60. El último cliente en el club

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Salgo de la bañera, con el cuerpo aún húmedo y el ánimo más pesado de lo que esperaba. Me pongo un nuevo babydoll negro, el color refleja perfectamente mi sentir en este momento. Me coloco también un antifaz del mismo tono y unos tacones altísimos que hacen que mis piernas se vean elegantes y firmes. Me paro frente al espejo y empiezo a esponjar mi rizado cabello, intentando elevar mis ánimos, mi autoestima. Este último parece no querer despegarse del suelo.

—Solo un mes más en esta profesión y luego entras al mundo de los negocios. Ánimo, Mimarie —me digo en voz alta.

Sonrío frente al enorme espejo, pero mi sonrisa no me parece muy convincente. Apenas tengo tiempo para prepararme mentalmente cuando escucho tres golpes en la puerta. Es mi último cliente de la noche.

—Cerremos con broche de oro, vamos a hacerlo bien —vuelvo a hablarme frente al espejo.

Respiro hondo y camino hacia la puerta, tratando de mantener esa sonrisa que sé que no es del todo auténtica.

Corro a poner una canción desde el equipo de sonido de la habitación, dejando a la suerte la posición de la cinta del casete. La música empieza a sonar justo donde quedó la última vez: I Just Died In Your Arms de Cutting Crew llena la habitación. Respiro hondo y camino hacia la puerta, tratando de mantener esa sonrisa que sé que no es del todo auténtica. Al abrirla, me encuentro con mi último cliente en el club. Madame Esther ya me había advertido que Yonel Hikari estaba ansioso por volver a solicitar mis servicios.

Esta vez, Yonel se ve mucho más presentable, como si se hubiese arreglado para una cita con el amor de su vida, aunque, por supuesto, ese amor no soy yo. Lleva su cabello amarrado en una coleta y luce un lujoso traje de algodón en tonos grises con detalles de costura negra, una camisa blanca, zapatos de charol, una bufanda, y sobre el traje, un largo abrigo negro que le llega hasta los muslos. No puedo evitar pensar que hoy se ve muy bien.

Me concentro en sus ojos, tratando de descifrar lo que ocultan. En ellos leo tres palabras: ansiedad, deseo, y desenfreno. Este hombre tiene cara de que viene dispuesto a todo.

—Hola, Mimarie. —Su voz es suave, pero cargada de una tensión oscura.

—Hola, Yonel. Pasa, por favor —respondo, intentando mantener la profesionalidad a pesar del nudo en mi estómago.

—Veo que ya te sabes mi nombre. —Él entra y cierra la puerta tras de sí, sin quitarme la mirada.

—Eres el cuñado de mi jefa, todos aquí te conocen.

Nos miramos por un momento, cada uno evaluando al otro. Él se acerca con una seguridad casi intimidante.

—Te ves muy bien esta noche —comenta, sus ojos recorriendo mi figura con una intensidad que me incomoda.

—Gracias, tú también —respondo, esbozando una sonrisa que espero sea más convincente que la anterior.

Yonel no es tan alto como Gabriel, pero sí es más musculoso. Me quedo mirando aquellos brazos y me pregunto si con esos bíceps podría levantarme con la misma facilidad con la que uno levanta una pluma.

—No tengo mucho tiempo, Mimarie —dice abruptamente, rompiendo el silencio. Sus ojos se oscurecen con una familiar dureza—. Quiero que seas igual de cruel y desgraciada que aquella vez.

Mi cuerpo se tensa al recordar esa noche: el electrosexo en su máximo esplendor y un hombre que quedó fascinado con mis sesiones de tortura. Rápidamente, mi mente busca alternativas. No voy a repetir el electrosexo. ¿Nos vamos primero al baile? Entonces, al voltear a ver la barra de pole dance, se me ocurre algo macabro. Es una idea tan loca que no puedo reprimir mi sonrisa.

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora