me besa con una intensidad que parece hablar en todos los idiomas, porque no entiendo nada lo que intenta decirme, no entiendo nada de esto que nos está pasando. 

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora