23. El talentoso Paussini

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Me encuentro en el aula de clases, rodeada de compañeros absortos en sus exámenes. El silencio se cierne sobre nosotros, solo interrumpido por el rasgar de lápices contra el papel y el tenso tic-tac del reloj en la pared. Mi corazón late con fuerza, y el nerviosismo me consume mientras contemplo el examen frente a mí. No tuve tiempo de estudiar, y la realidad me golpea con crueldad en este momento crucial, a dos meses de la graduación, cuando necesito recuperar el primer lugar de las calificaciones, para ser yo quien dé el discurso en la graduación y no el mal parido de Giovanni Paussini.

Ahí está, aquel individuo, concentrados en su propio examen, escribe sobre el papel con una rapidez increíble, como si alguien le estuviera susurrando las respuestas al oído. De repente, se percata de que lo estoy observando, y nuestras miradas chocan en un fugaz instante. Siento la necesidad de desviar la mía rápidamente. Mi atención vuelve a la hoja que reposa sobre mi silla; deslizo la punta del bolígrafo sobre las palabras y finjo que las leo con atención. No debo permitirle descubrir cuán desorientada estoy.

—Amiga —Danna golpea mi codo con la punta de su bolígrafo y susurra casi imperceptible—, ¿el número seis?

¡Ah, el número seis! Ese rebelde de las matemáticas. Va por la vida con su actitud de «Soy el sexto sentido de los números, ¿qué harían sin mí?».

Tiene esa manía de aparecer en todos lados. Abres la nevera y, ¡boom!, seis huevos. Coges un dado y, ¿adivina qué? Tiene seis caras. No importa dónde mires, el número seis siempre saluda con una sonrisa burlona.

En respuesta a mi amiga, recurro a la señal de «bruta en caída libre»: agito mi bolígrafo en el aire, de arriba hacia abajo. Por cierto, es la primera vez que empleo esta señal.

No pasa mucho tiempo cuando Giovanni se levanta de su silla y camina hasta el pupitre de la profesora para entregar su examen. Antes solía ser una de las primeras en terminar, segura de mis respuestas y confiada en mi preparación. Pero hoy es un día diferente, un día en el que Giovanni decide voltear hacia mí para lanzarme una sonrisa victoriosa, llena de cinismo y desparpajo.

Y yo me quedo aquí, con mi hoja y mi mente en blanco, intentando dar respuestas a estas preguntas que me resultan un enigma indescifrable. Las palabras se deslizan ante mis ojos sin que pueda asimilarlas. ¿Cómo llegué a este punto? Ah, sí..., mi maravilloso trabajo como bailarina y mi incursión en el mundo de la prostitución de alto nivel. Llego a casa tan exhausta que, cada vez que intento abrir un libro para estudiar, termino durmiéndome sobre él.

Definitivamente, mi vida es como cubo de Rubik: mientras arreglo un lado de mi vida, se me desarma el otro.

Por la mañana, me encuentro en la universidad. Por las tardes, me sumerjo en el gimnasio y me dedico a las clases de pole dance. No tengo tiempo para nada más, y eso incluye estudiar. La pregunta que me asalta es: ¿cómo demonios organizo mi vida?

Finalmente, llega el momento en que la última persona entrega su examen y el profesor recoge los papeles. Me encuentro entre los rezagados, una posición que nunca antes había experimentado. Mi rostro está enrojecido por la vergüenza y la preocupación mientras entrego mi prueba con manos temblorosas.

El profesor me mira con curiosidad y preocupación, pero no digo una palabra. Salgo del aula, sintiendo el peso de la incertidumbre y la desilusión sobre mi espalda.

Danna corre hacia mí mostrando un rostro angustiado.

—¡Amiga, ¿qué te ha pasado?! —pregunta en tono bajo, sumamente preocupada.

No solo tengo la atención de Danna, sino también la de Giovanni y la del resto de mis compañeros. Sus miradas me hacen sentir ansiosa, terriblemente mal. Doy la espalda a mi amiga y empiezo a caminar con pasos apresurados, a un lugar muy lejos de todos, con el temblor aun asechando en mi cuerpo y unos ojos que empiezan la lagrimear.

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora