11. El primer cliente

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Soy una persona analítica, inteligente y con una ausencia de incredulidad; es cierto que tengo cara de niña y que me podrían tomar por inocente, pero mi mente es bastante madura como para no saber que existen diferentes tipos de hombre y que, por tal motivo, se le tiene que dar un trato diferente a cada uno. Puede tratarse de un loco y sádico caballero que busca una noche de desenfreno, o puede que solo sea un hombre que le gusta sentirse consentido y que necesite un poco de cariño. Las chicas me han sugerido que me convierta en una especie de muñeca inflable y que deje a un lado el trato especial hacia los clientes, pero no lo puedo tomar en cuenta, no las conozco lo suficiente como para no desconfiar de ella y creer que solo buscan perjudicarme, porque comprendo que entre nosotras también hay cierto grado de competencia, no hay razón para no querer ganarse los mejores y más atractivos clientes.

Esta noche yo tengo la ventaja frente a todas, al ser nueva, los clientes van a querer ser los primero en probarme; por tal razón, esta noche Madame Esther me ha puesto costosa.

Tengo que dar lo mejor de mí, es por eso que el nerviosismo no cruzó por la puerta de esta habitación. Y jugando a mi favor, está el ambiente que me rodea y que me ayuda a sentirme más provocativa, más sensual.

El primer cliente ya ha llegado, lo tengo frente a mí y me acaba de decir que viene a darme con todo. En sus ojos he podido leer: aventura, experiencia y arrogancia.

«Ya sé cómo tratarte».

Sin decir más palabras, le tomo de la mano y le invito a pasar mostrándole una sonrisa pícara. Sus manos se sienten rígidas, sus pasos son firmes, determinados. Él es un hombre que se ha acostumbrado a esto, así que dejo que sea él quien me lleve de la mano a la cama.

—Quiero que me hagas recordar esta primera experiencia —pido como si fuese lo único que necesitara de él—. Por favor, muéstrame lo sin igual que puedes ser.

Me agarra por los hombros, me sienta al borde de la cama y luego empuja acostándome sobre el colchón. Recostada sobre mis codos, le veo desatarse el nudo de la corbata, se quita el saco del traje, se saca la camisa y empieza a desabrocharse los botones. Al instante quedo presenciando un pecho velludo y una pancita que denota falta de actividad física.

El señor bigotudo dedica un par de segundos a deleitarse con la sensualidad de mi cuerpo.

—Me gusta el detalle del antifaz, le pone misterio.

Luego, de un jalón, se quita la correa y se desabrocha el botón del pantalón. Toda su ropa queda regada a un lado de la cama y él parado frente a la cama, completamente desnudo. Me agarra por debajo de las rodillas y me jala hacia él, me deja con las piernas flexionadas y abiertas de par en par, lista para iniciar con la jornada laboral de hoy.

El nerviosismo quiere apoderarse de mí, nuevamente, pero no puedo permitirlo, necesito estar lo más relajada posible, sino esto podría terminar doliéndome. Así que, mientras él empieza a ponerse un condón, yo trato de relajar mi cuerpo y controlar mi respiración.

Ya cuando está bien protegido, hace a un lado mi ropa interior y me penetra soltando un suave gemido.

—Dios mío, que rica estás.

Sus movimientos pélvicos aceleran provocando estocadas ruidosas que recorren toda la habitación, sonido estimulante que aprovecho para relajarme aún más; sin embargo, no lo estoy disfrutando, y esto es porque aquel hombre no me resulta atractivo, no es mi tipo.

—Esto se siente muy bien —le miento—. Eres todo un maestro en el sexo.

Mis palabras le roban una sonrisa llena de victoria; el que se cree un experto en el sexo, observa la falsa sonrisa sobre mis labios y luego baja la mirada hacia mis pechos, le gusta ver cómo sus estocadas sacuden mis tetas sobre mí.

De pronto, sus manos presionan con fuerza sobre mis muslos y su rostro se enrudece, cambia el ritmo y, moviéndose más fuertes, llega más profundo. Me Hace arquear la espalda por el pequeño ardor que me hace sentir, trato de disfrazar mi expresión doliente en pura satisfacción.

—Te está gustando ¿eh? —se le escucha un poco agitado, es un señor fuera de condiciones—... Esto no se te va a olvidar nunca, bebe.

«Necesito relajarme aún más, pero no lo estoy logrado».

—Eres increíble, continúa así —pido casi susurrando.

Tengo que hacer que este tipo se venga rápido, tal como me lo dijo Marthuski, una vez eyacule se habrá terminado esto.

Me está doliendo, y me lo he tenido que aguantar.

Bajo este dolor decido colaborar con mis movimientos, sacando de él una expresión propia de un rey engreído, él cree que lo hago porque me está gustando, pero lo que realmente quiero es que esto se acabe pronto.

Por suerte, mis movimientos funcionan y lo hago eyacular dentro del condón, él lo saca de inmediato.

—Me has dejado sin aliento —vuelvo a mentir mientras permanezco regada sobre la cama.

—Mírate, toda agotada y sin energía —dice mientras empieza a vestirse, parado frente a la cama—. No vas a tener fuerza para cogerte al que me sigue.

Hijo de perra, tiene toda la razón.

El cliente sale de la habitación como si fuera un triunfante gladiador que ha acabado con la vida de una indefensa leona, y es que yo aún no me he podido levantar de la cama. Trato de recuperar mi fuerza mientras pienso lo difícil que me está resultando esto, lo que me toca soportar, el asco que podría llegar a sentir. A los que practican esta profesión también se les debería de llamar "actor", cada gesto y cada palabra que he dicho ha sido fingida.

Debería darme un baño antes de que llegue el próximo cliente. Me levando de la cama y camino hacia donde está la puerta del baño. Al abrirla me encuentro con una decoración de ensueño, como si fuese construido para pasar una linda velada acompañada del amor de tu vida, es un ambiente completamente romántico. Es mi primera ve aquí dentro, así que debería disfrutar de cada cosa encontrada: las velas aromáticas, el jabón de espuma, los champús...

Me quito el babydoll y lo tiro dentro del sesto de ropa sucia que está a un lado del inodoro. Voy hacia donde está bañera y abro el grifo de agua caliente, espero que se llene hasta la mitad y entro en ella. Al instante quedo relajada y sumergida hasta el cuello, dejando que el agua abrace mi cuerpo, contemplo como el vapor se eleva en espirales y cómo va tejiendo una danza etérea en el aire. La tenue luz de las velas se refleja en la superficie del agua, creando destellos dorados que bailan en las baldosas de las paredes. El aroma relajante del aceite de lavanda impregna el ambiente, envolviéndome en una sensación de serenidad. El silencio es un compañero bienvenido, solo interrumpido por el suave crepitar de las velas y el ocasional susurro del agua.

Una ola de alivio recorre mi cuerpo, como si cada músculo reconociera el regalo que le he brindado.

Siento cómo los pensamientos agitados y las preocupaciones del día vuelven a desvanecer, reemplazados por una calma profunda. Mis músculos se relajan uno a uno, como si estuvieran suspirando aliviados después de una larga jornada.

A medida que la temperatura del agua se desvanece lentamente, emerjo de la bañera con una sensación renovada de fuerza y vitalidad. Envuelta en una suave toalla, me dirijo a la siguiente parte de la noche con una sonrisa en los labios y un corazón más ligero. La bañera me ha dado más que un simple baño, me ha regalado un espacio para sanar, recuperar fuerzas y recordarme la importancia de cuidar de mí misma.

No pienso compartir este baño con nadie, lo he convertido en mi espacio privado, mi rincón favorito.

Luego de vestirme con otro sexy babydoll, escucho que vuelven a tocar la puerta de la habitación.

Frente a mí está el segundo y último cliente de esta noche: dueño de una exquisita fragancia, un hombre que está rondando mi edad, rubio y de ojos azules, su barba está perfectamente rasurada y un cuerpo luce robusto bajo aquel t-shirt de polo en color negro. Su sonrisa en una mezcla de coquetería y travesura.

—Hola, hermosa, ¿jugamos un rato?

—Por supuesto que sí.

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora