42. Un mal día... o tal vez no

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Temo que alguno de esos individuos perturbados, que considero como clientes, lleguen a verme como un objeto de su propiedad en algún momento de sus vidas. Por eso, ayer, cuando Giovanni afirmó que en esa noche solo sería para él, una sensación de inquietud me invadió. No deseo ser la esclava sexual de nadie. Se ofreció a llevarme a casa, como si necesitara asegurarse de que no estaría con nadie más durante esa noche. Me sentí atada, de tal manera que la conversación no fluyó en absoluto en nuestro camino de regreso. El trayecto en su auto resultó sumamente incómodo, especialmente al recordar cómo me había tratado en los últimos días. Para él, sigo siendo la mujer que desperdicia su inteligencia en un trabajo tan degradante como la prostitución. El hecho de que sintiera el deseo de tener sexo conmigo no altera en absoluto su percepción: sigo siendo para él una asquerosa puta.

Al descender del edificio de mi departamento, lo primero que hago es verificar si Giovanni cumplió su promesa. Anoche, después de que le informara que podía regresar a casa por mi cuenta, ya que tenía mi propio auto fuera del club, insistió en que le dejara las llaves de mi auto para que uno de sus hombres lo llevara hasta los estacionamientos del edificio. Estaba decidido a acompañarme en su auto, y no fui la única sorprendida; Madame también se mostró extrañada al verme salir con él al concluir mi primer turno.

—Disculpe, señor, no puede llevarse a la chica para tener intimidad fuera del club —le advirtió Madame.

Non tengo intenzione de tener relaciones intimi con ella, solo la llevaré a casa —respondió Giovanni.

—¿Miriam? —me interrogó Madame, con una expresión que parecía decir: «Recuerda las reglas del club».

—No se preocupe, Madame, él solo me llevará a casa.

Madame no se mostró tan preocupada, ya ella sabía quién era él: un compañero de la universidad. Además, me sonreí despreocupadamente para que se quedara más tranquila.

Anoche, descendí de su automóvil y me despedí con un simple «Gracias, hasta mañana». Giovanni asintió con una pequeña sonrisa, y desde el interior de su auto, siguió con la mirada mi trayecto hasta que entré por la puerta principal del edificio.

Anoche, me dejé caer en la cama y, casi al instante, fui vencida por el cansancio. No tuve la oportunidad de reflexionar sobre lo ocurrido, ni de saborear cada recuerdo compartido con Giovanni. El sueño me consumió sin piedad.

Y aquí estoy, en una fría mañana de otoño, en los estacionamientos del edificio, frente a mi reluciente e intacto Honda Civic escarlata. Respiro hondo y sonrío aliviada.

Al llegar a la universidad, me doy cuenta de que el jardín está prácticamente desierto debido al frío de la mañana. La mayoría de los estudiantes deben estar resguardados dentro del campus. Al cruzar la puerta principal, escucho el bullicio y las risas que llenan el ambiente. Observo a las personas disfrutando de la compañía de sus amigos, sonriendo y charlando animadamente. Este escenario me lleva a recordar mi supuesta amistad con Danna. No la veo por ninguna parte, y no sé cómo reaccionaría si la encontrara cara a cara. Tal vez la ignore por completo, me aleje de ella, hay una mínima posibilidad de que me acerque y le ofrezca una disculpa. Conociéndome, creo que la última opción es la menos probable.

La presencia de Danna la hallo en el aula de clases de estadísticas, en una silla distante a la mía, ella está sentada en la primera silla de la fila que está frente al profesor. Antes, ambas no sentábamos una detrás de otra casi al final de esa misma fila.

Danna me ve llegar e inmediatamente desvía la mirada hacia la ventana que tiene a un lado para simular la contemplación del deprimente paisaje otoñal. Le paso al lado y siento una nueva fragancia en ella, una loción que me huele a azucenas. De seguro encontró algún perfume que en su etiqueta dice «Repelente anti-Miriam».

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora