51. De regreso a Londres

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Nos encontramos en el pórtico de la antigua casa de mis padres, Murgos y yo, mientras compartimos una taza de té negro, somos testigos silenciosas de la fascinación de Delancis ante el firmamento. Bajo un manto de estrellas relucientes, la noche se viste con el murmullo rítmico de los búhos, el canto nostálgico de las cigarras y el coro enigmático de los anfibios. En la distancia, la oscuridad se funde con la tierra, creando un horizonte misterioso y profundo.

—Ni todo el dinero del mundo podría comprar tan hermosa noche —musita Murgos con su tono sereno, cargado de un deleite, mientras nuestras miradas se pierden en el vasto lienzo de estrellas sobre nosotros.

—Es el tipo de retiro que todos anhelamos en ciertos momentos de la vida.

—Absolutamente —concuerda ella, llevándose la taza de té a los labios antes de continuar—. ¿Sabes? Aquella noche en la discoteca, creí haber encontrado a un par de chicas que compartían una amistad inquebrantable.

—Yo también lo pensaba.

Nuestros ojos se encuentran, transmitiendo la seriedad que impone el tema.

—¿Qué pasó entre ustedes? Si puedo preguntar, claro.

—Bueno, yo creía que Danna me quería como su amiga.

—¿Y no es así? ¿No te quiere? —inquiere Murgos.

—Sí, pero no como amiga, sino como...

—Entiendo —me interrumpe con empatía.

Asiento, incapaz de esconder mi expresión sombría. Realmente me duele cómo terminaron las cosas con Danna.

—No me siento cómoda estando cerca de Danna.

—Cuando alguien expresa su amor, es como si te entregara un globo lleno de helio para que lo amarres a tu muñeca y lo lleves contigo siempre. Pero si lo sueltas, este se eleva, alejándose de ti. Si no saltas rápido para alcanzarlo, se te escapa y se vuelve imposible recuperarlo. Desaparece de tu vista y, en el cielo, estalla. ¿Crees que el globo que te dio Danna ya haya estallado?

—No sé. No hemos hablado, siempre trato de evitarla.

—Comprendo —murmura Murgos, con la comprensión gravitando entre sus palabras.

En ese momento, Delancis se aleja del telescopio y se acerca a nosotras, frotándose los ojos.

—Mami, tengo sueñito.

—Sí, ya es hora de dormir —responde Murgos, acariciando con ternura el rostro de su hija.

—Las llevo a la habitación —ofrezco. Murgos asiente con una sonrisa.

La casa de mis padres solo cuenta con dos habitaciones, la de ellos y la mía, así que Murgos y yo tendremos que compartir mi espacio. Al abrir la puerta, siento un ligero rubor al revelarse mi decoración rosa y mis pósters de The Rolling Stones.

—Veo que compartimos gustos. También me gustan The Rolling Stones. —comenta Murgos, con una sonrisa cálida.

—¿En serio?

—¡Sí!... Y, por cierto, ¿Dónde dormiremos?

—En mi cama

—¿Y tú?

—En el sofá.

—Espero que el sofá sea lo suficientemente cómodo —responde, mientras acomoda a Delancis en la cama.

—Lo es, no te preocupes.

Murgos cubre a Delancis con la sábana, y la pequeña cae rápidamente en un sueño profundo. Es sorprendente lo rápido que se ha quedado dormida, debe de estar muy cansada.

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora