115. De visita en la mansión

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El almuerzo transcurre en una atmósfera agradable, pero mientras sostengo mi copa de vino, no puedo evitar que mi mente divague hacia lo extraño de la negativa de Gabriel a que visite a Danna. Sus razones, o la falta de ellas, me parecen un rompecabezas incompleto. No es propio de él esquivar situaciones complicadas, mucho menos si se trata de algo tan simple como ayudarme a ver a una amiga.

Decido abordarlo directamente.

—No entiendo por qué no te parece buena idea.

Él levanta la mirada de su copa, su expresión es tranquila, pero sus ojos reflejan cierta incomodidad.

—Es complicado.

No puedo evitar fruncir el ceño.

—¿Complicado por qué? No tiene sentido que no pueda ir a visitarla. Soy su amiga.

Él suspira, deja la copa a un lado y se recuesta en la silla como si se preparara para una conversación larga.

—No es que no quiera que la veas, Miriam, pero la Mansión Hikari no es... no es el mejor lugar para recibir visitas.

—¿Por qué no? —insisto, cruzando los brazos.

Él duda por un momento, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras.

—Es mi padre —admite finalmente, bajando la voz. Sus dedos tamborilean sobre la mesa con nerviosismo—. No le gustan las visitas, y, bueno, puede ser muy grosero. No quiero que te sientas incómoda, o peor, que él te trate mal.

Su respuesta parece genuina, pero algo en su tono me deja con la sensación de que no me está diciendo todo.

—¿Es solo eso? —pregunto, mirándolo fijamente.

—Sí, Miriam, te lo aseguro. —Su mirada no vacila, pero sus manos inquietas delatan una cierta inseguridad.

Me recuesto en la silla, procesando lo que acaba de decir. Aunque entiendo su preocupación, no puedo quitarme la sensación de que hay algo más detrás de su negativa.

—Pueden verse en otro lugar si lo prefieres —continúa Gabriel, intentando suavizar el tema—. Puedo llevar a Danna a cualquier lugar que elijas.

Pero esa no es la solución que quiero. Ahora, más que nunca, necesito ir a la mansión. Quiero saber qué está pasando allí, y su insistencia en evitarlo solo me hace más determinada.

—Gabriel, te prometo que no buscaré involucrarme con tu familia —digo, adoptando un tono conciliador—. Pasaré desapercibida, ni siquiera tendrán que saber que estoy allí. Solo quiero visitar a Danna.

Él permanece en silencio por unos segundos, su mandíbula tensa mientras evalúa mis palabras. Finalmente, suspira con resignación.

—Está bien, Miriam —responde, aunque su tono está lejos de ser entusiasta—. Pero insisto, será mejor que mantengas un perfil bajo.

—Lo haré —aseguro, tratando de ocultar mi pequeña victoria detrás de una sonrisa tranquila.

Sin embargo, mientras él vuelve a tomar de su copa y yo de la mía, no puedo dejar de sentir que hay algo más, algo que Gabriel no quiere decirme.

El día siguiente llega con la misma sensación de intriga que me dejó el almuerzo. Después de un largo día de trabajo, Gabriel me espera en la entrada de la fábrica, y juntos nos dirigimos hacia la mansión Hikari en su auto. El trayecto transcurre con una conversación ligera hasta que cruzamos la garita del portón principal de la mansión. Al ver las enormes rejas abrirse, una inquietud me invade.

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora