50. Dotes culinarios

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En medio de la fresca tarde del sábado, salgo de la casa y me dirijo hacia el auto de Murgos para sacar mis maletas. Al poner un pie sobre el césped del jardín, quedo impresionada no por la cantidad de maletas apiladas detrás del auto, sino por el enorme telescopio que Murgos ha comenzado a armar. A su lado, Delancis da pequeños saltos y observa a su madre con una expresión de ilusión en su rostro, lo cual me hace sonreír.

—Por favor, yo también necesito ver las estrellas en esa maravilla —digo a Murgos mientras camino hacia el auto.

—Cuando mi hija se canse de usarlo, te lo presto—responde con una sonrisa divertida.

Mientras saco mis maletas del auto, no puedo evitar voltear a verlas y pensar en lo mucho que Murgos consiente a su hija y cómo trata de cumplir cada uno de sus deseos. Me hace reflexionar sobre mi futuro y mis posibles hijos, ¿seré igual de complaciente? No, con esta vida que llevo no merezco tan siquiera pensar en tener un hijo... Por ahora no.

Una vez tengo mis maletas en mano, me encamino hacia mi antigua habitación. A pesar de los años, el espacio parece haberse mantenido casi intacto gracias al esmero de mi madre. Las sábanas rosas, el escritorio ordenado como solía hacerlo y los posters de The Rolling Stones que aún adornan las paredes, todo aquí dentro evoca recuerdos de mi adolescencia.

Con un suspiro de nostalgia, saco mis libros de la maleta y los coloco sobre el escritorio. Acomodo la silla y me siento, dejando que la familiaridad del ambiente me envuelva. A mi alrededor, los murmullos de la naturaleza y de mis seres queridos crean una atmósfera reconfortante. No me quejo; aquí, entre estas paredes, puedo estudiar en paz.

Ha llegado el atardecer, es hora de entrarle a la cocina. El aire fresco del campo se cuela por la ventana que está a un lado de la estufa, llevando consigo el aroma a hierba recién cortada y tierra húmeda. Murgos y yo nos encontramos entre ollas y sartenes, cada una concentrada en nuestra tarea.

Yo estoy picando unos pimientos rojos y verdes con la destreza propia de un chef, siguiendo el ritmo constante de la hoja del cuchillo sobre la tabla de cortar. Mientras tanto, Murgos está a mi lado sazonando unos filetes de res. Aunque le he dado las cantidades exactas de condimentos, puedo notar que no se siente muy segura de lo que hace. Lleva un buen tiempo metiéndole mano a la carne, y se ve un poco nerviosa, como si temiera que parte de la carne se quede sin sazón.

—Si sigues manoseando la carne de esa forma, vas a ocasionarle un orgasmo... Y no queremos comer carne dura —bromeo, tratando de aligerar el ambiente.

Murgos suelta una risa modesta, típica de ella.

—Todo lo contrario, espera a ver qué suave quedará esta carne

«¿Será que me estoy equivocando con ella? ¿Será que realmente sabe lo que está haciendo?».

Me acerco para ayudar a Murgos a encender el fogón de la estufa. Después de poner el sartén a calentar, me cruzo de brazos, observándola expectante, mientras ella se prepara para el siguiente paso. Murgos me mira indecisa por un momento antes de tomar una decisión. Finalmente, vierte un poco de agua en el sartén y coloca los filetes para que empiecen a cocinarse. No está mal. Mientras la carne comienza a dorarse, tomo un saco de papas y lo coloco sobre la encimera.

—Tú las lavas y yo las pelo —propongo. No quiero que la pobre se vuele un dedo.

—Vale.

Mientras la veo lavar las papas, aprovecho en hacerle una pregunta para entrar en conversación:

—¿Cuál es el platillo favorito de Delancis?

—Gorgonzola al Forno —responde Murgos, con una sonrisa mientras se concentra en la tarea.

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora