20. La práctica de pole dance

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Recuerdo cuando las vi por primera vez, cuando pisé el interior del club y al instante quedé deslumbrada con la sensualidad que irradiaba de las bailarinas, lucían tan alucinantes mientras bailaban y hacían sus acrobacias en los tubos de pole dance, y justo en ese momento, en un rincón de mi conciencia, se sembró un nuevo anhelo, una nueva aspiración que necesitaba realizar. Yo quería bailar y verme igual que ellas, empoderadas, dueñas de las miradas y responsable de todas esas sonrisas lascivas; porque yo amo que me idolatren, que me deseen, que me lancen flores o, en este caso, que me lancen dinero.

Hoy es mi primer día en la clase de pole dance, y mis nervios están al borde del colapso. Estoy completamente segura que, en el momento en que ponga un pie dentro de aquel local, las fulminaciones que se me lanzarán con las miradas van a ser lo último en lo que debería preocuparme.

Llego al estudio de baile y al cruzar la puerta me encuentro con un lugar que parece sacado de una película de artes marciales, pero en lugar de cinturones negros, aquí todas tienen muslos de acero y abdómenes planos que se ven ligeramente marcados; y yo, como la novata de cinta blanca que soy, llego con un cuerpo flácido y debilucho. La verdad es que no soy una mujer de muchas fuerzas.

El estudio es un espacio amplio con espejos en las paredes, que amplían la sensación de que todos los movimientos que hacen las chicas son absolutamente impecables. El brillo de las barras de pole dance, como espadas relucientes, se extiende desde el suelo hasta el techo.

De repente, la música «Livin' on a prayer» de Bon Jovi suena en el fondo, lo que me hace preguntar si estoy a punto de enfrentar una batalla épica de motociclistas rockeros o si esto es una clase de pole dance. Todo parece sacado de una película de acción callejera, queda a un lado la imagen del dojo de artes marciales y ahora se me parece más a un club clandestino de rebeldes del rock.

Las bailarinas, todas parecen que al nacer treparon de un tubo para salir de la vagina de sus madres, las veo hacer movimientos que desafían la gravedad. Algunas de ellas ya están haciendo el pino en lo alto del tubo, mientras que otras danzan al ritmo de la música con una gracia que me resulta completamente inalcanzable en este momento.

Tenté pone su atención en mi persona.

—Por fin llegaste, prosti-prosti.

Todas las chicas detienen sus prácticas para fijar sus miradas arrogantes en mí.

—No la llames así, Tenté —dice otra de las bailarinas—, que ahora es una hibrida. Llamémosle: Prosti-Stripper.

Tenté y las demás bailarinas empiezan a reír mientras se chocan las palmas, victoriosas.

—¡Es la puta mayor, la más grande de todas! —dice otra bailaría.

Presiono mis puños haciendo que mis nudillos se pongan blanco.

—Ustedes se creen las muy santas, ¿no? —digo y luego río con cinismo—. He visto cómo trabajan ustedes —doy un par de pasos, un poco temerosa, pero intentando disimularlo frente a ellas—... Es cierto que no tienen relaciones sexuales con los clientes, pero sí sé que se desnudan frente a ellos, y no es que bailen dentro de una jaula para evitar ser tocadas, he visto como los clientes depositan las propinas dentro de sus pantis y entre sus senos; he visto como las nalguean y como acarician sus piernas; por favor, ustedes terminan igual de toqueteadas que las trabajadoras sexuales.

Tenté frunce el ceño y clava su amarga mirada sobre la mía, da un paso quedando frente a mí, muy cerca.

—Cuidado con lo que dices, Mimarie, que estás en nuestro territorio.

—Cuidado con lo que dices, Tenté, que podría terminar dominando el tubo mejor que tú.

Tenté bufa y se sonríe con descaro junto con las demás chicas, como si lo dicho por mí fuera absurdo.

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora