14. El consejo de Nadina

74 12 0
                                    

No hay nada más sagrado para mí que el derecho que tiene un niño de sonreír, por lo menos, tres veces al día. Que cada niño en este mundo tenga la garantía de ser feliz en un hogar junto con una familia que le permita sentirse seguro, que vivan despreocupados como lo fui yo de niña, y que su única prioridad sea estudiar y divertirse.

Me preocupa lo que acaba de decir Giovanni, que tenga un hijo y que el pequeño esté viviendo en condiciones riesgosas... ¡Maldita sea!... Solo espero que Giovanni esté haciendo algo al respecto. Y es que..., cuando se trata de niños, yo soy bastante estricta.

Las palabras hirientes empiezan a flotar en el aire, palabras que se lanzan como puñales, cortantes y llenas de veneno. Esto es demasiado incómodo para mí, pero es más fuerte esta mezcla de curiosidad y culpa que estoy sintiendo. Me siento como una testigo que debería apartar la mirada pero que no puede evitar quedarse.

De pronto, las voces se desvanecen y un silencio incómodo e inesperado me hace entender que algo les ha hecho detener la discusión... ¿Será que se han dado cuenta de que estoy aquí?... Por suerte no es así, sino la presencia de otro estudiante en los estacionamientos, y lo tengo enfrente de mí, con su mirada agachada mirándome con ojos de sorpresa. Luego levanta la mirada para ver a la pajera que está del otro lado del auto y me regresa la mirada con una expresión que me hace entender que ya comprende mi situación: yo, aquí, agachada y escondida tras su auto, recopilando información de un rico chisme. A mí solo se me ocurre sonreírle como payasa que le acaban de descubrir un acto de magia.

—Ya me voy —le susurro en un tono casi imperceptible.

Sin levantarme, y para no ser descubierta por Giovanni, me alejo de la escena caminando agachada entre los autos.

Por supuesto que se lo tenía que decir a mi mejor amiga. Ambas ya nos encontramos en el salón de clases esperando que llegue el profesor.

—Es en serio, Danna —le digo en voz baja—. Giovanni tiene un hijo, y parece que el niño la está pasando mal.

—Es que, míralo, Miriam... —Danna le observa de reojo. Giovanni está en el otro extremo del aula rodeado de su grupo de amigos, todos ríen frente, a lo que parecer ser, un manojo de fotografías—. Se está riendo de las pendejadas que hicieron en la fiesta de playa del fin de semana.

—¿Acaso un padre de familia no tiene derecho a divertirse un fin de semana?

—Miriam, dicen por ahí que Giovanni andaba drogado en la fiesta, que saltó sobre la tortuga del anfitrión y gritó: «¡Mírenme, soy Mario Bros!».

Suelto las carcajadas con Danna siguiéndome la corriente. Todos voltean a vernos, cuestión que nos hace moderar las risas y recobrar la compostura.

—Bueno..., me preocupa ese niño —vuelvo a caer en la preocupación.

—Pues no estoy segura si aquel niño podría estar mejor con Giovanni. No creo que se desempeñe bien en el rol de padre —Danna sentencia y luego se cruza de brazos sentada en su silla.

Las clases terminan y es ahora cuando cada una toma un rumbo diferente. Tengo a mi amiga parada frente a mí, con unos ojos inquietos y con la intriga brotándole por los poros. No me sorprendería que en algún momento me insista en querer ir conmigo para ver donde estoy trabajando, y eso me preocupa un poco.

—Ve con cuidado, que las noches en el centro de Londres no son seguras. —Danna me da un abrazo y luego se sube a su auto.

Danna enciende el motor del auto, me regala una fraternal y amplia sonrisa para luego partir.

Caída la noche, me encuentro dentro del camerino del club. Estoy maquillándome tal como me lo enseñó Nadina, quien está parada a un lado mío viéndome esparcir rubor en mis pómulos.

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora