9. El camerino compartido

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Mi mejor amiga es un ser extraordinario, es más, no hay palabras suficientes para describir la magnitud de su impacto en mi vida. Desde el momento en que el profesor nos reunió para formar grupo de trabajo y nos permitió conocernos, desde ese momento, su presencia se convirtió en una bendición sobre cada paso de mi camino.

Ella es la clase de amiga que siempre está ahí cuando la necesito, sin importar la hora o el día. Siempre escucha con atención y comprensión, nunca ha juzgado mis decisiones o sentimientos. Su empatía y apoyo incondicional me han sostenido en los momentos más difíciles y me han inspirado a seguir adelante con fuerza y determinación.

Lo grandiosa de mi mejor amiga también radica en su honestidad y sinceridad. Siempre me habla con franqueza, incluso cuando la verdad puede ser difícil de escuchar. Sus consejos y opiniones son valiosos, y sé que siempre puedo contar con su perspectiva honesta para tomar mis decisiones. Y son su honestidad y sus verdades lo me hacen ocultarle la realidad de mi nuevo trabajo, por vergüenza y miedo de lo que me vaya a decir, porque de seguro sacudirá todo el planeta tierra con tal de que yo no vaya a aquel estanque de ranas.

Me siento tan mal al tener que mentirle. Anoche, antes de dormir, se me ocurrió decirle que mi nuevo trabajo sería como asistente de chef en un club nocturno, cosa que le pareció un poco raro porque soy muy mala en la cocina. Me atreví a decirle el nombre real del club, ya que no soy muy buena mintiendo... Sí, soy mala mintiendo, mientras más grande hago una mentira, más rápido caigo.

Esta mañana, como es habitual, mi amiga se arregló para ir a la universidad, pero esta vez sin mí. Preocupada por cómo iba a sobrevivir sin ella, me dio unas tres libras para que pudiera comer en lo que resta del día.

Por suerte, el día ha pasado rápido y ahora aquí estoy, con mi cabeza recostada sobre el cristal de la ventana de un taxi, rumbo al bufé anfibio para millonarios. Mierda, estoy más nerviosa que gordo en silla de plástico; así que, para relajarme, me da por cerrar los ojos y viajar en el tiempo, encontrándome de nuevo con mi pasado, con aquel pueblo rural donde viví mi infancia.

Recuerdo las mañanas luminosas y frescas, cuando el canto de los pájaros me despertaba y el aroma del pan recién horneado con leña se colaba por la ventana. Mi madre era la encargada de preparar el desayuno, y disfrutábamos de cada bocado mientras el sol se alzaba sobre las colinas verdes que rodeaban el pueblo.

Aquellos días transcurrían con juegos y risas. Junto a mis amigos del vecindario, explorábamos cada rincón del lugar como si fuéramos intrépidos exploradores. Recuerdo cuando corríamos por los campos, trepábamos a los árboles y nos divertíamos bajo el cálido sol del verano. El río que cruzaba el pueblo era nuestro refugio secreto. En verano, nos sumergíamos en sus aguas frescas y cristalinas, riendo y jugando como si no hubiera un mañana. Los días se desvanecían en tardes interminables de diversión y complicidad.

En las noches, el cielo se pintaba de estrellas brillantes, y mi padre solía contarme historias sobre constelaciones y leyendas. Nos sentábamos en el porche, envueltos en mantas, mientras el aire fresco de la noche acariciaba nuestros rostros. Esos momentos con mi padre son tesoros que guardo en mi corazón. Lo extraño mucho, a él y a mi madre.

Ahora me pregunto:

«¿Qué tanta deshonra puedo darle a aquella niña que vivía feliz y despreocupada por la vida?, a esa que amaba vivir en el campo y saltar de bomba al río.

¿Cuánta vergüenza podrían soportar mis padres?

¡Vamos, Miriam! Ya estás aquí, necesitas mostrar una mejor actitud».

La puerta que usa el personal del club está a un costado del establecimiento, junto a una pequeña vereda que conecta con la calle aledaña. Abro la puerta y tras ella me recibe un agente de seguridad distinto al que conocí ayer en la entrada principal, este tiene un rostro más gentil y sabe sonreírme con amabilidad. Le saludo de la misma forma. Luego avanzo caminando por un estrecho pasillo y, al final de este, me percato de la presencia de Madame Esther. Al instante me pongo tensa, trato de reponerme rápido intentando relajar mi cuerpo para no mostrarme tan nerviosa frente a ella. El nerviosismo no disminuye en el momento en que me paro frente a la Madame y le saludo, tampoco lo hace cuando se abre la puerta del camerino y Madame Esther empieza a regañar a las chicas, lo hace en el momento en el que encuentro a una chica pelirroja natural y de mejillas pecosas luciendo unas trenzas forradas con condones. ¡Es lo más descabellado que he observado en mi desgraciada vida!

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora