21. Golpe a la nariz

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Entre prácticas de pole dance, idas al gimnasio, la universidad y servicios en el club, ya se ha llegado octubre, presentándose con su singular paleta de colores propia del otoño y con amaneceres envueltos en finas brumas.

El jardín de la universidad, perfumado de ese peculiar aroma a tierra mojada y hojas secas, una fragancia que solo esta temporada del año puede ofrecer. El aire se torna más fresco, dándome la escusa perfecta para salir al balcón. Allí, me siento en una acogedora mesita y disfruto del exquisito clima, con la calidez de una tacita de café en mis manos y con una suave bufanda enrollada en mi cuello.

Hoy, tema principal en la universidad es: La fiesta de Halloween y los disfraces que se piensa usar para ese día. Danna aún no ha llegado, sino estaría super entusiasmada hablándome de aquel tema.

De repente, escucho el arrastre de la silla que tengo a un lado, al buscarle con la mira me encuentro con Giovanni, quien ahora está sentado en la misma mesa que yo.

—Douglas...

—Paussini...

Aquellos ojos verdes contrastan muy bien con el paisaje de otoño que está tras su espalda. Su cabello oscuro cae desordenadamente sobre su frente, como hojas caídas en el suelo, y un mechón rebelde se desliza sobre su ceja, dándole un toque de rebeldía encantadora. El chico lleva un atuendo perfectamente acorde con la estación. Un suéter de lana de color burdeos abraza su figura, resaltando sus hombros anchos y marcando una línea sutil de su torso. Debajo, una camisa blanca de algodón se asoma, con el cuello ligeramente desabrochado, como si acabara de quitarse una corbata.

—¿Qué está succedendo contigo, Douglas? —pregunta sumamente serio, con aquel acento italiano que le caracteriza. Me observa como si algo le molestara.

—¿A qué te refieres?

—Ya no eres la misma de antes; incluso, has dejado que tus calificaciones bajen.

—Es cierto, bajaron un poco.

—Lo suficiente como para permitirme estar en el primer puesto de los índices académicos.

«¡¿Qué?!», pienso a la vez que mis grisáceos ojos se expanden de pura impresión.

Giovanni me sonríe con altanería, como el «Don arrogante» que es.

Dejo la taza de café sobre la mesa. Luego, recobro la compostura relajando mis hombros, mostrándome serena y despreocupada.

—Has estamos muy pendiente de aquella lista, ¿eh? —digo cruzándome de brazos.

—Soy una persona que lo quiere todo... Ahora tengo tu primer lugar —sonríe victorioso.

Poso mis codos sobre la mesita y me inclino frente a él.

—Pero hay algo que aún no tienes —le digo en voz susurrante.

—¿Ah sí? —fija sus ojos en mis senos—. ¿Qué es?

—A tu hijo.

Su semblante se amarra como un puño y su mirada empieza a titiritar luego de que mis palabras tocaran la campanita de la sensibilidad dentro de él. Tiene la mandíbula apretada y sus dedos tensos sobre la superficie de la mesa. Giovanni está muy molesto.

—¿Qué sabes tú de mi hijo?

—Que su padre cree que merece una vida mejor, con él.

Giovanni se levanta de su silla con una energía eléctrica y una ira palpable. Sin previo aviso, me sujeta del brazo y me arranca de la mía, forzándome a ponerme de pie. Me empuja con fuerza contra la baranda del balcón, y sujeta con brusquedad mi mentón con su mano.

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora