30. El cliente favorito

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La sorpresa y el desconcierto se reflejan en mis ojos cuando abro la puerta de mi habitación. En este momento, no tengo ni idea de cómo darle la bienvenida, vuelvo a sentirme como en aquel primer día: inexperta e insegura, nerviosa y patéticamente muda. Cuando lo vi por primera vez, aquella noche mientras me desenvolvía en el tubo, me cautivó al instante, sentía ganas de gritarle mil cosas. Pero ahora, frente a él, todos mis pensamientos parecen colisionarse entre sí.

—Hola, Mimarie.

Como dije, me tiene muda.

El hombre frente a mí, imponente y varonil, me mira con unos ojos penetrantes, como si intentara leerme el alma a través de mi antifaz. Esta noche viste un traje negro de tres piezas; maldita sea, luce sumamente elegante: camisa blanca; corbata roja y unos zapatos de charol en donde se reflejan mis bubis; y trae con él el mismo aroma a forestas y Whisky.

De repente, su mirada pasa de posarse en mis ojos, a lo que hay en el fondo de la habitación.

—Con su permiso, señorita.

Y se le ocurre llamarme «señorita» con la promiscuidad proyectada tras mi espalda.

Me pasa a un lado y, sin decir más nada, recorre la habitación como si estuviera buscando algo en particular. Es extraño, y no puedo evitar preguntar:

—¿Es usted un cliente o un inspector de salud?

Él voltea a verme y me sonríe con una chispa de misterio en los ojos.

—Soy un cliente.

Sigo intentando descifrar sus intenciones, y es que ya, en este punto de la noche, con cualquier otro cliente hubiese entendido como tratarle, siempre he sido buena leyendo sus necesidades, pero con él se siente completamente diferente. Ha entrado a la habitación, no como un libro en blanco, sino como un libro con candado.

«Bien, tendré que esforzarme un poco más... ¡Fuera nervios!».

Me paro frente a él y, con delicadeza, dejo caer mi babydoll hasta las puntas de mis tacones, quedándome solo con una ropa interior de encajes negros. Él se agacha y lo recoge.

—¿Dónde lo pongo? —me pregunta con la prenda en sus manos.

—Solo déjelo en el piso —respondo, impresionada por su reacción.

—No quiero causarle más trabajo.

—Vaya... Nunca nadie se había preocupado tanto por mí —digo sonriéndole, coqueta. Luego le señalo la cesta vacía que está a un lado de la entrada del baño.

Él deja caer la prenda en el fondo de la cesta, y yo le llego por detrás, tomo su mano y, con la sensualidad conduciendo mis pasos, lo llevo al sillón frente al tubo de pole dance. Mientras lo llevo conmigo, me dice:

—Señorita Mimarie, ¿no tiene frío? La habitación está bastante fría.

Me giro hacia él, y mis ojos se cruzan con los suyos. Le sonrío mientras respondo:

—Pronto se pondrá bastante caliente por aquí.

Él me sonríe con ciertos brotes de timidez. ¡Que sonrisa tan linda, no me joda!

Detengo mis pasos frente a la silla, le doy un pequeño empujoncito y noto cierta resistencia, así que insisto con un poco más de fuerza, hasta que lo logro sentar.

—¿No prefiere sentarse usted?

«¿Qué pretende este hombre? ¿Por qué le está dando tanta vuelta al asunto?».

—¿Es usted bailarín de pole dance? —le cuestiono en tono jocoso y sensual.

—¡je! No.

Acerco mis labios a su oreja, y le susurro:

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora