114. Una tarde con el CEO

24 1 0
                                    


El placer humano es un enigma fascinante. Es increíblemente diverso, subjetivo, único para cada persona. Algunos lo encuentran en los sabores de una comida exótica, otros en la adrenalina de un deporte extremo o en el roce delicado de una caricia. El placer puede estar en un beso robado, en esa música que nos eriza la piel o incluso en el silencio de un amanecer.

Mientras estoy aquí, sentada frente a Gabriel, no puedo evitar pensar en lo que me confesó hace un momento. Su voz temblorosa aún resuena en mi mente: «El sexo para mí es una tortura». Fue tan valiente al decirlo. La mayoría de los hombres no se atreverían ni a pensarlo, mucho menos a compartirlo.

Lo miro. Está de pie junto al ventanal, sosteniendo su vaso de licor, con la mirada perdida en el horizonte de Londres. Su silueta imponente parece indestructible, pero ahora sé que incluso alguien tan fuerte como él lleva sus propias cicatrices.

—Gabriel —le digo suavemente, rompiendo el silencio.

Él gira apenas el rostro hacia mí, sus ojos reflejan algo entre duda y vulnerabilidad.

—Lo que me dijiste... —prosigo, eligiendo mis palabras con cuidado—, eso que compartiste conmigo, no es cualquier cosa. Es una muestra de una valentía enorme.

—¿Valentía? —pregunta, incrédulo, con una sonrisa amarga.

—Sí, valentía. Admitir algo que va en contra de las expectativas sociales, algo que otros juzgarían sin siquiera tratar de entenderlo, requiere más coraje del que imaginas.

Se queda en silencio, sus dedos acarician el borde de su vaso, pensativo.

—Siempre he pensado que algo no está bien conmigo, que quizá sea algo psicológico..., problemas mentales. He visitado a varios psicólogos, pero nadie ha podido ayudarme.

—No son problemas mentales, Gabriel —le digo con suavidad—. Son tus gustos, así eres tú. Y eso no te convierte una aberración.

—¿Tú crees que soy raro? —Sus ojos se levantan hacia mí, llenos de duda.

Me paro de la silla lentamente, dejando el vaso sobre el escritorio. Mis pasos son silenciosos mientras camino hacia donde él está, deteniéndome justo a su lado. Apoyo una mano ligera sobre su hombro y lo miro.

—Eres diferente... ¿Sabes cuántas personas pasan la vida entera fingiendo que son más del montón? Ocultando sus miedos, sus inseguridades, porque les da pánico que los vean diferentes, vulnerables. Pero tú... —me detengo, dejando que mis palabras tomen peso—, tú elegiste confiar en mí y mostrarme esa parte de ti. Eso es admirable, Gabriel.

Sus ojos se cristalizan por un momento, y luego esboza una sonrisa pequeña, pero genuina.

—No sé si es admirable o simplemente una locura —responde con un deje de humor.

—Es ambas cosas. —Me río un poco, aligerando el ambiente—. Pero escucha, lo que sientes no te define como hombre, ni como ser humano. Es solo una pieza del rompecabezas que eres. Y créeme, ese rompecabezas es increíblemente valioso.

Se gira completamente hacia mí, dejando el vaso sobre el escritorio. Sus manos descansan en los bolsillos de su pantalón mientras me observa.

—Miriam... no sabes cuánto necesitaba escuchar algo así.

Su tono es tan sincero que me desarma.

—Para eso estamos los amigos, ¿no? —respondo con una sonrisa.

Gabriel me mira por un largo rato, como si intentara memorizar este momento. Finalmente, nos acercamos y nos fundimos en un abrazo.

—Soy muy afortunado de haberte encontrado —murmura con sinceridad, añadiendo un toque aún más especial a este instante.

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora